Egidio Cantonati fue un inmigrante Italiano que formó parte de la camada que llegó desde el norte de ese país para dar vida a Colonia Tirolesa, fundada en 1891 a 30 kilómetros de la capital de Córdoba y que hoy cuenta con 6 mil habitantes.
En 1919 Egidio ya tenía armado su reparto de carne en el pueblo. Era todo tracción a sangre: él mismo tiraba del carro del que colgaban los cortes vacunos que vendía a sus vecinos.
Con el tiempo fue dándole forma al negocio y armó su propia heladera. Era un cuadrado de cemento con tapa en el que la carne se mantenía fría gracias a la provisión continua de barras de hielo. En aquellos años eran muy pocos los que contaban con energía eléctrica, sobre todo en los pueblos del interior de las provincias.
Con su hijo Ángel, que acaba de cumplir 91 años pero todavía sigue de cerca los pasos de la empresa familiar, Egidio abrió luego una carnicería en la ciudad de Córdoba y siguió con la expansión del negocio hasta fundar con otros socios el frigorífico Bustos, Castaño y Cantonati, que luego pasó a llamarse Bustos y Beltrán y que hoy es uno de los grupos con más plantas y mayor volumen de faena del país.
Los Cantonati volvieron a su pueblo a inicios de los 70 cuando tuvieron la posibilidad de comprar una planta de faena a medio hacer, al que llamaron Frigorífico Regional Colonia Tirolesa. Para eso Ángel vendió su participación en el frigorífico que fundó y su hijo Jorge hizo lo mismo con el camión con el que repartía carne, tal como lo había hecho su abuelo 60 años atrás.
Ya van por la cuarta generación en el negocio de la carne. Ahora Jorge transmite los conocimientos del negocio a su hijo Gabriel. También trabaja en la empresa un sobrino, Javier Peralta, que tiene participación como dirigente gremial en la Asociación de Frigoríficos e industriales de la Carne y que representa a empresas de faena vacuna y porcina de Córdoba.
El frigorífico Colonia Tirolesa es un ciclo 1 (faena y reparte medias reses, no cortes), que genera trabajo a cerca de 80 personas y tiene posibilidades de faenar 5.000 vacunos y 3.000 cerdos por mes.
De todos los años que llevan en el negocio, Jorge Cantonati reconoce que el 2020 fue de los más complicados por todas las complicaciones que generó el coronavirus. “Había empleados que llegaban varias horas más tarde porque no los dejaban circular, otro que se enfermaron o tuvimos que licenciar todo el año porque eran personal de riesgo. Eso generó sobrecostos, sin mencionar los problemas que hubo con los movimientos de productos“, indicó. Eso a pesar de que el sector fue declarado esencial en el inicio de la pandemia.
El empresario dice que la actividad frigorífica tiene muchos temas pendientes por resolver, entre los que destaca la necesidad de cambios en la situación fiscal, como por ejemplo el diferencial entre el IVA que se cobra en la faena y el que paga la carne. Esta diferencia genera créditos fiscales de difícil recupero que complican a las fábricas.
Además está toda la problemática del cuero, que el año pasado llegaron a regalar a las curtiembres cuando años atrás con ese y los demás subproductos de la faena bovina los que dan servicio de faena pagaban sus costo fijos, especialmente los salarios.
A fines de diciembre se cerró la ventana que permitía exportar a los frigoríficos y que al menos devolvió algo de precio y mercado para este subproducto. Cantonati cree necesario contar con mecanismos comerciales que permitan vender los cueros, para que no se cause un problema ambiental ni pérdidas en las empresas por su mantenimiento por tiempo indeterminado.