Cuando empezó a volar, Roberto “Peco” Tomassoni tenía sólo 15 años y se volvía loco por los planeadores. Cuatro décadas y más de 15.000 horas en el aire después, es una institución dentro de la aviación agrícola nacional.
Para alguien tan experimentado, los tiempos cambiaron mucho. Si piensa en sus inicios, recuerda aquellos aviones convertidos, que, dice, eran “muy precarios y simples”, y en absoluto comparables con la tecnología de punta que maneja hoy el sector.
Así y todo, si algo no ha cambiado para cualquier piloto que sale a trabajar en el campo es el modo casi “artesanal” en que debe volarse, en ambientes restrictivos, sorteando obstáculos y aplicando agroquímicos a varios metros de altura. Eso es lo que aún le despierta pasión a Roberto, que enseña la actividad en las aulas y reniega cuando escucha cómo se la tiñe de adjetivos y valoraciones negativas.
“La aviación se demoniza por desconocimiento, porque en realidad es una actividad muy noble. Estamos cuidando el alimento del mundo”, destacó Tomassoni, en diálogo con Bichos de Campo.
Y no sólo eso, porque, así como pueden pulverizar los cultivos o ingresar a las mangas de insectos cuando éstos se trasladan en el aire, los pilotos agrícolas han demostrado ser también muy efectivos en otras actividades por demás de imprescindibles, como el combate contra incendios.

Esa es una arista de la actividad que el propio Roberto enseña en los cursos formativos, pues cualquier empresa del sector puede abocarse a ella siempre y cuando el piloto cuente con la habilitación pertinente.
Incluso, señala, a nivel técnico no se necesita más que una compuerta que se incorpora al avión agrícola convencional, pues el agua se almacena en la tolva donde se cargan los agroquímicos y, en cuestión de segundos, se descargan hasta 3000 litros sobre el foco de incendio.
“Hace varios años que los aviones vienen de gran capacidad y, muchos de ellos, equipados con turbinas, lo que les da una confiabilidad importantísima”, afirmó Tomassoni, que igual advierte que “hay que recordar siempre que el piloto forestal está bombardeado por muchos factores como el humo, la orografía propia del lugar, el viento y las altas temperaturas”.
Del mismo modo, un piloto agrícola convencional debe cuidarse de los cableados, los árboles y muchos otros obstáculos e imponderables que pueden surgir cuando se vuela a tan baja altura.
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El trabajo, dice el experto, es “mucho más manual e instintivo” que el de la aviación comercial. Y por eso también se torna tan interesante enseñarlo, porque además de las currículas y contenidos que exige la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC), Tomassoni se da el gusto de transmitir un poco de lo que aprendió en sus 40 años en el sector.
“Eso es lo que suma seguridad de las operaciones porque, si se hace a conciencia, la aviación agrícola es una actividad como cualquier otra”, observó, haciendo referencia a que, en los cursos de formación también se repara mucho en lo que implica pulverizar agroquímicos desde el aire, y la carga de responsabilidad que ello conlleva.

De todos modos, para él, todo lo relativo al negocio en realidad llegó mucho después. “Lo primero siempre es la pasión, si empezamos en esto es porque nos gusta volar”, expresó y, aunque ya no lleva la cuenta de las miles de horas en el aire acumuladas, si de algo está seguro es que ha elegido la profesión correcta.





