Para entender a Lactalis hay que volver a 1933, a un pequeño galpón de Laval, en el oeste francés, donde un joven productor llamado André Besnier empezó a elaborar queso Camembert de manera artesanal. Era un emprendimiento familiar, de esos que comienzan con un par de tachos de leche, unas manos inquietas y la obsesión por hacer un queso mejor que el del vecino.
Nada en esa escena permitía imaginar que, menos de un siglo después, esa quesería rural iba a transformarse en la mayor empresa láctea del planeta.
Hoy el grupo Lactalis es un imperio industrial y logístico que mueve volúmenes que sólo manejan los gigantes globales de alimentos. En 2024 facturó 30.300 millones de euros, equivalentes a unos 33.000 millones de dólares al tipo de cambio actual. Procesa cada año 22.800 millones de litros de leche cruda (dos veces la producción total de la Argentina) provenientes de miles de tambos y opera 266 plantas industriales en 50 países, con una plantilla de 85.500 empleados.
En buena parte del mundo, basta con asomarse a la góndola de lácteos para cruzarse con alguna de sus marcas: Président, Galbani, Parmalat, La Laitière, Bridel, Siggi’s, Stonyfield, y muchas otras. Son nombres que cambiaron de dueño con el tiempo, pero que hoy forman parte del mismo entramado global.
El grupo sigue siendo 100% familiar, controlado por Emmanuel Besnier, nieto del fundador y uno de los empresarios más discretos de Francia. Rara vez da entrevistas y casi no aparece en público. Esa cultura del bajo perfil también se refleja en la compañía: Lactalis no busca épica, busca eficiencia. Su crecimiento se explica más por la capacidad de integrar empresas, modernizar plantas y asegurar abastecimiento que por grandes campañas de marketing.
En su reporte de 2024 aparece una radiografía clara de su negocio. El 39% de la facturación proviene de quesos, su histórico fuerte; un 22% de leche fluida y UHT; un 16% de productos lácteos frescos como yogures; un 12% de manteca y cremas; y otro 6% de ingredientes y nutrición, desde proteínas lácteas hasta suero y leche en polvo. Esa diversidad explica por qué Lactalis puede capear crisis internacionales: no depende de un solo producto ni de un solo mercado.
La distribución geográfica del negocio también es reveladora. Europa concentra el 52% de los ingresos, fiel a su origen; las Américas el 33%, impulsadas por Brasil, Estados Unidos y Canadá; y el 15% restante se reparte entre África, Asia y Oceanía, regiones donde la compañía viene creciendo fuerte en leche UHT, quesos y productos frescos.
En cada país donde opera, Lactalis compra leche directamente a productores bajo programas de calidad muy estrictos. La escala hace el resto. Con casi 23.000 millones de litros procesados al año, la empresa puede sostener decenas de marcas adaptadas a gustos locales y, al mismo tiempo, una estructura global que comparte tecnología, logística y desarrollo de productos.
Ese músculo industrial le permite competir tanto en segmentos premium, como los quesos europeos con denominación de origen, como en commodities, desde leche larga vida hasta leche en polvo para exportación.
Sin embargo, esa capacidad global no siempre encuentra terreno fértil. Argentina es un caso emblemático. Aunque Lactalis es dueño de Parmalat y opera en buena parte de América Latina, en el mercado argentino nunca logró armar una posición relevante.
Durante años mantuvo un perfil bajo, importando productos de alta gama y operando una sola planta productiva en Santa Fe: la fábrica de quesos La Mucca. Allí producía quesos de pasta semidura y hilada para el mercado local, como un pie pequeño dentro de un ecosistema continental mucho más grande.
Pero las condiciones fueron empeorando. Restricciones a importaciones, trabas para girar divisas, inflación crónica, regulaciones cambiantes y un mercado donde competidores locales tienen fuerte arraigo hicieron que la operación fuese cada vez menos sostenible.
A comienzos de 2023, Lactalis decidió cerrar oficinas, vender la planta santafesina y retirarse del país. Lo hizo con el mismo tono silencioso con el que suele manejarse el grupo: sin estridencias ni comunicados grandilocuentes. Simplemente concluyó que, para un gigante que opera 266 plantas en 50 países, la Argentina se había vuelto un territorio demasiado incierto.
Mientras tanto, en otros mercados la empresa avanza con una agenda activa de inversiones. En 2024 destinó más de 1.000 millones de euros a ampliaciones, modernizaciones y adquisiciones. Europa continúa siendo su centro operativo, pero Brasil, Estados Unidos, Arabia Saudita, India y varios países africanos se convirtieron en polos de crecimiento.
La lógica de expansión de Lactalis siempre fue la misma: entrar, comprar, integrar, mejorar y escalar. El manual no cambió desde los tiempos de André Besnier, sólo cambió el tamaño.
La historia del grupo mezcla tradición quesera, obsesión por la calidad, una estructura industrial gigantesca y un modelo familiar que logró sobrevivir casi un siglo sin salir a bolsa. Lo sorprendente es que, aun siendo el principal procesador de leche del planeta, su presencia pública es mínima: casi nadie sabe quién es Emmanuel Besnier, pero buena parte del mundo consume productos de su compañía todos los días.
