“Por las venas de mi familia corre muchísimo agro y ganas de torcer una historia hoy complicada. Mi tatarabuelo se vino de Europa cuando tenía 16 años y siempre trabajó el campo. Ese legado que se ha fortalecido de generación en generación es lo que me hace sentir en deuda con mi país, que ha dado posibilidades de desarrollo a mi familia”.
Quien rubrica la frase es Pedro Vigneau, recientemente elegido por Fernando Vilella como unos de sus principales soportes dentro de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca. La declaración fue hecha en el año 2020, en la charla que mantuvimos para el segundo capítulo de El Podcast de tu Vida. Cuando me reencontré con esta grabación, sentí muchísima actualidad en las cosas que compartió Vigneau y por eso creí pertinente reponerla en esta nota.
Es licenciado en Economía Agraria. A los 22 años en una charla con su abuelo le pidió hacerse cargo del campo. Fue quien “inoculó” la siembra directa en ese campo familiar. Fue presidente de la Sociedad Rural de su natal Bolívar, presidente de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID), subsecretario de Mercados Agroindustriales durante el gobierno de Mauricio Macri, y hasta el 10 de diciembre de 2023 (cuando renunció) presidente de la Asociación de Maíz y Sorgo Argentina (Maizar).
Quinta generación de productores en la zona de Bolívar, en el centro-norte de la provincia de Buenos Aires, Pedro trabajó gran parte de su vida junto a su familia en ese campo que compró su tatarabuelo hace más de 120 años.
De su infancia, recuerda las tortas fritas los días de lluvia, el día que comió bosta para “hacerse gaucho” y la duda: ¿qué hubiera pasado si se hubiese dedicado al fútbol en vez de al campo? Dice el mismo que jugaba bastante bien y lo habían ido a buscar de algunos clubes de capital.
“Sería fácil echarle la culpa a otro, pero tenemos que hacernos cargo de los lugares que no ocupamos”, dice sobre cómo se ve al campo desde la comunidad. Pasen y escuchen…
-¿Cómo es tu historia vinculada al campo y la ruralidad?
-En la familia llevamos el campo en las venas. Por el lado de mi mamá, la familia Busquet y Serra. A los 16 años mi tatarabuelo se vino para Argentina desde los Pirineos, precisamente desde un pueblito que se llama Tuixent (N de la R: en la provincia de Lérida, Municipio de Cataluña). Allí eran pastores de ovejas. Yo soy quinta generación en Argentina, mis hijos son la sexta, pero la familia tiene varias generaciones en Europa ligadas al campo. Mi tata buscaba prosperidad. Vino a trabajar de empleado a una estancia en Lobos con amigos de su terruño. Trabajaron duro, armaron un capital de ovejas, y se fueron al oeste, al “desierto” verde, y así llegan a Bolívar. Compararon un pedazo de campo y se lo dividieron de una forma particular, con tres palitos. A mi tátara abuelo le tocó sacar el palito más largo y eligió el campo que creo que nos tocó a nosotros ahora. Me parece que lo eligió porque tiene una laguna hermosa, natural.
-¿Y cómo siguió la historia?
-Uno de sus hijos, mi bisabuelo, llegó a tener varios miles de hectáreas y seis hijos. Y siempre ligado al campo. Todo esto hace que yo me sienta en deuda con mi país, que le ha dado a mi familia una oportunidad inmensa de desarrollarse, crecer a través de la dignidad del trabajo y el esfuerzo. Poder mejorar en muchos aspectos, no sólo en el económico, porque yo supongo que mi abuelo debe haber venido prácticamente analfabeto y yo tuve la posibilidad de estudiar en las mejores universidades, inclusive afuera. Y eso es gracias al esfuerzo que ha hecho mi familia durante generaciones en este país. Por eso, tenemos un desafío muy grande que es torcer esta historia que nos toca, de una Argentina complicada en muchos aspectos, pero con una potencialidad inmensa. Asique por la sangre de los Busquet y Serra… también Vigneau en mi caso, corre muchísimo agro y ganas de torcer una historia hoy complicada.
-¿Qué te acordás de cuando eras chico en el campo? ¿Qué hacían? Olores, colores, anécdotas…
-Tengo los mejores recuerdos. Yo hice el colegio en San Isidro, Buenos Aires. Y toda la infancia recuerdo que terminaba el colegio y nos íbamos casi ese mismo día y nos pasábamos todo el verano allá. Lo mismo que las vacaciones de invierno. Y para mí era una alegría inmensa. Me acuerdo que tenía un petiso, también había ovejas. Yo salía a trabajar con la gente. Tengo unos recuerdos extraordinarios que de grande uno los analiza y ve la dignidad del trabajo de esa gente, de la relación de mi abuelo con los trabajadores que nos ayudaban. Una relación muy humana. Muchos valores que en ese momento se fueron inculcando indirectamente en mi andar por la vida.
-¿Y qué más hacían?
-Andar a caballo, curar bicheras, mucha pasión que se fue quedando en nosotros. Es hoy un combustible muy grande que es la cultura de mi familia pero también la de muchas otras empresas familiares del agro que se te mete en las venas desde chiquitito y hace que tengamos un amor inconmensurable por nuestra tierra. Soy un agradecido a la vida y a Dios por lo que me toca vivir. Volviendo a la infancia, tenía una petisa que se llamaba estrellita y todos los días iba y estaba horas con ella. Era una infancia maravillosa. Fui un privilegiado. Tengo los mejores recuerdos de mi abuelo y abuela, en la manga, trabajando con la hacienda, cuando me empezaron a dejar meterme con el caballo en el toril, para mí era como jugar en primera. Mirá, yo jugué al rugby y llegar a primera fue tocar el cielo con las manos. Entrar en el toril era jugar en primera en el trabajo.
-¿Y algo que te haya quedado en el cuerpo, en el alma?
Muchas cosas. Teníamos una cocinera que después se jubiló, más de 40 años trabajando con nosotros. Cuando llovía hacía tortas fritas. Sabíamos que llovía y salían tortas fritas y buñuelos. Esos olores, esas cosas que hacen a una infancia hermosa. Esa sensación de entrar a la cocina, imagínate una casa del 1900, techos altos, cocina a leña… todo eso lo tengo grabado en el alma.
-¿Qué hubieses hecho si no te hubieses dedicado al campo? ¿Había un plan B?
-Uno de chico fantasea. Yo soy un apasionado de los deportes. Como te decía, jugué al rugby. Pero sabés que yo también jugaba bastante bien al fútbol. Mi pasión era el rugby, me lesioné después y me frustré. Y con el colegio, yo jugaba al fútbol. Vinieron varias veces y hablaron con mi viejo, de Platense, de River, para que me vaya a probar. Y no fui. Siempre me quedó dando vueltas qué hubiera pasado. Tenía 12-13 y la última vez fue a los 15-16. ¿Mirá si me hubiera dedicado al fútbol? Me acuerdo en momentos difíciles en el campo yo pensaba “mirá si hubiera jugado al fútbol, ¿dónde estaría?”. Pero la verdad que siempre sentí que mi vida iba a estar vinculada al campo.
-¿Cómo arrancaste a laburar en el campo?
-En el último año de facultad con 22 años me hice cargo de la empresa familiar, que saltó una generación, pasó de mi abuelo a mí. Era un momento complejo, estaba empezando la convertibilidad, yo veía a mi abuelo grande, no metiéndole mucho foco a la producción, yo veía que poco valía lo que se producía en el campo y que si no cambiábamos las formas de hacer las cosas iba a ponerse en riesgo la empresa. Entonces eso me envalentonó a sentarme con mi abuelo y proponerle de qué manera podía involucrarme. El 1 de enero de 1992 con 22 años me hice cargo de la empresa familiar. Ese derrotero fue duro. No teníamos capital circulante. Teníamos el campo, pero poca hacienda. Años difíciles desde lo climático, la producción valía poco. Pero empezamos a acomodar la cosa y después vinieron años mejores.
-¿Y cómo siguió la cosa?
-Hace unos años me aparté de la empresa familiar. Al mismo tiempo desarrollé un negocio forestal en el norte de Corrientes. En algún momento la convencí a mi madre de vender un pedacito de lo de Bolívar y comprar más al oeste. Justamente como mi tatarabuelo que nos fuimos al oeste a tierras más baratas. Compramos en costa de río en Patagonia norte. Ahí hay un potencial impresionante.
-¿Qué potencial viste en el sector forestal?
-Siempre me gustó. De hecho, mi tesis en la facultad la hice de forestación. Compramos un campo entre varios, con un fideicomiso desde cero. Plantamos arboles y esperamos los 14-15 años que crezcan. Pero tiene varias aristas. Primero secuestro de carbono, la forestación es una actividad que creo muy necesaria y noble en ese aspecto. Tiene una huella de carbono muy positiva. En la zona donde tenemos la plantación, que son eucaliptus y pinos, se pueden producir 50 metros cúbicos de madera por hectárea por año. La captura de carbono es inmensa. Estamos bendecidos, en uno de los mejores lugares del mundo para producir madera, por su clima, suelos, y con una potencialidad increíble. Argentina tiene todo por hacerse. Una balanza comercial en lo forestal negativa, casi 800 millones de dólares (N de la R: año 2020) por falta de industrialización. También es un mensaje a mis hijos, porque hacemos una producción que ayuda al planeta, que da trabajo, captura carbono… es cierto, los turnos son largos, había que enterrar plata hace 15 años pensando que en algún momento íbamos a llegar al día de hoy que estamos cosechando esos frutos. Y es una cuestión que siempre me llamó la atención porque es bioeconomía al 100 por ciento. Con madera se pueden hacer muchísimas cosas. Hasta edificios enteros.
-¿Qué resaltarías de lo que más ha cambiado y cómo te adaptaste a ese cambio?
-No puedo esquivar hablar de la siembra directa al hablar de esto. Gracias a la agricultura el hombre dejó de ser nómade y pudo hacerse sedentario. Y eso se hizo labrando la tierra, arándola. Yo, los de mi generación, somos privilegiados en ser de las generaciones que transformaron ese paradigma para mejor. Porque a mí me tocó decir en el campo de la familia que dejemos de arar.
-¿Con qué compararías ese golpe de timón?
-Es difícil. Vos imagínate que es un paradigma de la historia de la humanidad que cambió en la generación nuestra. Gracias a un montón de pioneros dejamos de dar vuelta el pan de tierra y con un pequeño cortecito en la tierra dejamos la semilla y el fertilizante. Increíblemente, cuando lo adopté lo hice por un problema de piso en cosecha. Teníamos muchísimos problemas en Bolívar en otoños llovedores para levantar la cosecha y la siembra directa nos dejaba más piso. Después vimos muchísimos más beneficios y nos enamoramos de la técnica. Pero vos imagínate cuando le dije a mi abuelo que dejemos de arar. “Este chico está loco”… En una escala mucho menor me tocó vivir lo que vivieron los pioneros de la siembra directa que hasta las universidades les decían que no.
-¿Por qué creés que el sistema de siembra directa no se ha adoptado más en el mundo?
-Cada lugar tiene su historia y problemas. Y hay detractores por distintas razones. En Argentina se conjugaron varias cosas para que prospere: unos pioneros con una pasión increíble para llevar las cosas adelante contra viento y marea. El tema de la aprobación de la biotecnología ayudó, también la reducción de costos. Para que te des una idea nosotros medimos en algunos lugares 70% menos de evapotranspiración en un suelo con cobertura en siembra directa versus los suelos labrados. Por eso podemos decir que somos la agricultura con mejor huella hídrica del mundo y FAO en 2017 nos entregó (a AAPRESID) el premio Glinka como guardianes del suelo. Hay distintos motivos por los que esto no avanza en otros lados.
-¿Por ejemplo?
-Tiene que ver con la cultura, y a veces también con la política. Y en cada caso es distinta la cuestión de por qué no tiene más penetración la SD. Por ejemplo, el productor argentino es más joven que el americano, se adapta mejor a las nuevas tecnologías; en otros países la temperatura juega en contra, y si no dan vuelta el pan de tierra la temperatura del suelo tarda más en ser la óptima y las ventanas de siembra se comprimen. También está el lobby de las empresas de maquinaria que hacen este tipo de herramientas y no les conviene que cambie. Hay distintas realidades. Pero lo que es innegable es que el sistema de directa es más amigable con el ambiente, podemos sentarnos con cualquiera a dialogar, hay una forma distinta de hacer agricultura que, por otro lado, el mundo la necesita.
-¿Qué análisis hacés de la visión sobre el campo y la actividad agropecuaria que hay en Argentina?
-Creo que nos tenemos que hacer cargo de algunas cosas. No hemos ocupado los lugares que tenemos que ocupar. Desde el agro quedamos lejos de los lugares donde se toman las decisiones. Y los ocuparon otros. Y los resultados están a la vista. Tenemos uno de los sistemas productivos más eficientes del mundo con menor huella ambiental, de modo que todas estas cuestiones que algunos piensan de los horrores del campo y los fitosanitarios, y dialogando se puede hacer entender algunas cosas. El desafío que tenemos es corrernos del enfrentamiento, escuchar los miedos. Hoy hay una conciencia de riesgo distinta, hay cosas por mejorar, pero vamos por un buen camino. Se trata de dialogar, de escuchar al otro, saber cuáles son sus miedos… Hay muchos que tienen miedo y desconfían en serio, y hay que ponerse en el lugar de ellos y tratar de explicar.
-¿Y cómo se empieza?
-Muchas veces estos miedos que siente la gente están abonados por varias cosas. Cuando mi hija iba a cuarto grado abrí su manual Santillana y había un pulverizador y el texto de abajo decía “acá vemos un avión pulverizando un campo, el veneno que tira envenena la tierra, el agua, los ríos… “, es un mensaje que se ha venido machacando durante mucho tiempo y genera miedo. Pero no es fácil dar vuelta esa tendencia con el poder de fuego que podamos tener nosotros. Por eso el desafío es grande. Y pasa por el sueño de una Argentina común. ¿Qué podemos darle nosotros al mundo? ¿Seguramente serán productos de la fotosíntesis? Granos, biofármacos, biomateriales, carnes, etc. Si hay algo que nos puede dar desarrollo federal, inclusivo, es el desarrollo de la cuenca fotosintética. Ojo, también tenemos turismo, conocimiento, el mar argentino, pero como país nos tenemos que poner de acuerdo en estas cosas, y tenemos que sentirnos orgullosos de esto. Hay que convencer a los decisores políticos. Esa es la energía que me moviliza hoy. Si logramos esto son oportunidades para un montón de chicos que, como mi tatarabuelo están buscando oportunidades y en Argentina las hay, están allí, el mundo necesita lo que nosotros tenemos. Pero por no ponernos de acuerdo entre nosotros no estamos yendo por el camino adecuado.
-Vuelvo al principio y te hago mirar para atrás y para adelante. ¿Qué cosas recibiste de tus antepasados? ¿Y qué cosas te gustaría que tus hijos estén aprendiendo de vos?
-La pasión por lo que hacemos, el sentido de comunidad. También hay algo religioso, agradecer y el desafío de mejorar. Eso es algo que recibí de mi vieja, mis abuelos, y personas que me han marcado, y es lo que quiero que mis hijos vean en mí.
-¿Qué desafíos tenés vos por delante en 10-15 años?
-Yo soy optimista en el cambio. Si lográsemos ponernos de acuerdo y entrar en un círculo virtuoso se pueden producir cambios muy positivos. El potencial es inmenso, las capacidades humanas están, capital es lo que sobra en el mundo, entonces soy un optimista de que si logramos convencernos de que podemos hacer las cosas de otra manera el cambio lo vamos a ver nosotros, no nuestros hijos y nietos. Cuando ves el potencial productivo, la cuenca fotosintética, te entusiasma. Este tren sigue pasando, y tenemos que dejar el cuero en la cancha para ponernos de acuerdo y avanzar.
-Para terminar, te pido que me dejes un tema musical que quede sonando. ¿Cuál elegirías? ¿Qué música escuchás?
-Hay un tema que me encanta la letra que es “Una canción de aquí”, de Facundo Saravia. Pero hay otra que también me llena que es de Queen “Don´t stop me know”.