Tras el “boom” en su consumo, sobre todo desde la pandemia, con la palta surgió la misma pregunta que suele aparecer siempre que un determinado alimento se pone de moda: ¿Por qué no se produce en cantidad en el país?
Las razones son varias, y van más allá de la relativa juventud de esta fruta o las condiciones climáticas, porque hay que buscarlas en la escasa planificación de la actividad y las limitaciones que hacen que, hasta ahora, haya sido un cultivo marginal, con más potencial que señales concretas de despegue.
En el país, se produce palta en unas 3000 hectáreas dispersas por el NOA. Aunque los suelos argentinos no suelen ser ideales para este cultivo -lo que da una primera pauta de sus limitantes- es allí donde han podido hacer pie varios proyectos productivos.
La principal razón está en la alta rentabilidad que tiene, más aún para establecimientos chicos. “Con solo cinco hectáreas bien manejadas, ya se puede tener una unidad económica”, observó el productor tucumano José Luis Palacios en diálogo con Portalfrutícola.com.
Palacios, que cultiva paltas hace ya 40 años, no duda de la potencialidad de esta fruta, que podría convertirse en una gran oportunidad para el país si se cuenta con las condiciones adecuadas. Y es justamente por eso que, con cautela, desliza que “la proyección es incierta”, pues con su amplia trayectoria ha visto repetirse los mismos problemas una y otra vez.
La escasez de suelos aptos retrasa el avance de este cultivo y resulta, en cierta medida, un aspecto inmanejable. Eso es lo que condena a la producción de paltas argentinas a tener volúmenes marginales que deben ser destinados al consumo interno, donde los precios de la fruta fresca suelen superar a los internacionales.
Lógicamente, como no alcanza a cubrir la demanda, suele llegar fruta importada de Chile, Perú, Brasil y en menor medida de Colombia y Ecuador.
La importación, en sí, no representa un problema, explica Palacios. Sí lo es el momento en que se hace, porque generalmente coincide con las fechas de cosecha local, cuando podría volcarse ese fruto al mercado sin correr el riesgo de desabastecimiento. “Otros países cuidan a sus productores, acá no pasa eso. Eso genera incertidumbre e impide que más productores se animen a invertir”, lamentó el productor.
Una salida posible para el sector primario es la industria, que permitiría agregar valor sin competir con fruta fresca que llega de afuera y daría mayor resguardo cuando los precios no son los ideales, para tener así más previsibilidad.
Pero, al igual que sucede con la importación, tampoco hay planificación en ese aspecto. Los niveles de industrialización suelen ser nulos y, cada campaña, se pierde la chance de procesar la fruta nacional para convertirla en aceite o pasta y engrosar la cadena.
“Hay interés y potencial, pero también mucha incertidumbre política y económica. Si no se protege al productor local y no se invierte en industrialización, el crecimiento será más lento de lo que podría ser”, concluye el diagnóstico de Palacios.
No se si será cierto pero me comentaban, en un viaje por el norte, que algunos productores argentinos vendían su producción a Chile porque tenían mejor precio, ya que los chilenos podían vender la palta más cara dada su reconocida calidad en el rubro.