La Argentina tiene una tradición en la producción de legumbres, cultivos que se difundieron por la década del ’70 en el norte de Salta. También cuenta con una tradición exportadora, ya que aquí se consume menos del 5% de lo que produce, a razón de 700 gramos anuales por persona, cuando en el resto del mundo se consumen hasta 15 kilos anuales por habitante.
Jorge Reynier, presidente de Primore, una exportadora de legumbres, y tesorero de la Cámara de Legumbres de Argentina (CLERA), habló en Bichos de Campo sobre el contexto en que se desenvuelve la actividad. Diferenció con mucha claridad dos tipos de legumbres: las de verano y las de invierno.
“Las de verano, los porotos, se siembran y cosechan en el noroeste argentino. Y las de invierno, garbanzo, arvejas y lentejas, se cultivan en el sur de Santa Fe y norte de Buenos Aires”, explicó.
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Reynier precisó que “en el país se siembran 600.000 hectáreas, de las cuales unas 150.000 son de porotos blancos, 200.000 son de porotos negros, 140.000 hectáreas se dedican a garbanzos, y las restantes hectáreas son destinadas a otros tipos de legumbres”.
Córdoba, que reúne el 50% de la producción de garbanzos a nivel nacional, fue hace poco, el epicentro de una jornada nacional organizada por CLERA. Allí se dieron proyecciones de lo que viene: “Esperamos una producción de 400.000 toneladas de porotos, 100.000 toneladas de arvejas y lentejas, y unas 200.000 toneladas de garbanzos, aunque en Córdoba, se estiman pérdidas de entre 30 y 40% de área con garbanzos debido a problemas climáticos”, enunció Reynier.
“Las carencias de producción que se dan en muchos países productores de legumbres, debido a los cambios climáticos, llevó a subas de los productos en el mercado internacional. Llegamos a vender a 1.500 dólares la tonelada de garbanzos. En 2016 en Córdoba, hubo rendimientos superiores a los 2.000 kilos. Por eso digo que el productor que pasa a garbanzo, no vuelve nunca más al trigo”.