Es imposible recorrer la ciudad de Buenos Aires sin notar la impactante floración del jacarandá, especialmente cerca de Avenida del Libertador, aunque son cada vez más los espacios públicos que se tiñen de lila.
Esta planta, conocida por su floración en noviembre, es una especie originaria del noreste de Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay, fue incorporado al paisaje urbano de Buenos Aires por el reconocido paisajista francés Carlos Thays a finales del siglo XIX. Su popularidad creció con el tiempo, y en 2015 la Legislatura porteña lo declaró árbol distintivo de la Ciudad de Buenos Aires, en reconocimiento a su belleza y a su aporte al entorno urbano.
DeRaíz, decidió investigar sobre los cuidados que requiere para fomentar su preservación y garantizar un mantenimiento adecuado.
Actualmente, el jacarandá es una de las especies permitidas para ser plantadas en las veredas porteñas, ya que sus raíces superficiales no suelen causar daños significativos en las aceras. Su floración, que ocurre en noviembre tras la caída de sus hojas, transforma las calles porteñas en un escenario teñido de violeta, ofreciendo un espectáculo visual único que invita a la admiración y a ser inmortalizado en fotografías. Este árbol no solo embellece la ciudad, sino que también forma parte del patrimonio cultural y natural de Buenos Aires, siendo un símbolo de identidad para sus habitantes.
Para aprender a cultivar el jacarandá de manera adecuada, es fundamental conocer sus orígenes y características. El Jacaranda mimosifolia, perteneciente a la familia Bignoniaceae, es un árbol originario del noreste de Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay, que ha ganado un lugar destacado tanto por su belleza como por su valor ecológico. Conocido también como tarco, este árbol deslumbra con sus flores violetas tubulares de hasta 5 centímetros, dispuestas en racimos apretados en las puntas de las ramas.
Además de su atractivo visual, el jacarandá puede alcanzar entre 15 y 20 metros de altura, con una copa que varía de 10 a 17 metros de diámetro, presentando una forma que oscila entre irregular y ovoide. Durante sus primeros años, su crecimiento es rápido, aunque luego se vuelve más moderado.
La floración del jacarandá es uno de sus momentos más esperados, ya que ocurre a finales de la primavera, tiñendo paisajes de un llamativo color violeta. Incluso, en condiciones favorables, puede tener una segunda floración a principios de otoño. Su fruto es una cápsula leñosa con bordes ondulados que, al madurar, se abre para liberar numerosas semillas ligeras rodeadas de un borde alado.
Este árbol necesita exposición a pleno sol y, debido a sus raíces superficiales, riego abundante durante su etapa joven. Sin embargo, a medida que madura, se adapta mejor a la sequía, convirtiéndose en una especie resistente. El jacarandá tolera climas tropicales, subtropicales y templados, siempre que no se enfrente a heladas severas. Los ejemplares jóvenes no soportan temperaturas bajo cero, pero con coberturas protectoras, como telas o mulch, pueden adaptarse y resistir heladas leves después de tres o cuatro años. Es ideal cultivarlo en suelos ricos en nutrientes y porosos, lo que favorece su crecimiento saludable.
Aunque es un árbol robusto, no está exento de plagas, siendo las más comunes la “chinche de encaje” (Teleonemia validicornis) y la cochinilla del aguaribay grande (Ceroplastes grandis). Su reproducción se realiza principalmente por semillas, lo que facilita su propagación. Cuidar el jacarandá no solo es una tarea sencilla, sino también un compromiso con la naturaleza.