Hay un enjambre de abejas salvajes en el medio de una avenida. Llega un hombre en su bicicleta, se pone el traje, y se las lleva sin problemas.
Esa escena, que esta semana se vio en plena Diagonal 73, en el centro de La Plata, es en realidad una actividad cotidiana para Darío Dalla Villa, un apicultor que se dedica a rescatar las abejas salvajes de casas particulares y espacios públicos en la capital bonaerense, y que lo hace “a colaboración”.
Así como él, hay muchas otras personas que trabajan en red y atienden las “emergencias” que les llegan en los foros y grupos de redes sociales. Estos “rescatistas” de abejas intervienen para evitar que se las mate y garantizan la reubicación de esos enjambres y colmenas sin poner en peligro a los vecinos.

Este es ya el segundo año que Darío se dedica a esta particular actividad, que conoció desde muy chico gracias a un tío que era apicultor y que hoy difunde en su página Abejas Salvajes en redes sociales. “Es una pasión”, explicó, al repasar su trabajo junto a Bichos de Campo, pero lamenta no poder ejercerla más que en sus ratos libres, pues como no cuenta con ningún respaldo regulatorio, sólo intenta cubrir los gastos con lo que pueda aportar quien lo llamó.
“Muchas veces no llego siquiera a eso”, aclara, pues no todas las familias que ayuda pueden hacer su colaboración, lo que no quita que él igualmente vaya en su bicicleta a cumplir con la tarea, que ya la considera “un servicio a la comunidad”.
De hecho, aunque no lo parezca, esta actividad es cada vez más solicitada tanto en La Plata y sus alrededores como en muchos otros centros urbanos. Tanto que, en temporada alta, Darío puede llegar a hacer hasta 3 rescates por día, a los que va en su bicicleta con la que recorre decenas de kilómetros sin importar el frío, el calor o la paga.
Las “abejas salvajes” irrumpen en entornos urbanos porque no tienen otro lugar a donde ir. “Es un problema que se está intensificando por las condiciones climáticas, el sistema constructivo, y el avance inmobiliario y de la frontera agropecuaria”, explicó Darío, que señala que por eso “no es casual” que su trabajo sea cada vez más demandado.
Cuando se invade su hábitat natural, las abejas buscan refugio en los techos de las casas, en los troncos de los parques y en los arbustos en medio de la ciudad. Hasta que son fumigadas, o rescatadas, construyen allí su panal e intentan subsistir y, a veces, son tan insólitos los lugares que encuentran, que el trabajo del apicultor se hace más complicado.
“Hay reubicaciones realmente muy complejas. Muchas veces hay que hacer trabajos en altura o romper paredes con un cincel y una masa. Son trabajos muy exigentes”, relata Darío. Por eso, lo que hizo días atrás en plena Diagonal 73 es mucho menor comparado con lo que suele enfrentar a diario.

La época más álgida es esta, ya que, durante la primavera, las abejas dejan de hibernar y salen a recolectar el polen de la vegetación. Es entonces cuando, por falta de espacio dentro de la colmena, la mitad de la colonia suele emigrar y arma grandes enjambres que, como no encuentran otros lugares, terminan instalándose en la ciudad.
Sin embargo, que sean “salvajes” no significa en absoluto que sean peligrosas. De hecho, explica Darío, aunque las picaduras son los “gajes” de su oficio -ya que debe “invadirlas” y romper sus panales para retirarlas-, suelen ser muy poco frecuentes, teniendo en cuenta que administra y rescata no menos de 20.000 abejas a diario.
“Pican cuando no tienen más opción que defenderse, pero no son agresivas sino todo lo contrario: evitan picar para no morir”, señaló el especialista.
Una vez que las retira del lugar, se las lleva a un apiario propio, que tiene registrado pero que produce sólo para el consumo personal, ya que no comulga con la explotación apícola convencional y aún no ha encontrado la forma de avanzar hacia una producción sostenible y “amigable” con esos insectos.
“Es un proyecto que con el tiempo iré armando, porque hoy por hoy la venta de miel está ligada a los precios internacionales y no es del todo rentable”, agregó.
Pero, antes que con la producción, Darío considera que sería fundamental poder subsistir con la actividad de rescate, que hoy por hoy ejerce en las pocas horas que el resto de sus trabajos le dejan libres, ya que no es rentable ni le permite llegar a fin de mes.
Como no hay legislación ni normativa vigente que regule esa tarea, el esfuerzo de estos apicultores es a menudo invisibilizado. Eso dificulta la provisión de las herramientas necesarias, pero además que haya un trabajo coordinado con las autoridades, ya que, observa Darío, así como él hay muchos otros profesionales que podrían brindar su servicio a diario.
“La apicultura periurbana es algo inevitable. Impedirla es inútil, y es necesario que sea regulada, para que se ajuste a una realidad inevitable”, expresó.
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Más allá de eso, Darío se capacita y estudia continuamente, con la esperanza de algún día poder dedicarse de lleno a la actividad, y ser remunerado por el esfuerzo físico y el tiempo diario que le dedica.
Mientras tanto, hace también un trabajo de concientización en redes sociales, desde donde muestra que estos insectos, lejos de ser peligrosos, son fundamentales para los ecosistemas. “Hay que lograr que los municipios acompañen a las familias vulneradas por invasiones de abejas y que ese acompañamiento no sea fumigar, sino trabajar en una reubicación de forma sustentable”, señala.





Los planes educativos argentinos,tendrían que tener un espacio para que los estudiantes aprendan la utilidad de insectos benéficos como el caso de las abejas o las arañas.En la mayoría de los casos se las mata por ignorancia.