Como historiador, Javier Balsa dedicó muchas horas al estudio del impacto de la crisis económica global de 1930 sobre el agro pampeano. Su investigación doctoral, devenida en un libro, se llamó “El desvanecimiento del mundo chacarero”. De algún modo, ese título anticipa que el entramado social que se había armado en la Argentina rural hasta los años 1930 a 1940, y que se consolidó en una primera época del peronismo, comenzó a retroceder. Se desvaneció.
En su clímax, el avance chacarero fue muy significativo. Los arrendatarios que habían hecho visibles a partir del Grito de Alcorta en 1912, en este tramo histórico se hicieron chacareros: alrededor de la mitad de ellos consiguieron ser propietarios de la tierra, ya sea por colonización o bien porque los terratenientes comenzaron a vender tierras, temerosos por las expropiaciones o debido a los precios congelados durante varios años.
Luego del crack de 1929, “hubo un cimbronazo mundial muy fuerte y yo quería entender por qué los productores seguían produciendo. Me llamaba la atención que la producción agropecuaria siguiera casi estable a pesar de que los precios bajaron a un tercio. Hice entrevistas a viejos chacareros allá por 1990, y me explicaron que ellos tenían mucha pauta de vida campesina, trabajo familiar, mucho de autoconsumo, podían reducir drásticamente sus consumos en dinero, y así fue como siguieron produciendo”, contó Balsa a Bichos de Campo sobre su investigación.
Su análisis acerca de cómo se había armado el entramado de productores pequeños y medianos en la Argentina lo llevó a descubrir algo en esas entrevistas que realizó. “Me daba cuenta de la distancia social de la persona que yo entrevistaba y el relato que me contaba. Es que me contaban una infancia de mucho trabajo en la chacra de sus padres, y ahora buena parte de ellos tenía un lindo chalet en la ciudad. Ocurre que la mayoría de los chacareros se fue a las ciudades y puso a trabajar la tierra en manos de obreros y contratistas. En parte, para acabar con esa vida de sacrificio”, resaltó.
Según Balsa, el “desvanecimiento del mundo chacarero” se fue produciendo entre la década de 1930 y el comienzo de la de 1990. Hubo un proceso por el cual el chacarero quiso aspirar a la vida urbana. “Fue muy fuerte ese discurso en las siguientes generaciones, de transmitir de padres a hijos que el progreso no pasaba por el campo. Hubo en el medio mucha inestabilidad política y golpes de estado, pero no se logró cuajar ese modelo del ‘farmer’ norteamericano familiar que habíamos querido imitar, con su explotación, con sus cooperativas, que vivía en el campo y que tenía tiempo para hacer producción mixta”, manifestó el investigador del Conicet y docente universitario.
Mirá la entrevista completa a Javier Balsa:
En épocas más recientes, todo ese mundo chacarero “se desarmó también de la mano del discurso del agronegocio, que empezó a definirlo como un modo errado de ver el mundo. Y tanta fuerza cobró ese discurso, que muchos productores de 200 a 300 hectáreas se consideran aún hoy inviables, cuando en la mayor parte de países del mundo eso es sinónimo de un gran productor”, destacó Balsa.
“Ese modo de vida rural con pueblos y cooperativas, que entre los ´50 y ´60 llegó a tener una vida impresionante, se desarmó y los pueblos empezaron a quedar vacíos”, lamentó.
-El discurso del agronegocio dominante sostiene además que tampoco el Estado argentino debiera hacer política agropecuaria para sostener a la gente en su territorio.
-Ahí está la clave del problema: la mayoría de los productores compraron este discurso. Es un problema mundial. En los ´70 se instaló el discurso neoliberal de Reagan y Thatcher, con la promesa de que bajando impuestos, capacidad sindical y salarios habría más ganancias de capitalistas y eso reactivaría la economía. Pero eso no pasó. La economía se reactivó muy poco, y las tasas de crecimiento mundiales de los ´90 y de primera parte de este siglo son la mitad de las que había en los ´60 y ´70, e incluso buena parte de la burguesía mediana se vio absorbida por las grandes empresas. Entonces esa promesa neoliberal no les sirvió. En el caso del sector agrario es más notorio esto, porque en los últimos 30 años desapareció la mitad de los productores de la región pampeana. Hoy deberían estar saliendo a la calle, movilizados y pidiendo políticas que frenen la concentración.
-El año pasado escribí la crónica sobre el Censo Nacional Agropecuario (CNA) en 2018 y surgía con claridad este dato: desde 1988 hay 40% menos de explotaciones y este proceso es más acelerado en la zona pampeana. Sin embargo no vi ninguna conmoción, ni política ni social. El dato pasó inadvertido.
-Lo que pasa es que acá hay dos discursos: el latifundista, liberal y conservador de que el Estado no debe meterse, y el discurso agrarista tradicional de Federación Agraria, que planteaba que debía haber intervención estatal para conseguir que la tierra sea de quien la trabajara, y que se deben regular los mercados para que no quedaran en manos de grandes empresas. Esos dos discursos pujaron fuerte hasta que llegó la dictadura del ´76. Desde ahí, el discurso agrarista fue reprimido en términos físicos, hubo una persecución del mismo y hubo desaparecidos, y cuando salió la transición democrática la cuestión agraria desapareció casi por completo de la agenda política argentina.
Algo reapareció a fines de los 2000, donde Carbap y Federación Agraria tuvieron un discurso crítico del proceso de concentración, pero hasta el 2004 o 2005. Luego, cuando ocurrió el conflicto de 2008 ese discurso desapareció. Ahora da más vueltas y con más fuerza el discurso ambientalista que el discurso agrarista, y los productores no tienen un discurso desde el cual pararse.
-¿Cómo es eso de qué no tienen discurso?
-Cuando uno les pregunta cuáles fueron los cambios más importantes de los últimos 20 años, te dicen que es el avance tecnológico o la política de retenciones, y solo 1 de 400 entrevistados te menciona la quiebra de muchos productores. Cuando luego les preguntás en concreto, sí te dicen que los pooles de siembra les están sacando los campos. O sea que hay un sentido común mediante el cual ellos se dan cuenta que este modelo se va a llevar a muchos puestos en otros 30 años, y al que tiene también 300 hectáreas. Entonces lo que predomina primero es la resignación. El tema es que no logran tener otra propuesta que no vaya hacia la concentración. Lo que pasa es que tener una propuesta distinta implica articular con el Estado, que para ellos es mala palabra. Estamos en una trampa.
-¿No contribuye en todo este proceso de concentración la demonización que muchas veces también se hace desde la ciudad, respecto de que todos los productores son parte de una oligarquía beneficiada?
-Totalmente. Tener ese discurso contra-oligárquico puede ser efectivo para movilizar pasiones. El tema es que tuvieron 200 mil personas enfrente (en el conflicto de 2008) que sabían que esa política de retenciones les impactaría, y ahí vieron que el tejido social rural era mucho más rico de lo que pensaba el Estado. El concepto de oligarquía solo funcionó para explicar la dinámica argentina hasta 1916, donde ese grupo social hizo usufructo del Estado para quedarse con grandes extensiones, pues se repartieron la pampa húmeda en lotes de 40 mil hectáreas que luego no pudieron producir y tuvieron que llamar inmigrantes para ponerlas en producción. Por eso digo, Podría haber habido otro desarrollo. ¿No?
Esa oligarquía perdió poder político y como en democracia le cuesta retomarlo. Apostó al golpe de Estado y además cambió mucho. Invirtieron en otros lugares y ahora, de la mano del neoliberalismo y del discurso del agronegocio lograron construir un consenso muy fuerte en el campo, y que tiene también su peso en lo urbano, en más del 40% de votos que sacó Macri hace cuatro años atrás.
De todos modos, no logran tener un proyecto que realmente sea de ellos, sino que es un proyecto más atado al agronegocio y a las multinacionales que a uno que realmente garantice un desarrollo más local. Yo hablaría hoy más de alta burguesía como concepto político. Y como concepto sociológico, sigue habiendo grandes estancieros, pero el problema de la tierra tiene que ver con la producción periurbana, con los countries. Ahí también hay una serie de cuestiones complejas para armar un modelo, pero debería armarse. Yo celebro que se genere cierta discusión y que la cuestión agraria vuelva a estar en debate.
-En plena pandemia, muchos volvieron a reparar en el campo casi como una tabla salvadora. Se habla de un “repoblemos el campo porque genera trabajo”, pero seguimos sin discutir seriamente qué tipo de campo queremos ¿Qué pensas?
-Podría haber campo para todos y todas, para los grandes, medianos, pequeños e incluso para el agronegocio, pero debe haber una lógica en donde eso no esté totalmente librado al mercado porque sino el proceso de concentración se vuelve inevitable, y además nos deja un agro muy poco diversificado. Yo creo que es un combo muy difícil de armar, porque son actores muy distintos. Pero la Argentina necesita exportar commodities y al mismo tiempo producir alimentos. Podría haber distintos regímenes fiscales que traten de garantizar un poco de todo. O sea que los precios de los alimentos no estén necesariamente atados al mercado mundial, pero que lo que se recaude por esas retenciones, por ejemplo, vuelva a caminos rurales y no sea solo una extracción de dinero del campo a la ciudad. Que se arme un circuito para ese dinero. Para mi es clave tener una política de desarrollo local.
-¿Es una política integradora la que te imaginás? ¿El Estado garantizando esa convivencia con reglas que emparejen la cancha? Esto de seguir confrontando entre chicos y grandes tampoco es una discusión que haya ayudado.
-Es una discusión ociosa. Creo que debería volverse a tasas impositivas como hubo en el siglo XX en Estados Unidos, Inglaterra o Alemania, que generaban cierta distribución. Pero insisto: es tan grande la Pampa que hay lugar para todos. Hay que pensar una política desde el Estado, pero si las entidades agropecuarias, estas o las nuevas, no rompen ese prejuicio de relación con el Estado, será difícil lograrlo.
-Es decir que no se discutirá nada si la única demanda del ruralismo sigue siendo bajar la presión fiscal…
-Hay que pensar en una buena política fiscal, y es algo que no solo Argentina, sino que todo el mundo se debe. Quizás sea mejor una política fiscal hacia el impuesto inmobiliario y que las retenciones tengan una función más compensadora de precios. Hay que tener una mirada global y creo que las entidades del agro deberían dejar de pensar en la política como mala palabra y discutirla.
-¿La concentración es inevitable?
-Hay productores familiares que siguen estando y se los invisibiliza, y no son solo horticultores. Debe haber otro modelo de desarrollo agrario, más integral, que les garantice el lugar a todos. Es una lástima que se desarme ese mundo chacarero que costó tanto construir y que no haya expectativas intergeneracionales. Es un problema de muchos sectores de la Argentina, esto de aspirar a otra cosa siempre, de no conformarse. Es algo que tiene pros y contras.
Las cooperativas, que hubieran sido el eje de esto, entraron en crisis también. Hubo muchas cosas. Pero celebro que haya iniciativas de gente que se vaya a vivir al campo, construyendo explotaciones con un sostén colectivo, porque si estos procesos no tienen ese sostén, se tiende a una individualización fuerte. Todo esto exige pensar la tierra con una función social, pensar que los espacios tienen que ser ocupados y que tiene que haber políticas que descentralicen.
Mucha ideología, pocos datos. Cree que la gente es manipulada por “discursos hegemónicos”, cuando quizás sólo se trata de que prefiere ideas distintas de las que él profesa. Curiosa su sugerencia de que las entidades agropecuarias deberían romper su prejuicio sobre el Estado, para que se pueda lograr una política agropecuaria desde el Estado, que teóricamente es lo que el país necesita. Me recuerda un reciente comentario acerca de que “la economía la maneja el gobierno”. Bien decía Marx que no es la conciencia la que determina las condiciones de existencia, sino las condiciones de existencia (en este caso, las del entrevistado) las que determinan su conciencia. En este caso, su creencia en que es la gente la que tiene prejuicios, y que el Estado, del cual él vive, tiene razón. La verdad, me decepcionó.