Aunque en muchos ámbitos hoy sea considerada una mala palabra, la burocracia es una pata fundamental para que toda nación -y finalmente la humanidad- cumpla con sus objetivos. En el diccionario esa palabra se define como “organización regulada por normas que establecen un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos que le son propios”. Es decir que burocracia también significa acuerdos comerciales, diplomacia y negociación, aspectos clave para el desarrollo de los países y las inversiones productivas.
En una recorrida por Paraguay, Bichos de Campo entrevistó a uno de los protagonistas de este trabajo fino que permite que muchas cosas sucedan. Gabriel Rodríguez Márquez es un uruguayo que desde joven trabajó para trascender fronteras y logró tener una extensa carrera en los principales organismos internacionales vinculados al agro.
“Lo fundamental, cuando uno pasa revista, es sentirse con el deber cumplido”, señaló, al repasar su dilatada carrera que últimamente lo tenía como representante del IICA en Paraguay, una tarea que finalizó hace pocos días. Pero ese fue sólo uno de los tantos capítulos de los 40 años de su vida que integró organismos multilaterales vinculados al agro.
Lo interesante de historias como la suya es que permiten conocer más de cerca lo que subyace a la compleja maraña de decisiones bilaterales, barreras comerciales, subsidios y negociaciones, y como éstas cosas complican o favorecen finalmente la vida de los productores rurales. A eso se ha dedicado Gabriel toda su vida, en su recorrida por el mundo y sus organizaciones. En su extenso recorrido se entrevé cómo funciona la “buena burocracia” de la que poco se habla.
Mirá la entrevista completa:
Gabriel es doctor en Relaciones Internacionales y se formó en derecho, un ámbito extraño para una familia de productores agropecuarios, comoe ra la suya en Uruguay. Pero las vueltas de la vida lo condujeron al campo desde muy joven, pues sólo era un estudiante cuando consiguió su primer trabajo en el INAPE, el Instituto Nacional de Pesca de su país.
“Yo hacía la parte de comercialización, me facilitaba el hecho de conocer idiomas, y cuando quise acordar estaba a cargo del departamento comercial”, destacó. También, cuando se quiso acordar, estaba modelando su prometedora carrera profesional.
“El campo tira”, afirma hoy, a la distancia. Y ha tirado con fuerza, porque desde esa primera experiencia no se ha distanciado jamás del ámbito de las negociaciones internacionales vinculadas con este campo. Con paciencia, llegó a jugar en las grandes ligas y formar parte de los años dorados del multilateralismo cuando primero ingresó a la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.
Primero con un contrato básico, pero luego como personal clave, Rodríguez Márquez trabajó como consultor de proyectos en diversos continentes. Los grandes acuerdos de los que fue partícipe fueron clave para el flujo de los comercios y los commodities, pero sabía que tenía una deuda pendiente: trabajar con los pequeños productores. Eso fue lo que, en parte, lo llevó a decidir continuar su camino profesional en el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), al trasladarse a Paraguay en 2009.
¿Primero la FAO y después el IICA? Sí, Gabriel hizo carrera en ambos organismos, y demuestra tener mucha cadera para la negociación y la diplomacia. Incluso, desmiente que haya “pica” entre ellos: “Estuve en las dos canchas y puedo asegurar que hay espacio para trabajar de forma conjunta y sin ningún tipo de problemas”, afirmó.
Su papel como representante del IICA en el país vecino culminó el pasado 3 de diciembre. El funcionario se lleva muchas experiencias y anota varios triunfos en su historial, pero tiene también la deferencia de hacer un balance y observar que los organismos multilaterales y gubernamentales aún le deben mucho al pequeño productor agrícola.
“A veces no sabemos escuchar y tomamos decisiones equivocadas, alejadas del sentido común. Al productor rural hay que entenderlo”, aseguró. Por eso considera clave que el sector reciba herramientas para capacitarse y así, de una vez por todas, incorporarse a la cadena productiva.
Sin embargo, Gabriel marca una tajante diferencia entre ayudar y subsidiar a los productores. A lo que se refiere es que, en vez de hacerlos partícipes de políticas sociales, hay que brindar un marco político-económico adecuado para que crezcan y se desarrollen.
“El problema de gran parte de los ministerios de agricultura de América Latina es que hacen mucho por asistencia social en vez de agrícola”, apuntó. Ahí está el sentido común del que habla, ese que muchas veces se pierde en discusiones enrevesadas.
Además, fiel a su título de doctor en Relaciones Internacionales, el funcionario habló de la importancia que tendría que los países de la región cooperen para agregar valor a sus exportaciones y encontrar mercados de nicho. Nuevamente, más diplomacia, porque eso implica construir consensos y políticas conjuntas para ir en la misma dirección.
“Estamos todos en el mismo barco”, asegura Rodríguez Márquez. Lo dice porque considera que los países del sur son “tomadores de precio”, obligados a vender sus commodities de acuerdo a lo que dictan los mercados internacionales. Ante ese poco margen de maniobra, Gabriel esboza otra salida: “Ya no estamos para trabajar con grandes superficies, tenemos que empezar a tecnificar y vender productos especiales”, afirmó.
Su proyecto parece cerrar por todos lados, sobre todo si se tiene en cuenta que, de ese modo, se integraría a los pequeños productores a la cadena de valor. Sin embargo, también se cuelan allí aspectos regulatorios y barreras para-arancelarias, un tema muy en agenda en la región y que preocupa por su impacto en las balanzas comerciales.
En ese sentido, al recordar el largo recorrido que hizo Paraguay para regularizar su situación sanitaria y poder exportar carnes, no puede no rechazar las exigencias de la Unión Europa y las demás iniciativas que van en el mismo sentido por considerarlas una “coacción” que complica a los países latinoamericanos.
“No podemos permitir que se nos impongan barreras arancelarias vinculadas con los temas climáticos”, apuntó. De todos modos, aclaró que no desconoce el cambio climático, sólo que desdeña “se lo use como excusa”. Parece que en ese gran barco las economías de la región tienen mucho en común, y se necesitarán muchos otros funcionarios como Gabriel para pensar en proyectos que trasciendan fronteras.