Hace 40 años que Luis Demarchi está vinculado a la escuela agrotécnica de Alberti. Antes de convertirse en director, fue alumno y profesor, y es difícil escindir su historia personal de la institucional, considerando que ha estado presente prácticamente desde sus comienzos.
En abril de este año, la Escuela de Educación Agraria Nº 1 de Alberti “Eduardo Augusto Clausz” cumplió 48 años. Luis tenía 12 cuando ingresó a cursar sus estudios y, si de algo está seguro, es que se trata de una gran familia.
De jornada completa y formación gratuita y laica, el colegio secundario recibe alumnos de toda la zona. Familias de campo, pero también de la ciudad de Alberti, que confían la formación de sus hijos e hijas en la institución donde conviven de lunes a viernes y se forman como profesionales del agro. El predio está ubicado a unos 8 kilómetros del centro de la ciudad bonaerense.
Los alumnos cursan durante 7 años hasta obtener el título de técnico en Producción Agropecuaria, un período en el que aprenden un amplio abanico de tareas y procesos, desde manejar una huerta, hasta faenar, administrar cultivos o producir lácteos y embutidos. “La educación agraria es lo más lindo que le puede pasar a un estudiante de secundaria”, asegura su director.
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Demarchi es un fiel defensor de la educación agraria. Fue la que lo formó y es en lo que apuesta cada día de trabajo, al frente de 120 alumnos y con muchos proyectos en marcha. “Es un plus y un agregado de valor”, destaca, respecto a la formación que brindan, muy diferente a la de los demás colegios secundarios bonaerenses.
Sin embargo, lo específico de su propuesta no los exime de cumplir con un estricto diseño curricular. Año a año, los alumnos cursan materias prácticas a la par de las teóricas y conocen, paulatinamente, todas las etapas de la producción agrícola. “El eslogan nuestro es ´enseñar haciendo´”, asegura Luis.
En primer año, empiezan con huerta y granja; en segundo, ya conocen el vivero; y luego, avanzan con forrajes para introducirse al mundo de los cereales. Ya en quinto, conocen las oleaginosas, y saben que el último año es reservado para ponerlos en situación real de trabajo. “Dependiendo de la edad del alumno se va rotando por los entornos formativos de acuerdo a su complejidad”, señala Demarchi.
Pero él también fue un niño, cursó en esa misma escuela, y entiende que los jóvenes se aburren con facilidad. Por eso, para darle dinamismo y evitar la “pica” entre los cursos, cuentan con un sistema dinámico de prácticas que, por ejemplo, permite a un niño de 12 años conocer la planta elaboradora de quesos sin tener que esperar a estar en quinto.
Desde ya que en la escuela se cultiva, se cosecha, se cría y se produce. Tienen gallinas, conejos, pollos, cerdos y vacas; y producen dulces, embutidos, derivados lácteos y escabeches. “La práctica consiste en darle valor agregado a la materia prima”, explicó el director a Bichos de Campo, tras recordar todas las estaciones de trabajo con las que cuentan en el amplio predio.
En total, son 150 hectáreas de las que, más de la mitad, se destinan a la agricultura, mediante un contratista que deja recursos que se gastan alli mismo por vía de una aceitada cooperadora Para obtener sus lácteos, tienen un tambo, al que llegan los animales que previamente criaron y alimentaron. “La producción lechera dentro de la escuela es nuestra fortaleza”, asegura Demarchi, que destacó la calidad de las tres variedades de queso producidas y de su marca de dulce de leche.
Todo lo que hacen requiere de estructura e inversión, por eso la clave para Luis es estar en constante movimiento y conseguir mejoras para su colegio. Uno de sus principales sostenes es el municipio, que les brinda apoyo para tecnificar los entornos productivos y contar con maquinaria que después esté efectivamente en el mundo del trabajo.
Lo que se viene, en ese sentido, es prometedor. Están a punto de sumar una máquina envasadora manual para vender leche fresca en sachet, y contarán con dos nuevas plantas de faena, certificadas y puestas a punto para despostar pollos, conejos, cerdos y ovejas. Es en esos proyectos donde se ve la “cadera” del colegio para obtener apoyo del estado. Pero sucede que también será en beneficio de toda la comunidad.
“La sala de faena de cerdos y ovejas es un convenio que tenemos con el municipio que tiene un doble propósito: por un lado, destinarla a lo pedagógico y didáctico; y, por el otro, solucionar un problema sanitario de la región, que es la faena bajo el árbol”, explicó Luis. En definitiva, es un “ganar-ganar”. Ellos obtienen una sala nueva para fortalecer la formación y el municipio puede establecer que pequeños productores locales formalicen su faena en un sector habilitado.
Son 120 alumnos que, de lunes a viernes, trabajan la materia prima. ¿A dónde va todo lo producido? En primer lugar, la normativa dispone que deben abastecer al comedor del colegio, donde desayunan, almuerzan, meriendan y cenan los alumnos. Con eso cubierto, todo el excedente puede comercializarse.
En su caso, es un monto considerable. “Como tenemos los entornos tan tecnificados y tan puestos a punto, es mucho el excedente que se obtiene”, señala el director, que sabe que son conocidos en la zona por sus productos. De ahí en más, la posta la toma la cooperativa, integrada por exalumnos, padres y personal de la escuela, y encargada de la venta y la reinversión de lo ganado. Una arista fundamental para una institución que se apoya, fundamentalmente, en el autoabastecimiento.
Si se le pregunta a Luis, que hace 40 años que forma parte de la comunidad de la escuela agrotécnica, qué es lo más valioso que tiene, no lo duda ni un instante: es esa “gran familia”, que entrecruza su historia personal con la institucional.
“Son como nuestros hijos, creamos un vínculo muy importante con ellos y con sus familias, y hay mucha nostalgia cuando se van”, afirma. Pero, para ponerse el traje de director, Demarchi no se saca nunca los zapatos de aquel niño que con 12 años cruzó las puertas del predio por primera vez. “Mi objetivo fue siempre ver a los chicos felices y devolverles un poco de lo que a mí me dio el colegio, porque me veo en cada uno de ellos todos los días”, agrega.
Valores, convivencia, trabajo y responsabilidad. Si la escuela alberga a 120 alumnos de diferentes zonas rurales, y recibe a otros 40 de Alberti, es porque hay algo en su oferta educativa que funciona y es valorada por la comunidad. Además, las puertas están abiertas para todos y todas, porque uno de los cambios que logró Luis como director fue que se inaugurara la residencia para mujeres. Ya son 30% del alumnado total.
Sin embargo, todo lo logrado hasta el momento de ninguna manera significa que ya estén realizados, y parte del debate que siempre se impulsa internamente es qué se puede mejorar y dónde está el error.
-¿Los alumnos salen preparados para el mercado laboral?
-Nuestra premisa es prepararlos para la prosecución de los estudios terciarios o universitarios. La idea es que ellos sigan estudiando en primera instancia o, si no, que puedan insertarse en el mercado laboral. Por eso contamos con producciones de entorno formativo, para que ellos puedan ver dentro de la escuela lo que se van a encontrar en un futuro trabajo.
-¿Y sentís que están cumpliendo socialmente con el mandato?
-Estamos mejorando muchísimo. No te voy a decir que cumplimos al 100% porque siempre estamos en falta. Considero que es la mitad del camino, porque nosotros nos preparamos para un entorno rural y para producciones agropecuarias, pero un alumno que quiere insertarse en una cadena productiva de siembra, por ejemplo, no tiene acá adentro de la escuela una cosechadora o un tractor con una computadora satelital.
-¿Tienen posibilidades de suplir eso?
– Sí. Lo que no tenemos en la escuela, lo ven en prácticas profesionalizantes y en visitas que hacen a otros campos. Pero, en líneas generales, esa falta de herramientas complejas es una falencia de todas las escuelas agropecuarias. De lo que sí estamos totalmente satisfechos, es el nivel obtenido en la producción de derivados, que está totalmente tecnificado y a la par de cualquier fábrica de la región.