Es conocido el recorrido de la fundación ProYungas, una ONG nacida en Tucumán que desde hace 25 años insiste en que se puede producir y conservar el ambiente en un mismo movimiento. No significa para ellos una consigna vacía, sino una forma de conjugar el cuidado de los bosques con la actividad empresarial. Por eso buscan demostrar, mediante mediciones y estudios, que esa comunión puede ser beneficiosa para los ecosistemas.
“No hacemos adivinación, esto es ciencia”, resume el ingeniero forestal Martín Lepiscopo, que integra la fundación desde 2018 y lleva adelante una tarea que, a priori, parece imposible: medir la salud de los bosques nativos. Aquí no existe el termómetro ni los antibióticos. Pero sí hay un trabajo exhaustivo que Lepiscopo explicó con lujo de detalles a Bichos de Campo.
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Entre sus múltiples programas, los monitoreos de diversidad son una de las actividades más importantes de la ONG. Este ingeniero se encarga de un proceso clave, que son los relevamientos de vegetación, y lo hace en las yungas, un ecosistema que conoce muy de cerca, pues es tucumano y estudió en la facultad de ciencias forestales en la Universidad Nacional de Santiago del Estero, una de las más prestigiosas en estos asuntos.
Verificar la salud de los bosques no se trata de salir a caminar por el monte y simplemente hacer anotaciones. Como toda medición, su trabajo necesita de parámetros, unidades e instrumentos para que el diagnóstico no sea engañoso. Además las Yungas, sin ir más lejos, es una región que concentra la mayor diversidad ambiental del país, que está protegida bajo la Ley de Bosques y que muchas empresas y comunidades “custodian” gracias al Programa de Paisajes Protegidos (PPP).
Entonces lo que les interesa a los especialistas como Martín es determinar si efectivamente ese ecosistema está bajo un correcto cuidado o no. Para eso, en primera instancia seleccionan un área a estudiar y de allí toman parcelas circulares de 1000 metros cuadrados, unos 36 metros de diámetro, que servirán de muestra para conocer la salud de ese bosque que convive o está cerca de una producción agroindustrial.
Hacer bien ese primer paso determina la fiabilidad de su estudio. “Sería inviable medir todos los árboles que hay en todo el bosque, y por eso usamos este muestreo”, explica Lepiscopo. Desde ya que una muestra poco representativa arrojaría resultados engañosos, por lo que deben establecer cuántas parcelas tienen que utilizar según el tipo de bosque y la altitud de la masa boscosa.
El empeño está puesto en estudiar en profundidad cada parcela seleccionada. Allí dentro sí se toma nota de cada árbol que tenga más de diez centímetros de diámetro al metro y medio del suelo. Se analiza uno por uno.
“Medimos qué especies hay, qué tamaño tienen, en qué estado se encuentran y el nivel de cobertura que tienen”, resume el ingeniero. No es sólo etiquetar y reconocer, pues marcan el diámetro, altitud y salud de cada ejemplar y reparan incluso en la copa, el fuste y la relación con los demás árboles.
Teniendo en cuenta que las yungas concentran un 50% de la biodiversidad del país, y que hay unas 450 especies en toda su extensión, es un trabajo complejo y cansador, pero efectivo. “Con todos esos parámetros nosotros podemos conocer el estado de salud y conservación de ese bosque”, afirma Martín.
“Es ciencia”, insiste. Y por eso aclara que el inventario forestal no es el único método de trabajo que utilizan. En paralelo, conjuntamente con el Instituto de Ecología Regional de Tucumán cuentan con una una red de parcelas permanentes, de mayor tamaño y rectangulares, sobre las que se vuelve periódicamente para estudiar la evolución del ecosistema.
Si el inventario forestal, con sus parcelas circulares, es la foto; las parcelas permanentes son la película completa, porque dan una idea más certera de cómo se desarrolló ese bosque en un período de tiempo.
“Algunas parcelas se establecieron hace más de 20 años en todo el rango de las Yungas, y hoy se siguen creando nuevas”, explica el ingeniero forestal. La red contempla unas 60 extensiones de una hectárea cada una, mucho más amplias a comparación de las circulares, en las que se etiqueta e identifica cada árbol para volver y evaluarlo a posteriori. Ya no es el muestreo al azar que se hace una sola vez.
Con su Programa de Paisajes Protegidos (PPP), ProYungas trabaja junto a empresas agroindustriales, productores e instituciones que producen y a la vez aceptan convertirse en custodias de espacios protegidos de alto valor ambiental. Medir la salud de los bosques y hacer inventarios les permite a dichas empresas contar con información más certera de esa marea verde que durante mucho tiempo fue algo externo a la actividad económica. Y marca diferencias entre quienes hacen bien o mal esa tarea.
“A partir de entender que puede convivir pacíficamente y sustentablemente con la producción, el bosque pasa a ser un activo de la empresa”, afirma Lepiscopo, que forma parte de una arista clave: darles diagnósticos y directivas a quienes pretendan ser “custodios” de ese ecosistema.
“Les decimos ´este es el bosque que tenés en tu área y de esta manera lo vamos a conservar´”, explica. Y habla en plural porque la ONG define pautas de manejo, directivas de conservación y, en caso de ser necesarios, planes de regeneración sobre el bosque, que no es sólo un corredor natural para miles de especies animales, sino también una reserva fundamental de agua para el continente.
¿Y sirve esa medición como base para hacer negocios con bonos y otras yerbas? Desde la fundación son cautelosos y, ante la “fiebre” de los bonos verdes, toman debida distancia: “lo que queremos es la perpetuidad del bosque”, aclara el ingeniero forestal. Si las empresas aplican o no a beneficios económicos por el carbono absorbido ya no es de su incumbencia; ellos sólo les dan información en base a mediciones que permiten evaluar si el área se está cuidando de forma debida.