En diez hectáreas de superficie, sobre una ruta de tierra que se aleja de la zona urbana de Mainqué y que forma parte de “los caminos del vino”, se encuentra uno de los viñedos que le da vida a la bodega Miras, dirigida por su fundador y enólogo, Marcelo Miras.
Aunque hace más de 30 años que se encuentra en el Valle que une a las provincias de Río Negro y Neuquén, su tonada revela que no es oriundo de esos pagos. “Nací en Mendoza pero ya me siento rionegrino”, confiesa sonriente. Fue Humberto Canale, la histórica bodega sureña con 115 años de trayectoria, la que hizo que Miras y su familia se relocalicen en tierras patagónicas.
“Llegué a Canale en 1990, y me siento parte de esta zona más que nada por el desarrollo que hemos llevado adelante durante todos estos años en la vitivinicultura. Ahora hace 20 años con la bodega familiar también, y un par de años menos con nuestra chacra de viejos viñedos, con sus primeras vides plantados en 1958. Mientras tanto con la familia, lo que comenzó como un hobby de hacer algunos vinos para tomar entre nosotros y con amigos, se volvió hoy un emprendimiento que ya comercializa vinos tanto en el mercado interno como en mercados de exportación”, contó Miras durante una visita de Bichos de Campo.
La tradición vitivinícola de Río Negro se remonta al tiempo en que esa región todavía era considerada Territorio Nacional, y junto con la producción de forraje se volvió en una de las producciones más importantes para los lugareños.
“La actividad ingresó de dos zonas: desde el norte de Mendoza y San Juan, y desde el Valle de Viedma, con colonos que ingresaban por la desembocadura del Río Negro. Incluso hay plantaciones en lo que hoy es Carmen de Patagones, y quedan viejas plantaciones en Viedma, más que nada a nivel histórico”, detalló el enólogo.
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Para la década de 1970, la provincia ya ocupaba el tercer lugar en la vitivinicultura nacional, con 17.000 hectáreas implantadas y unas 200 bodegas. Sin embargo, con los años esa balanza se invirtió.
“Sucede que muchas de aquellas hectáreas eran cultivadas con variedades finas que luego se destinaban a elaborar vinos de mesa. Entonces era muy difícil competir, porque los costos y los rendimientos en el viñedo llevaron a que esa actividad dejase de tener rentabilidad, por eso la producción mutó hacia una de mayor calidad. Aquellos viñedos que fueron desapareciendo cambiaron de actividades. Principalmente se volcaron hacia la fruticultura y, en los últimos años, han pasado a otras producciones como pueden ser forrajes como alfalfa y maíz”, explicó Miras.
Hoy el panorama es otro. La provincia cuenta con unas 1.500 hectáreas y cerca de 20 bodegas orientadas hacia la producción de uvas y vinos de gran calidad. Tanto es así que Río Negro posee el mayor precio FOB por litro de la Argentina.
“Hablamos de 11 dólares, cuando en el resto de la Patagonia el promedio es 7.5, y en el resto de Argentina ronda entre 4 y 4.5 dólares. Es mucho más que en Cuyo. Esas referencias están marcando algo. Los vinos de Río Negro tienen un valor agregado por la calidad de las uvas y de todo el trabajo que llevamos adelante las personas”, celebró el bodeguero.
Un ejemplo de esto es la producción 100% orgánica que realiza en su chacra de Mainqué, que desde su adquisición en 2017 no recibió ningún tratamiento fitosanitario.
“La actividad orgánica que hacemos, tanto en el viñedo como en la bodega, tiene que ver mucho con el medio ambiente. Las condiciones agroecológicas que tenemos acá en Patagonia son fantásticas y realmente se puede producir bajo esta condición: muchas horas de luz, muy buenos suelos y variedades enológicas adaptadas. Y hay un recurso que vale mucho, que es la disponibilidad de agua. Nosotros tenemos un río negro que nace en la confluencia del Río Neuquén y Limay, y tenemos disponibilidad en cantidad y en calidad. No aplicar nada es algo que realmente ayuda al bolsillo”, sostuvo Miras.
Esto se ve reflejado en el abanico de variedades que el enólogo ha logrado producir allí: Malbec, Pinot Negro, Torrontés, Trousseau, Cabernet Franc, Cabernet Sauvignon y Pinot Noir, a las que podría sumarse también la Semillón.
La producción de uvas orgánicas con certificación alcanza los 50.000 kilos por año, y unos 35.000 litros de vino orgánico, que se venden embotellados con la etiqueta Miras.
En paralelo, la familia también alquila otra bodega en la que elaboran uvas propias y también de productores de la zona, como parte de los “servicios a terceros” que ofrecen, pero sin la mencionada certificación.
Además de tener gran relevancia en el mercado interno, Miras llega a destinos como Canadá, Estados Unidos, Brasil, Inglaterra y Alemania.
-La reconversión productiva de la que fuiste testigo pero también parte, ¿impactó también en la figura del productor?- le preguntamos al enólogo.
-Sí, por supuesto. Los productores nos hemos tenido que ir adaptando a distintas circunstancias: las económicas, las financieras, la de producción, de consumo, de qué vino la gente desea beber. En la última etapa estamos viendo mayor demanda por consumir vino sin alcohol. Entonces se empieza a trabajar en eso, en vinos con menor graduación alcohólica. A todas esas cosas que uno va viendo, que van demandando las nuevas generaciones de consumidores, uno se tiene que ir adaptando. Y por supuesto pienso que uno tiene que cuidar mucho al productor primario, al que produce la uva y al que la comercializa.
-En ese proceso, seguramente los productores más grandes se van comienzo a los más chicos, por lo que es clave que el pequeño tenga gran calidad en su producción.
-Una de las características de Río Negro es que toda su actividad vitivinícola hoy por hoy está vinculada a familias. Somos pequeños productores, algunos más, otros menos, pero la actividad vitivinícola está relacionada con las familias y muchas de ellas viven en las mismas chacras donde realizan su actividad. De hecho, podemos nombrar a la familia Canale, que tiene su bodega hace más de 100 años. Cuando trabajé ahí vivía en la chacra, y hoy parte de su familia lo sigue haciendo. Si hay algo a resaltar de la actividad, es que cuando la vayas a visitar, seguramente te vas a encontrar con que la gente trabaja y vive en el viñedo. Es algo para destacar y muy valioso.
-¿Qué futuro ves para Miras? ¿Lo continuarán tus hijos?
-El futuro es ya. Mis hijos ya están trabajando. De nuestros cinco hijos, los cinco trabajan con nosotros, aunque son libres. Si algo alguna vez me enseñaron es que el hombre es libre. Algunos de ellos trabajan en forma directa y otros en forma indirecta. Pablo, nuestro segundo hijo, trabaja en la bodega hasta 16 años y estudia la carrera de Enología. Celeste y Luciano también trabajan activamente. Andrés, el mayor, es diseñador gráfico y hace alguna de nuestras etiquetas. Y Ana, la menor, trabaja cuando su tiempo de universidad se lo permite.
-Tu deseo entonces es seguir con esto por mucho más tiempo.
-Sí, por supuesto. Yo creo que en la medida en que los hijos se fueron involucrando y que fueron entendiendo y disfrutando de la actividad, porque es una actividad que apasiona, se han incorporado cada uno con sus estilos y sus formas a la bodega familiar.