Al principio solamente no recordé una palabra. Minutos después pude rearmar la frase sin dificultad. Luego, caminando por el parque, me desorienté. No supe volver. ¡Pero lo logré!.
Escribí palabras sueltas para retenerlas en mi memoria. Esta receta de rogel, porque a mis hijos les encanta. Derretir 150 gramos de manteca en una taza de agua hirviendo. Agregar una pizca de sal. En medio kilo de harina incorporar la manteca y el agua, mezclar un poco. Agregar 12 yemas y 2 huevos. Formar un bollo liso. Dejar descansar media hora envuelta en papel film, en la heladera.
Intentaba recordar todo el tiempo, pero todo el tiempo olvidaba. Por eso ahora no sé para qué guardé la masa y mi hijo me la pone sobre la mesada para que yo corte bollitos y los estire bien finitos, como finita es mi mirada. Corto círculos apoyando un plato sobre cada bollo estirado, los pincho con un tenedor. Se cocinan 5 o 7 minutos en horno fuerte.
Deambulé por las páginas de mis libros. No me concentraba. Estos libros ya no me podían leer sus maravillosos párrafos.
Hice consultas médicas.
Me diagnosticaron Alzheimer.
La vida se me nubló.
No reconocía mis espacios. Tampoco supe llegar hasta mi cuarto. Olvidé el nombre de mis hijos.
Todo sigue anotado en mi PC para cuando llegue el instante de haberlo olvidado todo. Como sigue esta receta de rogel, para decirme que debo armar una torre intercalando un disco de masa y un poco de dulce de leche repostero para que no chorree como agua de cascada.
Mi memoria fallaba una y otra vez. Hice el esfuerzo enorme de tratar de memorizar los nombres de mis hijos, el nombre de este compañero fiel al cual a veces beso sin saber quién es.
Me escribí una pequeña historia de los integrantes de mi familia. Pero igual llovía vacío. La nada misma. El no saber ni conocer.
Ahora estoy en un mundo nuevo. Trato de aprender a no olvidar-me.
No puedo reencontrarme con la que fuí. No puedo reencontrarme con mis recuerdos. No puedo decir te amo.
Escribo a veces. Para cuando ni siquiera pueda comprender lo que ahora escribo.
A pesar de todas las ausencias, siento tu abrazo y sus miradas y me sonrío.
Cuando ya no esté. Cuando ya no sea la que fui, ni por este instante en que aún me reconozco. Sabrán que lo intenté. Sabrán que sigo siendo yo, a pesar de haberme marchado.
En fin. Preparo un almíbar punto bolita blanda, que echo con cuidado sobre las claras batidas a nieve. Será un brillante merengue, con ese brillo de la blancura recién batida.
Ya no soy. Ya no estoy. Soy un recuerdo de mi, que abraza lo que sentí con ustedes y lo que ustedes recuerdan de mi.
Soy una ausencia germinada en sus memorias. Atrincherada en el silencio del Alzheimer.
A pesar de ello, me sonrío cuando me besás la frente y cortás una porción de esta receta para el alma. (Jorja)