En Escobar, en un barrio diseñado bajo los principios de la permacultura, vive Virginia Escribano. Allí, la naturaleza no es un decorado sino la base de todo. La permacultura propone un modo de habitar que busca imitar los patrones y ciclos de los ecosistemas naturales: construir en armonía con el ambiente, aprovechar los recursos de manera sustentable y fomentar la cooperación entre las personas que comparten el lugar.
La casa de Virginia refleja esa filosofía desde su propia construcción. Las paredes de barro, el techo vivo que mitiga el impacto de la temperaturas, y los espacios abiertos que se integran al entorno son parte de un proyecto de bioconstrucción que se mimetiza con el paisaje. Pero lo que más llama la atención es el jardín, pensado como un espacio vivo, en constante cambio, que invita a aprender de la naturaleza en cada estación.
El equipo de De Raíz visitó a Virginia en su jardín y en la charla aparecieron muchos de esos aprendizajes que van más allá de lo ornamental. Se habló de la importancia de sumar plantas nativas, de entender cómo se relacionan con las mariposas, los insectos y las aves, y de la necesidad de dar lugar a lo autóctono en vez de imponer siempre especies exóticas. El recorrido se transformó en entender cuanto enseña el jardín con el paso de las estaciones.
Mirá la nota:
Además de la huerta en la vereda que mantiene un dialogo con los vecinos, Virginia diseñó un estanque que funciona como centro vital del espacio y un jardín de mariposas que cambia según la época del año. Cada rincón tiene un propósito: atraer polinizadores, dar refugio a la fauna, ofrecer alimentos o simplemente mostrar la belleza de lo natural cuando se lo deja expresarse.
Para Escribano, el jardín no es algo acabado ni estático: es un proceso que se acompaña. “Hay que animarse a probar, a dejar que las plantas digan lo suyo”, sostiene. En ese camino, ella misma va aprendiendo junto al jardín, observando cómo cada decisión genera nuevas dinámicas y cómo lo natural encuentra su equilibrio.
Su experiencia demuestra que la bioconstrucción y la permacultura no son ideas abstractas, sino formas concretas de habitar y cultivar. El “jardín vivo” de Virginia es prueba de que se puede convivir con la naturaleza, respetando sus ritmos y aprendiendo de ella día a día.