La producción agropecuaria exige que se le ponga el cuerpo todos los días. Hay que hacer sacrificios y esfuerzos que son todavía mayores en zonas extra pampeanas, en las que suele faltar la provisión de servicios públicos básicos y donde el clima es muchas veces hostil.
Esas condiciones adversas impiden el arraigo en las zonas rurales y llevaron durante décadas al incremento población en los grandes centros urbanos. Allí surge otro gran problema que es la falta de personal para el trabajo en el campo.
Eso le pasó a la familia de Enrique Jamieson, que supo contar en su campo con cerca de 70 empleados. Sin embargo, cuándo volvió al campo tras terminar sus estudios universitarios solo quedaban 15, de los cuales hoy son apenas 3. La necesidad de una mejor calidad de vida y los cambios productivos que se fueron dando redujeron la dotación de empleados en el establecimiento que fundaron sus antepasados.
Su bisabuelo fue un escocés que se aventuró por necesidad a viajar a las islas Malvinas, previo paso por Chile, donde trabajó un tiempo hasta que se pudo subir a un barco que lo regresó a la zona continental. Ahí se radicó en las cercanías de Río Gallegos, en el año 1885. Una vez afincado volvió a Malvinas a buscar a la mujer de la que se había enamorado y que sería la madre de sus hijos.
Juntos fueron de los pioneros en la producción ovina en la Patagonia. Aquellos eran los años en los cuales la producción vacuna todavía no se había adueñado de la Pampa Húmeda, y las que mandaban eran las ovejas que proveían de lana al mundo.
Enrique vive actualmente en la casa que heredó de su bisabuelo y que está a 80 kilómetros de la ciudad capital de la provincia. Pero a pesar de esa cercanía y de los avances tecnológicos modernos, todavía no cuenta con algunos servicios básicos como por el acceso al tendido eléctrico.
Lejos de rendirse, lo que decidió fue trabajar para mejorar las condiciones de vida en ese lugar, y mantener la producción y el medio ambiente lo más diverso y parecido posible a lo que vivió cuando era niño.
De aquellos años Jamieson recuerda: “Vivíamos lejos y acá la única comunicación en su momento era la marítima. El barco entraba cuando podía y cada tanto para provisión de víveres. Entonces la vida de campo era una mucho más dura que hoy. No había comunicación, se producía todo acá. En la zona había grandes quintas, se guardaba la papa en silos, se guardaba la zanahoria, el huevo en un líquido, los chorizos en grasas, se salaba la manteca para conservarla, se guardaban tortas en latas para mantenerlas, se hacían conservas de frutas y dulces porque era necesario pasar el invierno. Las despensas de los campos eran más grandes que las cocinas, había que asegurarse los alimentos de mayo a septiembre cuando volvía a entrar el barco”.
Hoy el acceso a esas provisiones se logra yendo a los supermercados que tiene a menos de 100 kilómetros. Eso afectó a la diversidad productiva de los establecimientos de la zona.
“Antes se podía tener el quintero, al que ordeñaba y todas esas ecuaciones fueron cambiando por una cuestión de costos. Hay cosas que son inviables. Antes se hacía mucha alfalfa cuyos ciclos aquí son más cortos y con suerte se pueden hacer dos cortes y medio, si no tenés mal clima. Contar con toda una estructura para asumir ese riesgo ahora no es posible. Hoy pagar sueldos los 12 meses del año es casi inviable”, relató el ganadero.
A pesar de estas complicaciones contó que en su campo mantienen la tradición quintera: “Crecimos con eso y más que nada para que no se mueran los montes. Yo hago mucha papa, zanahoria, remolacha, repollo, para consumo porque me gusta pero más que nada para que a través del riego se mantenga lo que es el monte que hicieron mis abuelos. Es parte del legado que me dejó mi abuelo, mi viejo y no lo puedo dejar morir”.
Para que los fuertes vientos de la región no destruyan los frutales se sembraron hileras de árboles que formaron montes, que hacen de protección pero que requieren del agua necesaria para su subsistencia. “Los campos que no hicieron eso perdieron el monte y las quintas”, explicó.
A Enrique le da una mano grande su hermana: “Trabajamos a nivel familia, hacemos tomates, hacemos un montón de cosas, todo para consumo, no para comerciar. Jugamos un poco con tomates de distintos colores, me ayuda muchísimo mi hermana que me hace los plantines, nos organizamos para la época de trasplante, yo traigo algún jornalero por día cuando tengo que sembrar las bolsas de papa y después mantengo yo el cultivo con un sistema bastante automatizado por decirlo de alguna manera. Parte del circuito es pasar a la mañana, abrir canillas, cerrar canillas”.
Y para compensar la falta de energía eléctrica, y lograr la visita de familia y amigos, decidió hacer de su casa “un establecimiento sustentable. Para eso armamos un equipo de energía solar y eólica. Así hay días que podemos tener agua, y días en que no para de regar, porque el funcionamiento de las bombas depende de si hay viento o hay sol. Nos sirve mucho porque también queríamos pasar a tener luz las 24 horas”.
Jamieson tampoco cuenta con gas natural a pesar de que por su campo pasan dos gasoductos.
“Sigo arraigado a mí pasión, lo que me gusta, a la producción y de a poco también me fui metiendo en la representación gremial de la producción ovina. En el campo tenemos 6.000 lanares, 300 vacunos y una cabaña de caballos criollos, estamos entretenidos”, señaló.
Respecto de la producción ovina patagónica, uno de los principales problemas que tiene es la proliferación del guanaco, especie autóctona de crecimiento desmedido que desde hace tiempo compite por los recursos naturales con las ovejas.
“Cuando volví al campo luego de estudiar, en los años 80, no había guanacos en mi zona. Cada tanto parábamos el auto para apreciar uno. Hoy hay más de 5.000 guanacos pisando el campo. En nuestra zona perdimos al menos el 40% de la superficie a favor del guanaco que no nos produce nada pero estamos haciendo intentos. Yo he hecho encierres para esquilas, para cargar al frigorífico. El guanaco es guanaco pero no es tonto y cuando lo corres una vez, después dispara, salta los alambres, no es fácil la captura”, señaló.
El ganadero contó que en su provincia hay 110.000 vacunos, cerca de 3 millones de guanacos y 2 millones de ovinos, cuando supo haber 6 millones.
“Es impresionante. En todos lados el guanaco ha ido avanzando y está comiendo el forraje equivalente al que requieren 4 millones y medio de lanares. Sumale los 2 millones de ovejas que quedan, eso te devuelve al número inicial de 6 millones. Entonces el problema no es la oveja, sino que cuando tenés comida para uno, no tenés comida para dos”, sostuvo.
Jamieson además se quejó de que buena parte del discurso ambientalista y de las inversiones que llegan a la región, con el objetivo de comprar campos de productores que se fundieron, tienen un espíritu filantrópico que afecta negativamente a quienes vienen desarrollando actividades productivas durante generaciones.
“Todo para que en el mes de enero y febrero pasen algunos turistas y vean algunos animales. Se han creado millones de hectáreas de parques o de reservas donde han arrasado con cascos, han talado los montes, bajado los alambres, y todo eso sin ningún tipo de respeto hacia los vecinos que quieren producir. ¿Por qué no van a hacer eso a Canadá? ¿Por qué no van a hacer eso a Estados Unidos? ¿Por qué no van a hacer eso a Europa? Porque la sociedad estadounidense, canadiense y europea no se los permite, y acá la sociedad se lo está permitiendo”, indicó el productor santacruceño.
Luego agregó: “Cuando salís una mañana y ves que te faltan 50 ovejas porque te las comieron los pumas, y a los corderos te los come el zorro colorado, y encima tenés un 40% menos de capacidad forrajera porque creció el guanaco, es como que vos salgas a la mañana a tu casa y te falten las cubiertas del auto. ¿Y qué hacés? Te quejás, pero el auto ya no funciona y no te queda plata para reponerlas”.
Pero el productor no se considera sólo víctima sino también responsable de esta situación.
“Me quejaba cuando era joven, y ahora me doy cuenta que soy parte del cuento, entonces lo que tengo que hacer es tratar de transmitir esto y que se entienda que uno lo que quiere hacer es producir. Por eso tratamos de ser una estancia sustentable en todo sentido, observando el bienestar animal de todas nuestras haciendas, de nuestro campo, pero si socialmente o políticamente no tomamos algunas decisiones, van a terminar corriendo a los productores primarios y a las ovejas a todo”, sentenció.
Con Enrique también hablamos sobre cómo está el negocio ovino, qué pasa con los precios de la lana y la situación de los pequeños y medianos productores.
“Al pequeño productor no le cierran los números. Es simple, no le cierran. Y la está pasando muy mal. Lo peor de todo es que la juventud no se quiere quedar y ese es un mensaje muy fuerte. ¿Qué le decís a un hijo o a un nieto? ¿Qué le decís al hijo de un amigo? ¿Quedate que te va a ir mal, que no tenés futuro? Es complejo”, señaló.
Con respecto al impacto de la economía en el sector ovino, indicó: “El año pasado nosotros estábamos con un tipo de cambio hasta que vino “el acomode” y nos comimos toda la inflación y con ello la posibilidad de crecer. Yo creo que la mayoría de los que están se han quedado hoy más que nada por pasión. Hoy se está empezando a ver una luz en el camino para tratar de acomodar. Y en esto creo que es importante. Se llegó a esta situación y no se sale tan fácil, no se sale de un día para el otro. Habrá que hacer el esfuerzo”.
El guanaco no desertifica, estuvo miles de años sin afectar la estepa patagonica, el sobrepastoreo ovino (alta carga animal por ha) y el cambio climático son el problema de las pasturas y la desertificacion de extensas regiones patagónicas.
Es desolador el panorama de la producción agropecuaria en Santa Cruz. Ningún gobierno nacional ni provincial, hasta la fecha, tomó medidas que lograran mejorar la rentabilidad ni frenar el despoblamiento de los campos, y ahora el avance de la fauna predadora parece no tener límites, acorralando y diezmando a los pocos campos que todavia tienen ovejas en el sur de la provincia.