“En lo de Julio se consigue de todo”. Esa creencia marcada a fuego en la conciencia popular fue siempre el “caballito de batalla” del Desarmadero El Universo, un reconocido negocio agropecuario de la localidad entrerriana de Villa Elisa que, tras 60 años de historia, cerrará su venta de repuestos usados con un gran remate.
El evento, que preparan para los días 22 y 23 de noviembre, esperan que sea masivo, pues se subastarán miles de “joyas” que el propio Julio juntó por décadas y cuyo valor ya es incalculable, desde engranajes que no se fabrican más, ruedas e implementos hasta maquinaria de todo tipo.
La iniciativa la llevan a cabo sus hijos, que quedaron frente al negocio desde que él falleció, en 2023, y decidieron cumplir con su última voluntad. En la previa de esta histórica cita, María Sol Paea, contó a Bichos de Campo todos los detalles.

“Estuvimos un tiempo procesando la idea, nos costó bastante porque también es parte de nuestra historia. Nosotros nos criamos entre tractores y fierros”, relata María Sol, que es una de las cuatro hijas de Julio y quien ha ayudado en la parte administrativa del negocio durante la última década..
Al igual que sus tres hermanos, María Sol estuvo siempre vinculada al desarmadero de su padre, pero fue hace dos años, cuando él faltó, que supo que una parte del desarmadero El Universo tenía fecha de caducidad.
Es que, además de la venta de repuestos e implementos agrícolas antiguos, ya hace mucho tiempo que se dedican también a distribuir perfilería nueva. Esa actividad es la que continuará luego del gran remate de fines de noviembre, cuando se desprendan de todo lo que acumulan de 60 años de dedicarse a desarmar maquinaria.
Antes de convertirse en un “museo vivo” de la producción agrícola, y mucho antes de que Julio Paea tuviera todo lo necesario en sus estanterías, el desarmadero fue en realidad una forma de subsistencia.
Quien lo fundó fue José, el abuelo de María Sol, cuando Julio tenía sólo 5 años y una peste les mató todas las gallinas que tenían en su establecimiento de Colonia del Carmen, a pocos kilómetros de Villa Elisa. “Fue entonces como, desde la miseria total, empezaron a juntar latas, vidrio, huesos para vender y sobrevivir”, recordó ella.
Cuando las “buenas” empezaron a llegar, José pudo empezar a juntar “fierros” de todo tipo y, además de desarmarlos, también empezar a distribuir perfilería nueva y fabricar rastrones. En el año 94, superada la necesidad de sobrevivir y, en vistas de crecer, mudaron todo a donde aún están hoy instalados, en Villa Elisa.
Cuando el fundador fallece, en 2002, el negocio ya estaba a kilómetros de distancia de sus inicios. Julio le compró la parte a su hermano y, desde entonces, se dedicó de lleno a lo que sabía hacer: visitó cada remate que pudo y se hizo de los repuestos con los que abastecía a todo el país.
“Su capacidad de hacer negocios estaba en la compra, porque iba a todos los remates y sabía mucho. Por eso siempre nos decía que, cuando ya no estuviera, teníamos que hacer un remate y venderlo todo”, asegura su hija.
Cuando él faltó, supieron que inevitablemente tendrían que desprenderse de esa parte del negocio, de la que, luego del 23 de noviembre, puede que no queden muchos materiales pero sí historias, que llegan a los Paea todo el tiempo y les recuerdan lo importante que fue la empresa familiar.
En esos 3 galpones repletos hasta el techo hay varias páginas de la historia productiva del interior. “Recorrerlos te eriza la piel. Es como un viaje en el tiempo”, afirma María Sol, a quien, tras anunciar el remate, no dejan de preguntarle dónde se venderá todo eso cuando El Universo ya no lo haga.
“Es muy grande el alcance que ha tenido mi padre, él siempre fue un visionario y un apasionado de esto”, relata.
Quienes llevarán a cabo el remate son los históricos martilleros santafesinos Juan Ramos y Luis Patricelli, dos firmas con las que José tenía un vínculo muy estrecho, pues gracias a ellas se “stockeaba” de todo tipo de implementos desde que empezó. “Por eso, cuando decidimos hacer el remate con mis hermanos, no dudamos en ofrecérselo a las dos”, explicó María Sol.
Para que la cita sea inolvidable para todos, hace ya varios meses que empezaron el trabajo más intenso. Cantinas, baños y atracciones, todo lo tienen planeado. Pero lo más complejo, ya pasó, que fue hacer un recuento de todo el stock ahí almacenado para luego ordenarlo en lotes junto a los martilleros.
“Lo bueno es que mi viejo hacía un trabajo muy minucioso. Entonces se terminaba de desarmar un tractor y automáticamente se colocaba cada pieza en su estante”, señaló la contadora, que estima que hay unas 80 estanterías con miles de piezas ordenadas y en buen estado, listas para ser vendidas.

Por los precios, no se preocupan demasiado. “Queremos vender todo. Las cosas no van a tener base, entonces se liquida o se liquida”, explicó María Sol, que sabe que así más de un curioso se verá tentado a llevarse algunas de esas reliquias.
Son 60 años de historia que, en cierta medida, cierran un capítulo importante. No es el final del libro, porque El Universo seguirá siendo aquel lugar “donde se consigue de todo”, y sus dueños estarán seguros -y tranquilos- de que cumplieron con la última voluntad de su padre, dejando en lo más alto aquel museo que supo crear y sostener desde la nada misma.
			
                            
                            
                            
                            
                            
                            
                            
                            
                            
                            
                            
                            



