-¿Y si en vez de seguir alquilando el campo empezamos con algo nuestro?
-Bueno, probemos.
Así comenzó la producción propia en la granja 5 Gurises, ubicada en colonia Mabragaña, departamento Colón, Entre Ríos. Con una superficie de 13 hectáreas fue adquirida en 2008 por la familia Gallinger y los primeros dos años se arrendó para sembrar sorgo y maíz.
“Al ver cómo se iban las tolvas llenas de grano fuera del campo le sugerí a mi padre que no se arriende más y que comencemos con alguna producción propia”, recuerda Walter, que comenzó con las ponedoras a campo. “La idea de criar a las gallinas de este modo campo tuvo dos razones: primero porque no me gustaba la idea de tener los animales enjaulados ni encerrados en un galpón y segundo porque al estar libres abonan los frutales que fueron plantados en los parques de las gallinas”.
Así, se construyeron 3 gallineros para 250 aves cada uno y se destinó un cuarto de hectárea de parque por gallinero donde se plantaron frutales: pecanes, naranjos, mandarinos, limoneros, ciruelos, perales, durazneros, almendros e higueras. La experiencia fue sumamente exitosa ya que los frutales y las gallinas se ayudaron mutuamente dado que los árboles les proporcionan sombra y protección y, a su vez, éstas generan el abono necesario para no tener que fertilizarlos.
Además de las gallinas libres en pastoreo tienen aproximadamente 2,5 hectáreas de huerta agroecológica, crían ovejas para producción de corderos y hay alrededor de 150 árboles frutales de diferentes variedades. A esto le suman unas colmenas de abejas y algunas pocas vacas porque están incursionando en ganadería.
“Inicialmente comenzamos la producción con Erika Rodríguez, mi señora, y hace 3 años se incorporó mi hermano Juan a trabajar en el campo y nos asociamos para expandirnos en la producción hortícola”, explica Walter. “En el día a día trabajamos Juan y yo, y Erika se suma en tareas puntuales como en la cosecha porque ella se encarga también de la producción de elaborados como yogur o conservas tales como escabeches de verduras, salsas de tomate, etc. esporádicamente recibimos voluntarios que se suman a las actividades en la huerta”.
Hoy la fuente principal de ingresos de la granja está dada por la producción hortícola. Con bolsones de verdura agroecológica abastecen a unas 120 familias, entregando en 6 ciudades distintas dentro y fuera del departamento. Sus clientes son personas interesadas en acceder a una “alimentación de calidad y a un precio justo”.
“Nuestros precios son los mismos que podés conseguir en una verdulería, con la diferencia de la calidad superior que tienen las verduras orgánicas cosechadas en el día de la entrega. Cuando contamos con excedentes de producción vendemos a verdulerías, pero este no es nuestro mercado objetivo”, agrega este productor que no es un “nic rural”.
“No soy nacido en el campo: me instalé aquí en 2009 con 25 años y viniendo de vivir en Buenos Aires”, aclara. “Andaba en búsqueda de nuevos horizontes y la vida en el campo era algo que me entusiasmaba, dejé mi trabajo en la ciudad y la carrera de Administración de Empresas y me mudé acá. Como no soy de campo no cargaba con ciertos “vicios” productivos de la gente de acá y eso me permitió ver con creatividad e inocencia muchas cosas de la producción. En algunas cosas eso es una ventaja y en otras no lo es tanto… Me he nutrido mucho de los campesinos vecinos y de la literatura que podía encontrar en Internet”.
Con respecto a la razón para producir de forma agroecológica, Walter menciona la seguridad sanitaria de los que trabajan en la granja y la decisión de producir a menor escala un alimento “con más valor real y percibido”. Por ahora no tienen intención de certificar orgánico porque sus clientes son de cercanía y con un trato directo donde pueden verificar que trabajan sin agroquímicos.
“Nuestra certificación es nuestra trayectoria, la recomendación de nuestros clientes y la calidad de nuestra producción”, enfatiza. “Además nuestras tranqueras están abiertas para aquellos que desean conocer nuestra forma de producción; certificar orgánico nos permitiría acceder a mercados más específicos dispuestos a pagar mejores precios, pero nos agrada poder mantener un mercado de cercanía porque creemos que eso es parte de la agroecología, menos distancias e intermediarios entre productor y consumidor”.
“Creo también que estar forma de producir es parte del proceso de búsqueda interna y colectiva por un mundo mejor para todos, es la respuesta que encontré cuando pasé de vivir en la ciudad a vivir en el campo y es el camino al que estamos llamados a transitar para revertir el daño que como sociedad hemos generado en los ecosistemas”, reflexiona Walter.
“Seguramente en la granja cometamos errores en nuestra relación hombre/tierra, pero de seguro nunca haremos nada conscientemente que pueda dañar el ecosistema o la salud de los seres que habitan la granja. Creemos que el uso de agroquímicos o fertilizantes de síntesis química es un daño directo a la vida y la biodiversidad, como también lo es la producción de animales en condiciones antinaturales”, agrega.
Salvo momentos determinados, no hay grandes problemas con plagas en la granja, y la mejor herramienta es la diversidad: producen un gran abanico de hortalizas a lo largo del año y de esta forma si alguna plaga extermina una variedad en particular, cuentan con otras para continuar con la oferta semanal de verduras. Por otra parte, en general las plagas no llegan a un daño mayor al 30% de la producción, por lo que otra herramienta de prevención o anticipación es sembrar más de lo necesario y, si hay excedente, va para las verdulerías.
En otros casos usan algunos preparados caseros muy sencillos de forma preventiva, como dientes de ajo fermentados en agua, que ayudan a ahuyentar ciertos insectos cortadores. La fertilización la realizan con abono de oveja y gallina de la granja que lo convierten en bokashi, mientras que para grandes extensiones usan cama de pollo que consiguen de los criadores de la zona. En este caso fertilizan en junio y en enero, una hectárea cada vez, tres meses antes de la siembra, para que se incorpore bien a la tierra y evitar cualquier contaminación a las verduras.
-Usted pasó de la ciudad al campo. ¿Cómo ha sido esta experiencia?
-Lo más bello es el entorno laboral: el contacto con la naturaleza, con sus ciclos, el aire puro, el cielo y los astros. La libertad y el compromiso que genera el campo. El que lea esto y viva del campo entenderá eso de que trabajar y vivir de la tierra es un gran sacrificio, pero difícilmente lo cambiaría por otra cosa, uno se vuelve uno con su lugar, con los animales, con lo que lo rodea. Puede ser duro trabajar en los calores de enero, o las mañanas frías de invierno, pero una buena cosecha, las puestas del sol, los almuerzos en familia, la comida producida por uno mismo en la mesa, la devolución de amor de las plantas y los animales, pagan con creces los esfuerzos que uno realiza.
-¿Qué falta para que sea perfecto?
-Quizás que el pequeño campesino cuente con más apoyo del Estado. El campo a esta escala es mucho trabajo físico y a veces se vive con lo justo, por eso vendría bien un apoyo para poder descansar, como unas vacaciones pagas o un retiro anticipado. Y si no es ayuda del Estado podrían ser políticas públicas para acceder a fondos de retiro privados. Creo que sería muy justo para aquellos que dejan su cuerpo en la producción de alimentos para toda la sociedad.