Bienvenido sea el debate respetuoso que se presenta en el ámbito público de las redes sociales porque a todos nos hace mejores y enriquece al permitir la posibilidad de incorporar conocimientos y perspectivas múltiples.
Días atrás publiqué un artículo en el cual mencioné como algo absurdo que, frente a una escasez crítica de divisas, Argentina emplee dólares para importar combustibles fósiles cuando puede abastecerse de biocombustibles.
Santiago del Solar, empresario agropecuario y ex jefe de gabinete de la ex Secretaría de Agroindustria, indicó, al respecto, que el precio del biodiésel es mucho más caro que el del gasoil. Algo que es cierto.
El último dato oficial publicado por la Secretaría de Energía muestra que el valor del biodiésel importado por la Argentina en abril de este año fue de 845 dólares por tonelada, mientras que en ese mismo mes el valor FOB de exportación del biodiésel –elaborado con aceite de soja– se ubicó en una media de 1315 dólares/tonelada.
El dato es relevante y sería ciertamente de interés en una situación macroeconómica ordenada con un único tipo de cambio, sin impuestos ni regulaciones distorsivas, una inflación aceptable y demás cuestiones presentes en países vecinos como Brasil, Uruguay y Paraguay.
Pero estamos atravesando una coyuntura extraordinariamente grave en la Argentina en la cual, gracias una política económica y cambiaria demencial, el país se quedó sin divisas y los funcionarios del gobierno muestran que están dispuestos a comprometer hasta la soberanía nacional para “manguear” monedas en potencias emergentes con apetitos colonialistas que harían sonrojar a los británicos del siglo diecinueve.
En ese contexto, cada divisa malgastada es un enfermo crónico que se queda sin un fármaco esencial, una fábrica parada que no puede acceder a un insumo importado clave o un equipo o maquinaria que debe dejar de usarse porque no se consigue repuesto. Argentina, hasta que logre salir de la crisis actual, necesita recurrir a todo aquello que pueda sustituir importaciones.
En el debate, Daniel Lema, economista y profesor de la Ucema, mencionó, refiriéndose a mi persona, que “parece que aún hay desinformados” porque la diferencia entre el valor del biodiésel y el gasoil es “una cuenta básica y fácil de comprobar”.
Al respecto, es apropiado saber que en las naciones serias del mundo la política energética está en manos de profesionales que realizan análisis sistémicos, que incluyen un volumen significativo de variables interrelacionadas, y no argumentos lineales, pues los riesgos de esto último son por cierto elevados.
Eso mismo fue lo que sucedió en 2021 en la Argentina, cuando funcionarios del gobierno, con una simple “cuenta de almacenero” que contenía el precio del gasoil y el del biodiésel, decidieron que lo mejor era reducir el consumo del biocombustible para propiciar la exportación de aceite de soja y contar con más divisas. Gran negocio.
Pero luego llegó el conflicto ruso-ucraniano y durante buena parte del año 2022 hubo enormes dificultades para cosechar y transportar granos –la principal fuente de divisas de la economía argentina– debido a una escasez de gasoil (que este año no apareció porque la cosecha fue minúscula).
En plena crisis de abastecimiento, tuve la posibilidad de entrevistar a un empresario agropecuario santafesino que, junto a otros socios, montó una pequeña planta elaborada de biodiésel justamente para evitar problemas operativos y logísticos generados por situaciones de escasez de gasoil. Y una de las preguntas de rigor, claro, es si habían tenido en cuenta las variaciones de precios entre el gasoil y el biodiésel para asumir las pérdidas cuando las mismas resultasen desfavorables. La respuesta fue contundente: “no existe energía más cara que aquella que no se tiene cuando se la necesita”. Las relaciones de precios desfavorables se pueden gestionar, pero no así la falta de combustible.
Ese mismo razonamiento es el que emplea la primera potencia agrícola emergente del mundo, Brasil, al establecer un corte obligatorio de biodiésel del 12% con el objetivo de llevarlo próximamente a un 15%. O los esfuerzos que está realizando la provincia de Córdoba en la materia.
Adicionalmente, es adecuado conocer que la producción mundial de petróleo de mayor calidad, necesario para elaborar gasoil, llegó a su máximo entre 2005 y 2006 y muchos de los nuevos hidrocarburos líquidos que se vienen introduciendo en los últimos años –como el presente en los yacimientos patagónicos de Vaca Muerta– sirven para producir nafta, pero no gasoil. Por ese motivo, la oferta de ese combustible viene cayendo con fuerza en los últimos años y la producción interna de biodiésel se transforma así en un activo estratégico.
Por lo expuesto, la recomendación de base es informarse antes de acusar a alguien de “desinformador”, pues para debatir –con datos y respeto– siempre habrá tiempo.