Ambas tenían su vida y su trabajo en otro lado, una en Buenos Aires, la otra en Madrid, del otro lado del Atlántico. Se unieron gracias al oficio compartido de estudiosas de las bellas artes. Y luego entre ellas nació el sueño de una vida distinta, en el medio rural, dedicada por completo a la permacultura. Lo están haciendo y de paso comparten sus aprendizajes con el resto del mundo.
Ubicado entre los cerros de Atos Pampa, en el Valle de Calamuchita, el proyecto de la española Susana Jarabo y la argentina Natalia López Meléndez, se llama Permacultura Viva, y es un ejemplo concreto de que otra forma de vida, de alimentación y de producción, es posible.
Del ritmo alocado de Madrid o Buenos Aires a la tranquilidad de las tierras cordobesas pasaron casi sin escala. Ambas vienen del palo del arte y encontraron en su filosofía de vida una forma de alimentarse, construir, vivir y producir que sea eficiente y respetuosa con el medioambiente. Así entienden la permacultura. Así la definen.
Susana es historiadora del arte y fue por mucho tiempo guía oficial de turismo en su país natal, España. Natalia estudió bellas artes, pero luego se metió de lleno a aprender sobre producción y se define ahora también como “agricultora”. El proyecto compartido, empezado hace más de una década, les dio la oportunidad de rehacer su vida en el valle de Calamuchita, combinando sus dotes creativos, el ingenio y el conocimiento.
“La permacultura es un sistema diseñado para crear espacios sostenibles en el tiempo, tanto ecológica como humanamente, que guarda relación también con la gestión de los residuos y la energía”, explicó Natalia a Bichos de Campo, en su recorrida por el predio de 9 hectáreas donde cultivan con sistemas especiales, filtran el agua desechada para aprovecharla, construyen sin ladrillos y producen fruta y mermeladas para vender a los lugareños.
Lo que hacen no es nuevo. Como modelo, la permacultura fue teorizada por primera vez en los años setenta, pero ha cobrado particular protagonismo ante la búsqueda de respuestas para la crisis ambiental y social. Natalia y Susana eligieron formarse y conocer otras iniciativas para lanzarse a su propio proyecto, pero, como no se trata de una técnica fija, aún aprenden en el proceso, corrigen errores e incorporan nuevas ideas todo el tiempo.
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Al principio, tuvieron que recorrer mucho por España y Argentina hasta saber que Atos Pampa sería su lugar definitivo. “Partimos de cero, no había nada de nada”, recuerda Susana. Al llegar al lugar indicado, no contaban ni con agua ni con luz, era un campo en pendiente en el que sólo había pastizales y tierra arcillosa arrasada por el agua que la erosionaba. Pero su propósito era claro, querían producir y vivir de la permacultura, y por eso su primer gran proyecto fue la construcción de su icónica casa de bambú.
No hubo más exposiciones, tours personalizados ni vida en las grandes ciudades. Hacerse de abajo implicó construir con fardos de alfalfa, arcilla y sus propias manos el lugar donde aún hoy viven y desarrollan sus actividades. El material elegido para la estructura y el techo fue el bambú, o el “nuevo plástico”, como lo describe Susana, traído desde Tucumán y respetuoso de sus principios. “No queríamos cortar árboles, así que aprovechamos que los tallos del bambú mueren de forma natural y se pueden usar”, explicó la productora.
De hecho, la caña es un gran aliado de la bioconstrucción, porque la permacultura también abarca la arquitectura sostenible pero no se priva de los diseños únicos, y su casa es conocida en la región por su particular aspecto. De todos modos, lo importante también está dentro de las paredes porque, en vez de ladrillos, utilizaron fardos de alfalfa, caracterizados no sólo por su poder aislante y la facilidad de su colocación, sino también por el cuidado que requieren al construir.
“Primero tenés que poner el techo para que no se mojen los fardos. Hay que evitar siempre la lluvia o la humedad”, destacó Susana, que recuerda que sólo ella y Natalia montaron el techo de bambú al comenzar. Una vez listas las paredes, en pocos días, hicieron el revoque con la arcilla del terreno mezclado con arena. No usaron pintura, pero la coloración exterior se las dio el polvo de piedra mezclado con cal viva.
“La construcción tiene gran inercia térmica. El calor que va acumulando los días de sol luego lo va soltando de a poco”, explicó Jarabo. Es que el secreto está en las capas aislantes de arcilla, plástico, lana y nylon encima del techo de caña, y, sobre todo, en el techo verde repleto de plantas, que además le da un tono característico a la fachada del lugar.
Aprender de bioconstrucción equipadas sólo con paneles solares y un pequeño generador de 1200 watts no fue su único desafío. “La permacultura incluye todas las áreas donde uno puede contaminar o donde necesita obtener cosas, por eso son importantes los cultivos, qué hacemos con nuestros desechos y el uso del agua”, destaca Natalia. De hecho, la cuestión hídrica fue lo que más esfuerzo y dedicación les exigió, porque montaron un sistema dual de filtrado para devolver lo más limpia posible todo el agua utilizada a la tierra.
Desde que es bombeada y almacenada en tanques, el agua se distribuye por gravedad a todas las áreas del campo y, una vez utilizada en la casa, es separada, depurada y se vuelve a aprovechar. Por un lado, quedan las “aguas grises”, que provienen del uso general de la casa y se distinguen de las “aguas negras”, que son las del baño. Estas últimas pasan por un biodigestor y luego se alojan en lagunas de fitodepuración, que cuentan con plantas y “generan bacterias que limpian el agua para que no se contagien enfermedades”, graficó Natalia.
En el final del ciclo, toda el agua que de otro modo hubiese sido desechada, es utilizada para el riego por goteo de los árboles, ya que además cuenta con propiedades fertilizantes. En ese aspecto, las permacultoras son muy cuidadosas, y explican que no la utilizan para la huerta por la cercanía que tienen las verduras con el suelo.
La producción alimenticia es otra de las piezas fundamentales del proyecto. Por eso, de los pastizales y la tierra arcillosa y erosionada tuvieron que pasar a un sistema de zanjas y bancales, para plantar frutas de carozo y pepita, con las que elaboran mermeladas. Pero buena parte de su sustento proviene de una huerta agroecológica que ellas mismas cuidan: obtienen verduras de estación y sus característicos zapallos gigantes, que han participado en las dos ediciones de la fiesta regional celebrada en Atos Pampa.
“El bancal se caracteriza por ser no sólo alto sino también fértil. El 100% de lo que plantamos ahí sobrevivió, pero a lo que producimos por fuera le cuesta mucho más”, explicó Natalia, que recuerda los viajes realizados a Mendoza para conseguir sus primeros árboles frutales con buena genética, muchos de los cuales ya les proveen un volumen adecuado para vender no sólo fruta fresca sino también mermeladas artesanales.
Es que eligieron un estilo de vida sustentable, pero también autofinanciado, por lo que el aspecto productivo y económico no es menor. Al día de hoy, se pasan el verano cosechando duraznos, ciruelas, cerezas, almendras, manzanas, chauchas y tomates, y están satisfechas con el resultado. “La verdad es que nos va muy bien”, señala Natalia, mientras espera la época de cosecha de las frambuesas y los espárragos.
Su prioridad es vender fresco localmente, porque lo consideran “más fácil, más rápido y más sano para la gente”. Lo que queda, lo utilizan para hacer dulces 100% naturales que venden bajo su sello, Casa de Bambú. Por eso, los días fríos de julio los pasan adentro abriendo y preparando sus frutas y verduras, entre música, charlas, y nuevos proyectos en mente. La permacultura es su estilo de vida y siempre hay espacio para seguir creciendo.
-¿Qué otras actividades llevan a cabo para financiarse?
-Hacemos cursos de construcción con bambú y planeamos hacer uno especializado en fardos. En realidad, tratamos de diversificar porque es muy difícil vivir solamente de la producción agrícola, es una actividad muy frágil y un granizo o un insecto puede destruir una temporada. Por eso, incluso, diversificamos los cultivos en general, en parte para aprender y en parte para ser más fuertes en ese aspecto.
-¿Tienen pensado ampliar su infraestructura?
-Queremos aprovechar el turismo y estamos construyendo una casa de té que también sirva para vender nuestros productos. Buscamos que esto sea un lugar de encuentro, tanto para la gente interesada en plantar de otra manera como para quienes nos quieran visitar. A futuro, nos gustaría también sumar a otros productores a nuestra tienda.