En el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), la flora y la fauna no están tan escindidas de la ciudad como se cree. De hecho, existen allí cinco reservas de pastizales, que aún son el refugio de especies nativas del ecosistema pampeano original. Sin embargo, la falta de políticas para su conservación las pone a merced de la creciente presencia de otras exóticas e invasoras.
Esto es lo que estudiaron dos docentes de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), que analizaron la composición florística de aquellas cinco áreas verdes, cuatro de las cuales se encuentran actualmente protegidas. Estas son la Reserva Urbana de la Defensa de El Palomar ‘Isla Verde’; la Reserva Municipal Santa Catalina, en Lomas de Zamora; el Paisaje Protegido de Interés Provincial Camino de las Flores, en Longchamps; la Reserva Natural Laguna de San Vicente, y Reserva Natural de Laferrere (no legislada).
“Los pastizales del AMBA son estratégicos para la región, ya que albergan una alta biodiversidad, regulan el clima y secuestran carbono, entre otros beneficios. Además, allí viven especies nativas valiosas; muchas de ellas estaban presentes en el pastizal pampeano original”, afirmó Cecilia Molina, docente de Fertilidad y Fertilizantes en FAUBA, al medio Sobre La Tierra.
Junto a Mariana Ciavattini, docente de la misma cátedra, encontraron que de las 195 especies vegetales que registraron durante el estudio, 113 fueron nativas y 44 exóticas. A su vez, la proporción de especies exóticas fue variable.
“En Santa Catalina y San Vicente —las reservas más pequeñas— llegó al 35%, mientras que en Laferrere y en Camino de las Flores alcanzó el 14 y el 18%, respectivamente”, señaló Molina, quien resaltó a continuación que más del 60% de las especies exóticas halladas fueron invasoras.
“En el caso de Santa Catalina y San Vicente, la falta de manejo, como cortes mecánicos o pastoreo, hace más probable que se establezcan estas especies capaces de desplazar a la vegetación nativa. Estos resultados muestran la vulnerabilidad de estos ecosistemas y la necesidad de manejarlas para minimizar el impacto de las especies introducidas”, sostuvo la docente, que junto a su colega publicaron los hallazgos en la revista científica Ecología Austral.
Frente a este panorama, Molina explicó que resulta vital “mantener fragmentos de pastizal con vegetación autóctona para preservar la gran variedad de organismos que los habitan”, para lo cual es buena opción revegetarlos con flora local. A esto se suma el mantenimiento periódico de la vegetación con podas, y la posibilidad de crear corredores biológicos para interconectar las reservas, que estimulen la dispersión de las plantas nativas.
Esto, sin embargo, no es sencillo de lograron ante la falta de planes de gestión o protección legal.
“Si bien es posible restaurarlas y manejarlas para potenciar los beneficios que brindan, es urgente que se les preste más atención, con medidas efectivas para protegerlas”, sostuvo Molina.
En esta línea, Ciavattini resaltó el rol de la ciudadanía en esta tarea: “En algunos de los que estudiamos hubo grupos de vecinos que lideraron iniciativas de conservación, demostrando que la gestión comunitaria permite ‘mantenerlos vivos’”.
Y subrayó a continuación: “Para que estos esfuerzos tengan impactos duraderos, los gobiernos locales deben reconocer el valor de estos ecosistemas, integrarlos a la planificación urbana, designarlos áreas protegidas e implementar planes de manejo. Además, deberían promover programas de educación ambiental de la comunidad, impulsando su apreciación y restauración”.
Las docentes enfatizaron que los pastizales urbanos ofrecen oportunidades únicas para practicar la restauración ecológica, pero que es clave que la población modifique su visión sobre ellas.
“Hay que cambiar el paradigma de su valoración social, hacer que se reconozca su importancia y se impulse su protección. El debate está abierto: ¿seguiremos ignorando a estos ecosistemas o los integraremos definitivamente a nuestras ciudades?”, concluyeron.