Un lunes al mediodía, un grupo de estudiantes y no docentes de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) se prepara para visitar la Cooperativa El Álamo, una de las 12 que se encargan de la gestión de los reciclables en la ciudad de Buenos Aires. Eligen esa porque es con la que, desde hace ya más de una década, tienen un vínculo estable y de cooperación mutua, pues, entre los siete que gestiona, El Álamo tiene a su cargo el barrio de Agronomía.
Al frente de ese reducido grupo de 10 personas está Micaela Olivan, que es subsecretaria de ambiente de la FAUBA y asegura a Bichos de Campo que esa cooperativa es como su casa, porque no sólo les entregan unos 400 kilos de material reciclable al mes, sino que es también para ellos un espacio formativo para sus futuros graduados. Sea en Ciencias Ambientales como en otras de las 10 carreras que dicta la casa de estudios.
En ese pequeño contingente, de hecho, hay alguien que cumple el doble rol e ilustra ese vínculo. Candela Pino es graduada de la FAUBA y trabajadora de esa cooperativa, y es quien ofició de suerte de “guía” dentro del galpón ubicado en Constituyentes al 6000, en el barrio de Villa Pueyrredón y a pocos metros de la Avenida General Paz.

El Álamo cuenta con unos 50 recuperadores urbanos que, a diario, salen a hacer su recorrido ya designado por las casas, negocios y empresas que entregan sus reciclables. Una vez que llenan su bolsón, al que transportan en un triciclo muy llamativo, lo etiquetan y lo dejan en un punto de encuentro para que luego pase a buscarlo un camión y lo lleve al centro de procesamiento.
Ese mismo lunes en el que Bichos de Campo visitó las instalaciones, la cooperativa implementó por primera vez una aplicación móvil que desarrollaron para facilitar el trabajo de logística y la trazabilidad de todo el material que se recolecta a diario, lo que demuestra la importancia que tiene para ellos la recorrida puerta a puerta.
Si esa es la base de su sistema es porque, aseguran, es un método mucho más efectivo que el de los contenedores verdes, de los que se recupera sólo el 30% de lo que allí se arroja y que, de hecho, va a parar a otras cooperativas. Pero además de los 1300 frentes que visitan mensualmente, hay otros aportantes -a los que ellos llaman “grandes generadores”- que son los que les entregan más de la mitad de los residuos que procesan.
En esa categoría entran los supermercados de los alrededores, algunas empresas e, incluso, todos los shoppings de la ciudad, con los que tienen un convenio específico. La FAUBA es uno de esos grandes generadores, que colabora con la cooperativa no sólo con un propósito ambiental, sino también social.
En realidad, aunque es hoy un sistema ya muy organizado, la gestión de residuos nació de la desorganización, del quiebre que significó en el tejido social la crisis de fines de los noventa y el 2000, en la que salir a “cartonear” era, para muchos, la única forma de subsistir.
La conformación de cooperativas de trabajadores fue un intento de ordenar aquel desorden, y dotar a esos cartoneros de un respaldo, una identidad y un trabajo digno, que termina de reconocerse cuando, en 2013, el gobierno porteño firmó con esas 14 instituciones un acuerdo para delegarles la recolección y tratamiento de los reciclables a cambio de un subsidio.
Por eso es que, además de un proyecto ambiental, lo que hay detrás de cada cooperativa de “recuperadores” -esa nueva identidad que adquirieron los antiguos “cartoneros”- es un proyecto de inclusión social, de familias enteras que trabajan a diario y cobran por ello.
“Por eso venimos, para que todos entiendan que cuando hablamos de gestión de residuos con inclusión social, hay familias y personas que pueden llegar mejor a fin de mes gracias al laburo que hacemos dentro de la facultad”, explicó Olivan, en su recorrida por las instalaciones junto a Bichos de Campo.
De hecho, la misma casa de estudios fue adaptando su sistema de gestión de residuos a lo largo de estos años para facilitar el trabajo de la cooperativa. Ya no hay un recuperador urbano que recorre todo el predio y visita cada edificio para llevarse el material, sino que todo se acopia en un único lugar, por donde pasa el camión semanalmente a retirarlo.
Esas estrategias surgieron del seno de FAUBA Verde, un espacio que reúne a docentes, no docentes y estudiantes en su rol de voluntarios y que, formalmente desde 2011, se encarga de hacer más sustentable a la facultad. Por eso, ahora también en conjunto con la subsecretaría de ambiente -que fue recientemente creada-, buscan la forma de que cada vez haya menos desechos.
“Queremos enviar lo menos posible al Ceamse”, señaló Olvian.

Si el lector de esta nota reside en la ciudad de Buenos Aires, seguramente habrá notado que la cantidad de “Puntos Verdes” -aquellos containers donde se reciben y clasifican en primera instancia los reciclables, generalmente en las plazas- se redujo considerablemente. De 70 que se habían creado, hoy sólo queda uno por comuna, desde donde, explicó Candela, el material les suele llegar bastante sucio y contaminado.
Que grandes instituciones se comprometan con la iniciativa, en ese sentido, marca la diferencia. “La FAUBA actúa como punto verde para nosotros”, explicó la estudiante y trabajadora, que celebra que allí la separación en origen sea correcta y a ellos les llegue el material en condiciones.
¿Por qué es eso tan necesario? Por lo que sucede dentro de ese amplio galpón.

Una vez que llega el camión -lo que sucede varias veces durante el día- se lo pesa en una báscula grande. Luego, un equipo de 4 o 5 trabajadores descarga los bolsones, pesa cada uno de forma particular, y anota qué es lo que recolectó cada recuperador. A esa cuenta más adelante se le restará la cantidad de basura que hay dentro.
El siguiente paso es la selección, en la cual los bolsones se vierten en una tolva, que mediante una cinta eleva los residuos a una estación donde unos 12 trabajadores separan los materiales por categoría. Todo lo que ellos no elijan, cae en un gran contenedor que es luego enviado al Ceamse.
La mayor parte de los materiales, como cartón, aluminio y ciertos plásticos, son luego vertidos en un enfardadora, que arma los bloques para que sean vendidos a las industrias que la cooperativa provee.
Pero hay una porción de los plásticos que, en vez de enfadarse, son enviados a una estación ubicada al final del galpón, en donde dos trabajadores los seleccionan, los cortan y los muelen con una maquina específica. Eso, señalan, agrega valor a su subproducto, porque facilita la venta a las empresas que luego lo derriten y reutilizan.
Conocer el “tras bambalinas” de ese largo trabajo que se hace desde que los residuos se entregan a un recuperador, o se dejan en un punto verde, también ayuda a facilitar la tarea, porque cuanto menos contaminación haya entre los reciclables, y mejor se los gestione en origen, más rápido y fácil se hace el proceso dentro de la cooperativa.
“Por eso, más allá de llevar el aula a la práctica, tomamos estas visitas como una forma de conocer qué hacer, qué no hacer, o cómo impactan nuestras acciones en lo que sucede luego. Antes que estudiantes, todos somos ciudadanos”, aseguró Olivan, que considera clave que el común de la gente conozca todo ese trabajo que se hace a diario.

Además de la gestión de los reciclables junto a la cooperativa, hace ya 3 años que la FAUBA impulsa otras acciones “verdes” que permiten reducir su impacto ambiental y el de sus vecinos.
Un claro ejemplo es lo que sucede con los residuos orgánicos: todos ellos son recolectados en cestos diferentes y destinados a su compostero, al que echan mano cuando tienen que fertilizar sus lotes, hacer análisis en laboratorio o alimentar el biocorredor de plantas nativas que montaron hace ya 6 años y que cuenta con al menos 140 ejemplares de 57 especies diferentes.
“En estos tres años ya alcanzamos las 12 toneladas de residuos orgánicos gestionados”, afirmó la subsecretaria de ambiente.
Para lo que no es reciclable ni orgánico, como el caso de las pilas, descartes electrónicos y hasta el aceite de cocina, cuentan también con sus propios circuitos de recolección, para luego enviárselo a otras cooperativas y entidades que se encargan de su procesamiento. Por eso, no todo lo que hacen se restringe a lo que sucede dentro de El Álamo, a pocas cuadras de su predio, pero, en cierta medida, ese fue el puntapié inicial para todo lo que vino, y vendrá.





