Alejandro Izaguirre no es empresario agrícola tradicional porque dedica alrededor de un tercio de su tiempo laboral al negocio productivo, mientras que los dos tercios restantes los aplica a tareas científicas y docentes.
A este bisnieto de productores agropecuarios del sur santafesino le fascinaron desde pequeño los números y estudió economía en la Universidad Nacional de Rosario (UNR), para luego hacer un doctorado en economía la Universidad de San Andrés y una maestría en estadística en la UNR.
Además de trabajar como docente en la Facultad de Ciencias Económicas y Estadísticas de la UNR, también se dedica a la investigación en el ámbito de la economía espacial. Es investigador afiliado al Centro de Estudios para el Desarrollo Humano de la Universidad de Sam Andrés. Actualmente está desarrollando un modelo metodológico orientado a integrar diferentes bases de datos públicos para poder visualizar la localización de determinadas variables –como pobreza o desempleo– con un alto nivel de detalle geoespacial, de manera tal de generar nueva información útil con registros ya disponibles.
“Dedique toda mi carrera a la econometría, que es la parte más cuantitativa, más estadística de la economía; es mi vocación”, comenta Alejandro.
Mientras desarrollaba su carrera profesional, su padre le propuso sumarse a la empresa familiar para evaluar, inicialmente, si tenía condiciones para poder gerenciarla en un futuro.
“Me crié en el campo, pero jamás había tenido responsabilidad alguna en una empresa agropecuaria, así que mi padre me fue dando a cargo lotes para que los gestionara por cuenta propia, con el propósito de que los errores que pudiese llegar a cometer en el proceso de aprendizaje no pusieran en riesgo a la empresa”, recuerda en un artículo publicado por Contenidos CREA.
En ese proceso, Alejandro comenzó a buscar fuentes de información y conocimiento para mejorar sus aptitudes en el ámbito agropecuario y, en una de esas averiguaciones, descubrió a los grupos CREA.
“No sabía entonces bien qué era, pero envié un correo electrónico para pedir ingresar a un grupo, aunque no había disponibilidad en ese momento; meses después, me contactó Adrián Rovea (asesor del CREA Teodelina) para informarme que estaba armando un nuevo grupo, que finalmente terminó siendo el CREA Ascensión”, comenta.
La particularidad del grupo es que se conformó mayormente con empresarios sub-30 que, en su mayor parte, eran agrónomos. Alejandro era el único economista.
“El grupo CREA resultó ser una escuela impresionante y lo sigue siendo. Los primeros años fueron netamente productivistas, mientras que, cuando logramos alcanzar un cierto nivel tecnológico, comenzamos a tratar otros temas administrativos, comerciales o financieros”, remarca.
La información que circula en el ámbito del CREA es vital para Alejandro, quien, al dedicar buena parte de su jornada laboral a cuestiones propias de su profesión, no está en el día a día de las complejas cuestiones que atraviesan las empresas agropecuarias (en realidad todas las empresas) en la actual coyuntura del país.
“En el grupo es factible identificar y buscar soluciones para los problemas que tengo y también para los que no tengo y, observándolos en otras empresas, comprendo que pronto voy a tener. La interacción con pares que tienen un mismo norte es fundamental para poder tomar las mejores decisiones posibles”, explica.
Luego de un proceso de prueba de tres años, el padre de Alejandro soltó las riendas para cederle el control de la gestión de la empresa a su hijo. A partir del conocimiento obtenido en la red CREA, Alejandro se animó a comenzar a incorporar un diseño agronómico más intensivo que contribuyó a incrementar de manera significativa los rendimientos agrícolas logrados.
“Mi padre, quien ya falleció, había padecido muchas crisis y venía implementando planteos más bien defensivos; yo comencé a implementar cambios, de manera gradual, para ir a un ritmo aceptable a los tiempos de mi papá”, afirma.
Para poder gestionar todos los procesos productivos, comerciales y administrativos de la empresa, tarea que lleva a cabo con la colaboración de un encargado de campo, Alejandro tiene un principio básico: mantener las cosas lo más simples posibles.
El establecimiento cuenta con una pequeña planta de silos, lo que le permite gestionar la logística y la comercialización de los granos con mayor eficiencia, para así poder aprovechar eventuales oportunidades de mercado.
Recientemente comenzó a evaluar la posibilidad de adquirir una sembradora para poder mejorar ese proceso, tanto en lo que respecta a tiempos como a calidad de implantación, lo que requerirá –si la inversión se concreta– contratar a un empleado adicional con experiencia en esas labores.
“Entiendo que puede llegar a haber algunas ineficiencias por el hecho de no estar 100% dedicado a la empresa agropecuaria, pero es el precio que estoy dispuesto a pagar por desarrollar una vocación que me apasiona”, confiesa.
Si bien en términos productivos y de costos la empresa de Alejandro va a la par del resto de la integrantes del grupo CREA, en los últimos años se tornaron crecientemente complejos las cuestiones impositivas y financieras ligadas a la actividad agrícola, aunque los aportes del CREA, en ese sentido, resultan esenciales como parámetro para tomar decisiones oportunas.
Alejandro va acomodando su agenda en función de las exigencias académicas y empresariales, dado que ambas cuentan con eventos que requieren presencia absoluta, como puede ser el caso de la presentación de un estudio en un congreso de economía o bien el inicio de la cosecha de soja en el establecimiento. Más allá de ese ajetreo, que también debe compatibilizar con los requerimientos domésticos, está satisfecho por haber podido complementar su vocación profesional con el legado familiar.