Adriana Tarditto recibió en diciembre de 2024, de manos de la empresa en la que trabaja, el premio al cultivo de los siguientes valores: integridad, entusiasmo, continuidad, crecimiento y sostenibilidad. Ella lo resume como “al compromiso”. Su entorno humano ha reconocido permanentemente en ella su capacidad de lucha, autosuperación y resiliencia, debido a que la vida le deparó muchas sorpresas dramáticas, pero nunca bajó los brazos y “siempre empujó hacia arriba”.
En Bichos de Campo hemos querido que nos cuente su historia y ella, con muy buena predisposición, accedió.
“Nací en General Levalle, un pueblo de 6000 habitantes, que queda a mitad de camino, entre Laboulaye y Vicuña Makena, en el sur cordobés –comienza a relatarnos su derrotero, Adriana-. Mis padres eran empleados rurales que hacían tambo y todos los menesteres, pero después de muchas idas y venidas, hoy he vuelto a mi pueblo. Hasta quinto grado estudié en una escuelita rural, porque hubo una gran inundación y nos tuvimos que mudar a Levalle. Entonces papá consiguió trabajo en otro tambo, donde ordeñaba y le pagaban con leche, que él vendía en el pueblo”.
“Siendo adolescente empecé a trabajar, primero en una heladería, después fui empleada doméstica y cuidaba chicos –continúa, Adriana-. A mis diecisiete años conocí a Horacio, que trabajaba en un supermercado, pero se había criado en una estancia. Después de noviar ocho años, nos casamos, cuando él pudo comprar una casa en el pueblo, aunque yo siempre había soñado vivir en el campo. Entonces al poco tiempo, mi marido se enteró de que necesitaban un tractorista en la estancia Monte Hermoso, a 30 kilómetros de Levalle, donde le daban vivienda, de modo que nos fuimos a vivir y a trabajar a allí”.
“En nuestra casa, en la estancia, hice huerta y un día coseché un zapallo de 125 kilos, tan grande que me filmaron para la televisión local. Fui famosa por un rato –se ríe, Adriana Tarditto- y además me puse a criar gallinas. Llegué a tener 80 pollitos doble pechuga, pero me arruiné la salud porque aquella experiencia me dejó una hernia de disco”.
“A los dos años quedé embarazada y nació Guillermina. Pero poco tiempo después, Horacio se empezó a enfermar, bajó doce kilos y comenzaron a hacerle estudios. Después de dos años, lograron diagnosticarle qué padecía y para eso, era el año 2005 cuando lo internaron en Buenos Aires. Resulta que no asimilaba lo que comía. Pasó a andar conectado a una máquina que lo nutría”, recuerda con dolor, Adriana.
Siguió contando su vida, la premiada cordobesa: “En medio de los estudios por la salud de mi marido, me embaracé de Delfina, y poco tiempo después falleció mi suegro. Luego, mi hija nació con un soplo al corazón y la operaron en Rio Cuarto. Seis meses después, falleció mi suegra. Pasó un año y medio y falleció mi mamá. A la semana, fui a visitar a mi papá y le dio un infarto delante de mí y también falleció. En fin, fueron cuatro o cinco años patéticos para mí, porque los padecí de verdad”, se lamenta, la levallense.
“Horacio siguió declinando en su salud, pero a pesar de eso, siguió trabajando en el campo, en el que yo siempre lo acompañaba y ayudaba. Llegó una campaña de cosecha que, al estar él tan flaquito y débil, le tuve que cargar las bolsas de semillas porque él no podía más. Entonces lo ascendieron a encargado de la estancia para que sólo dirigiera, pero con los años siguió empeorando y tuvimos que volver a vivir al pueblo y yo lo remplacé en sus tareas de encargado. Además, puse un kiosco para sumar ingresos, pero tuve que venderlo para poder atender a mi esposo. Finalmente, luego de 14 años de padecimiento y de correr a internarlo porque sufría cada vez más episodios, en 2016 Horacio falleció”, expresa, Adriana, resignada ante lo trágico de la vida.
Pero a continuación, elige resaltar un gesto solidario que experimentó: “Germán Alonso es el administrador de la estancia donde vivimos y trabajamos tantos años con mi marido, y es como nuestro ángel de la guarda, porque siempre estuvo para ayudarnos en nuestros peores momentos. Y él, junto a la generosidad de los propietarios de la estancia, permitió que yo lo remplazara a mi marido en su función de encargado, para que él siguiera cobrando, en su enfermedad. Después agarré más trabajo: fui secretaria en un consultorio médico, más tarde sumé horas en un laboratorio químico, hasta que de pronto me ofrecieron trabajar de cocinera en el campo de la empresa Loma Alta, a 50 kilómetros de Levalle”, señala.
“Acepté entrar en Loma Alta –sigue la resiliente cordobesa- y como ya no podía ir más a la estancia, Germán Alonso, gentilmente me reconvirtió el trabajo, de modo que hasta hoy le realizo los pagos de la empresa en el pueblo, y una vez al año lo ayudo en la reunión CREA, que se hace en la estancia. Trabajé durante dos años haciendo las viandas para el personal de Loma Alta, hasta que un día, la empresa me ofreció ascenderme, otorgándome el puesto de encargada de estructura y de balanza. Fue un honor para mí, y muy gratificante. Así es que dejé las viandas y tuve que ponerme a aprender ese oficio”, recuerda.
Adriana ejemplifica su trabajo diario: “Los lunes y jueves paso a buscar a parte del personal para llevarlos al campo, y los caminos no son un billar: cuando hay seca, te comés todos los pozos, y cuando llueve, surfeás entre barro y agua”.
“Otro ejemplo: conservo una foto aérea, que grafica una de las tantas situaciones complejas que puedo tener que resolver en mi trabajo. En la foto se me ve parada en el campo, junto a mi compañero cotidiano, mi perro Silver, donde estaba viendo cómo resolver una situación caótica en la que había volcado un camión, en plena época de cosecha”, dice y reconoce: “Hoy en mi puesto tengo hasta cuatro personas a cargo y, al tratar a diario con camioneros, debo ser firme de carácter”.
Haciendo un repaso de su vida, reflexiona la multifacética cordobesa: “Ahora reconozco que, de joven, debí haber estudiado agronomía, y que hoy, si tuviera un título, tendría más y mejores trabajos en el campo, que siempre fue mi pasión y mi vocación. Pero me produce un gozo enorme que actualmente, mi hija Guillermina esté hoy estudiando esa carrera, en Río Cuarto. A mi otra hija, Delfina, que vive conmigo, le pegó la pasión por la gastronomía y se acaba de recibir de pastelera”.
Adriana continúa reflexionando y culmina: “Yo me apasiono con todos los trabajos que hago, en todos ellos he puesto toda mi alma, y mi voluntad, para que todo salga de la mejor manera. Hoy siento que he vivido muchas vidas y que he tenido la buena suerte de que mis empleadores han sido y son gente muy solidaria, porque siempre me han dado la oportunidad de crecer para que yo pueda vivir dignamente y que a mis hijas no les faltara nada. Me gusta superarme permanentemente y para eso me la paso aprendiendo, asimilando todo a mi alrededor. En la empresa hacen feedlot y ya me está interesando la ganadería. Sólo le pido a Dios salud, para poder seguir aprendiendo”.
Adriana Tarditto eligió despedirse con la canción Brindis, de Afo Verde, interpretada por Soledad Pastorutti, porque dice identificarse mucho con su letra.