El hecho de que el gobierno libertario esté usando los fondos destinados a mitigar inundaciones para comprar títulos públicos es toda una metáfora del eterno drama argentino.
El Fondo Fiduciario de Infraestructura Hídrica, financiado de manera forzosa por los conductores de vehículos cada vez que cargan el tanque de combustible, dejó de proveer recursos para abonar las obras del Plan Maestro de la Cuenca del Salado y pasó a integrar una suerte de reserva de resguardo destinada a absorber parte del volumen abismal de títulos públicos –como las Lecaps– diseñados para evitar que los pesos vayan en búsqueda de dólares a precios subsidiados.
Las obras se interrumpieron, este año el régimen hídrico fue sorpresivamente abundante y una de las principales zonas agropecuarias de la zona pampeana se inundó para quedar, por el momento, fuera de producción.
Mientras tanto, los fondos destinados obras de infraestructura hídrica, en lugar de estar invertidos en el territorio, permanecen mayormente congelados en títulos públicos cuya única misión es establecer un tipo de cambio ficticio que ayuda, en el corto plazo, a contener la inflación.
Todas las calamidades argentinas se originan ante la intención de pretender controlar el precio del dólar, que es el verdadero amor de los argentinos (el fútbol está en segundo lugar, cómodo).
La desgracia es que, si el gobernante de turno va a subsidiar el valor del dólar para repartir esa mercadería entre sus súbditos, la ideal es que tenga al menos “dos dedos de frente” para cuidar la máquina generadora de divisas. Pero esos “dos dedos” no sólo no son dos, sino que ni siquiera son uno.
Todos los economistas que usan los fondos hídricos para comprar papelitos –que ya ni los bancos quieren para hacer “tasa”– y que ponen en planillas de cálculo las divisas que se espera que genere el campo como por arte de magia, deberían ser parte de una gira obligatoria de una semana por las zonas inundadas para entender de qué se trata el asunto.
Cuando hablo de “gira obligatoria” no me requiero a un paseo extenso por helicóptero, sino andar arriba de un tractor para sacar leche de un tambo por un camino rural inundado; ir a buscar en camioneta a una familia que quedó aislada en un establecimiento; visitar un silobolsa rodeado de agua y pensar de dónde obtener recursos para financiarse ante la imposibilidad de entregar grano; entre otras posibilidades (se aceptan sugerencias).
Gestionar la macroeconomía de una nación implica tener una mirada integral y no solucionar (o intentar solucionar) los problemas del Estado nacional y que lo demás no importe nada (con excepción de los sectores mineros e hidrocarburíferos).
Si el tipo de cambio fuese el de equilibrio, como sucede en los países vecinos, no habría que crear títulos basura ni usar de manera espuria fondos fiduciarios. ¿El salto de tipo de cambio se iría a precios? Seguramente, pero en una fase inicial, luego todo se iría acomodando con el transcurrir del tiempo.
El equipo económico del gobierno, luego de heredar una herencia pesadísima del kircherismo, ha realizado grandes esfuerzos por equilibrar muchas de las principales variables macroeconómicas. Pero sigue empecinado en intervenir el tipo de cambio, lo que requiere esfuerzos que podrían estar dedicados a cuestiones realmente productivas, como poner en funcionamiento al agro, la mayor “máquina” generadora de divisas del país.
En ese sentido, lo que suceda en las próximas elecciones legislativas es irrelevante. Lo realmente importante es acomodar los precios relativos, para lo cual es indispensable dejar de subsidiar el valor del dólar. Y, por supuesto, usar los recursos del Fondo Fiduciario de Infraestructura Hídrica para –como su nombre lo indica– obras hídricas; no para colocar en instrumentos financieros.