El próximo 5 de noviembre se cumplirán nueve meses desde que el partido bonaerense de 9 de Julio quedó bajo el agua. En esa región del noroeste provincial ya se acumularon más de 2.000 milímetros de lluvia, cuando el promedio anual es de apenas 850. La situación sigue empeorando.
“Cada vez que hablamos es peor que la vez anterior”, resume Patricia Gorza, productora de la zona de 12 de Octubre, donde el agua sigue avanzando y el panorama se vuelve más crítico con el paso de los días.
“Estamos transitando el pico de crecida por el agua que ingresa al partido. Llueve todos los fines de semana, no son lluvias de 10 milímetros: caen 60, 80 o 100 sobre lo que ya tenemos”, describe.
El 80% de la red vial está intransitable y el resto, en muy mal estado. “En muchos casos ni siquiera se puede pasar con un tractor. Solo algunos accesos a los pueblos se mantienen abiertos para que la gente pueda salir a la ruta”, cuenta Gorza.
Así se están sacando los animales hoy en la zona de Bacacay, partido de 9 de Julio.
Sigue creciendo el nivel de agua por el ingreso de Carlos Casares y al no tener salida todo queda acá.
Quebranto y empobrecimiento de toda la ruralidad.
No es mucha agua, es poca obra. pic.twitter.com/tw2VHte0Gx— Patricia Gorza 🇦🇷🇦🇷 (@PatriciaG9dj) October 29, 2025
La inundación afecta no solo a los caminos, sino también a la producción agrícola: “Se empiezan a tachar las fechas de siembra y en muchos lugares ya se está descartando la gruesa. El panorama es desesperante y financieramente va a golpear muy fuerte a todo el corazón productivo de 9 de Julio y Carlos Casares”.
La situación, asegura, los productores la enfrentan prácticamente solos. “Hubo pedidos a todos los niveles del Estado, pero la respuesta fue mínima. De la provincia bajaron dos equipos de Vialidad que están viviendo en 9 de Julio, trabajando todo el tiempo. Hay una mesa que coordina el Ministerio de Desarrollo Agrario junto al municipio y las entidades del agro, pero lo que necesitamos excede sus posibilidades. De Nación no hubo respuesta de ningún tipo, ni siquiera a los pedidos formales que hizo la intendenta”, lamenta.
En los campos, los productores intentan mantenerse a flote con sus propios recursos: compran tubos de alcantarilla, camiones de piedra y escombro, y reparan como pueden los caminos para poder entrar con las máquinas. “El problema es que el agua no para de ingresar. Recibimos todo el caudal del oeste -Trenque Lauquen, Pehuajó, Tejedor, Carlos Casares- y acá se forma un embudo antes de llegar al Salado. De los cuatro canales troncales, tres están desbordados”, explica Gorza.

El impacto sobre los cultivos es devastador. El trigo, que apenas alcanzó a sembrarse en un 30% de la superficie habitual, ya perdió una tercera parte. “Del total sembrado, un 10% está perdido. Y aunque algo se mantenga en pie, no sabemos cómo vamos a cosecharlo. Estamos ya en noviembre, no quedan más días para seguir esperando”, señala.
Tampoco hay perspectivas para maíz ni soja. “Hay zonas que podrían sembrarse, pero no se puede llegar con la sembradora ni con el fertilizante. Algunos productores dicen que sembrarán hasta el 15 de enero, aunque sea sin fertilizar, porque algo hay que hacer”, relata.
A la crisis productiva se suma la económica y social. “Hay gente que vive del alquiler de su campo, jubilados que dependen de eso, y hoy esos alquileres no existen. El que alquila no puede entrar a trabajar, el que produce no puede sacar los granos del campo. Ya hay cheques rechazados, productores que nunca habían tenido un problema financiero en su vida. Hay cereal en los bolsones que se está pudriendo porque no se puede sacar, y los peludos los rompen. Es una cadena de quebranto que recién empieza”, advierte.
Es muy difícil para todos nosotros lograr que se dimensione lo que está pasando con estas inundaciones que llevan ya 9 meses.
El esfuerzo para llegar a los campos dónde solo se ve agua, el cansancio, la angustia crece día a día.
Mientras tanto todos prefieren ignorar la… pic.twitter.com/tFmssfdcgZ— Patricia Gorza 🇦🇷🇦🇷 (@PatriciaG9dj) October 29, 2025
El impacto humano también es profundo: “Hay familias que tuvieron que abandonar sus casas porque el agua entró en los patios, y escuelas rurales que desde abril no tienen clases presenciales. Algunas evacuaron hace meses y todavía no volvieron a la normalidad. Y lo peor es la sensación de que a nadie le importa”, dice Patricia con resignación.
Nueve meses después de la inundación, la incertidumbre domina todo. “Todavía no sabemos cuándo va a ser el pico. No va a alcanzar el verano para que drene, ni para arreglar caminos, ni para reconstruir nada. Vamos a llegar al otoño de 2026 en condiciones muy complicadas. Lo que viene es muy duro, y el Estado sigue sin vernos”, concluye.




