“Me da vergüenza contarlo, pero es la verdad y otros lo han agradecido, por eso lo cuento: el día que cumplí 50 años, después que todos los invitados se habían ido de casa intenté trotar un poco y casi me muero, corrí 100 metros y sentí que me moría… Ese día cambió mi vida, yo pensaba que era un grandote gordo… Después cuando bajé de peso me di cuenta de que no era grandote… era gordo nomás”.
El relato corresponde a uno de los capítulos (el 24) de Oli-Nada-Garcas, “el podcast de tu vida”, que grabamos con Tomás “Tomi” Oesterheld hace un tiempo, en el que hablamos de cómo empezó a correr, de su pasión por la huerta (llegó a cultivar 100 variedades distintas de tomate, 30 de zapallo incluso uno que pesó 131 kilos), y de las épocas en las que tocaba la batería. Un “varieté” para conocer la vida detrás del ingeniero agrónomo.
Volviendo a aquella noche del trote frustrado, Oesterheld recuerda: “sentí que no podía seguir viviendo así, tenía que cambiar de hábitos. Justo se dio en un momento en el que desde lo laboral quería ver cómo hacía para cambiar los hábitos de las personas, la gente y su forma de ver las cosas, y yo tenía una materia pendiente conmigo”.
Así fue como empezó de a poco. Cambió hábitos alimenticios, se compró una balanza y arrancó con caminatas. “A lo largo de unos años pasó el milagro de poder bajar 40-50 kilos y de no poder correr 100 metros sin ahogarme ahora corro entre 60 y 80 kilómetros por semana, unos 2500 a 3000 por año”, contó.
Ser agrónomo, andar en la ruta varios días y horas a la semana hace más difícil la tarea de ejercitarse y comer mejor. Sin embargo, los runners la tienen más fácil, al menos a priori. Con un par de zapatillas y la ropa deportiva se puede correr en cualquier sitio. La de comer mejor a veces es más difícil pero no imposible. “Cada semana, cuando organizo la agenda de dónde voy a estar pienso dónde y cómo voy a correr, a veces arranco a las 5 de la mañana, antes de empezar la jornada laboral, se siente lindo correr en los pueblos o ciudades todavía dormidos”, relató.
“La verdad es que te sentís mejor, el médico te dice que estás más sano y, además, es algo que hacemos en familia, sobre todo con mi mujer, Pali (Paula Fabris), ella es corredora de siempre y eso me motiva”, contó Oesterheld.
La última proeza, fue haberse animado a correr una ultra maratón, nada más ni nada menos que la de El Paso Austral, en la que se cruza la cordillera de Argentina a Chile. Se corre por senderos dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi (Bariloche, Argentina) y el Parque Nacional Vicente Pérez Rosales (Chile), atravesando la Cordillera de Los Andes por el mítico Paso de los Vuriloches, con distancias de 50K, 70K y 120K.
Como era la primera, Tomi y Pali corrieron el trayecto más corto, pero nada despreciable de 50 kilómetros. “Arrancamos de noche desde el Cerro Catedral y fuimos hasta Pampa Linda, en la base del Cerro tronador, en el medio pasamos por el refugio San Martín donde está la laguna Yakob, uno de los puntos más altos del recorrido”, relató Oesterheld. Fueron algo más de 8 horas corriendo por “un ambiente bravo que tenía de todo -según contó Oesterheld-, un camino muy poco transitado, por momentos muy técnico, con mucho desnivel, siempre estaba la geografía desafiándote, pero muy linda, por suerte la pudimos terminar”.
Quedará registrado para la historia que Tomi salió segundo en su categoría (50 a 60 años): “Me subí a un podio, algo inesperado para mí, aunque lo importante, como siempre digo, es el desafío personal, algo que, más allá del puesto que ocupes no te lo quita nadie”.
Agrónomo huertero: Porteño, hace tiempo ya radicado en Trenque Lauquen, Buenos Aires, Tomás Oesterheld es un asesor o “facilitador” para la adopción de herramientas de agricultura de precisión. Su foco, lo que más le gusta de su actividad, es “la búsqueda de las herramientas para que en el campo se puedan incorporar más rápido las nuevas tecnologías que vienen a gran velocidad”.
Sin embargo, durante el podcast hablamos de su otra pasión, su lado b, la huerta. “La primera semilla la sembré hace como 30 años, cuándo estábamos recién casados con Pali, vivíamos en el campo e hicimos un primer intento de huerta, la anécdota es que apenas una planta de melón y algo más pudieron sobrevivir a mis malos tratos… pero ese fue el inicio”, contó Tomi.
Después hubo un impase y hace unos diez años, ya viviendo en la casa donde actualmente viven, con un parque, una zona de quintas en las afueras de “Trenque”, armaron huerta de 1000 metros cuadrados, con frutales al medio y, por supuesto, compost.
“Arrancamos con el compost para achicar la basura doméstica, después fuimos avanzando, empecé con 20 variedades de tomates, algunas que había conseguido que me manden a través del contacto en redes sociales, eran tomates verdes, amarillos, negros, empecé a meterme en grupos de huerteros. Toda esa locura llegó a su máximo esplendor con una página de Facebook que llegó a tener 30.000 seguidores, con amigos de todos lados, mandábamos semillas por correo”, recordó Oesterheld.
Para Tomi, “los tomates son el corazón, los reyes de cualquier huerta”. Y los “más fáciles de cultivar son los zapallos”. Y de los zapallos surgió una anécdota: “Hemos hecho 20-30 variedades distintas de zapallos incluso una vez que conseguimos una semilla de una calabaza gigante que la cultivamos y la cosechamos con 131 kilos que paseamos en camioneta por la ciudad y la terminamos repartiendo”.
Como rareza, han cultivado también azafrán. “Es un trabajo bárbaro, porque es una flor de un día y lo que se saca del azafrán es una partecita de la flor, pero te das el gusto de comerte arroz con azafrán cultivado por vos mismo”, contó Oesterheld. La locura (linda) no tenía límites… y, a veces, es contagiosa: “Hubo amigos, por ejemplo, que en algún restaurant del mundo les traían unos tomates cherrys raros, entonces, se los metían en el bolsillo y cuando llegaban al hotel le sacaban las semillas para traérnosla”.
Compost tienen dos, uno “bien chacarero”, que es un pedazo de tierra al que le pusieron un plástico negro y van tirando la basura gruesa de jardinería, por ejemplo. También tienen unos tambores de 200 litros agujereados en el fondo sobre unos ladrillos en los que tiran los desechos de la casa como yerba, cáscaras, etc. “Una vez por año tenemos 200-300 kilos de tierra-compost de las lombrices californianas con las cuales tenemos también lindas historias… al igual que las semillas, también las hemos mandado por correo argentino, ¡y llegaban bien!”, contó.
En el podcast contó también qué sembrar en qué momento del año. Para aquel que quiera arrancar hoy, Tomi dice que está la información en internet, con videos, tutoriales, de todo. “Sepan que la tierra es muy generosa, aprendés que en pocos metros, con un poco de trabajo, se generan producciones sorprendentes, la semilla naciendo es un milagro al que no hay que acostumbrarse, hay que disfrutarlo”, animó Oesterheld.
Agrónomo entre huerteros: “El mundo de las huertas tiene muy instalado el temor a la agricultura extensiva y todo lo que hacemos los agrónomos o los productores en el campo”, refirió Oesterheld consultado sobre cómo sobrellevaba esa vida en los “dos mundos” (si hubiera tal cosa). Y prosiguió: “Cuando participaba de grupos tenía un gran trabajo porque tenía que contar lo que hacía, sacar miedos, y es un trabajo artesanal que todavía hoy tenemos los que nos dedicamos al trabajo en el campo para que nuestros vecinos no nos tengan en la mira”.
Tomi contó que, incluso, hubo alguno que le dijo “cuando vayas al campo no respires” (se ríe). “Hay extremistas, pero también hay mucha gente, los más, que tienen falta de conocimiento y por eso tenemos que contar y contar lo que hacemos, en ese sentido, te puedo decir que me sentía un eslabón perdido entre la huerta y la agricultura extensiva”.
Batero, la última estación: La última de todas sus pasiones (además del trabajo, el running y la huerta) es la música. “Pareciera como que fue hace dos o tres reencarnaciones… (se ríe…) empecé hace 40 años y dejé hace 30”, recordó.
“Era esa época donde hacíamos la colimba, éramos jóvenes, la música se escuchaba en vinilos y casettes y mi rebeldía pasaba por el heavy metal, el rock pesado, y formar una banda armada en Segunda Mano (Nota: era una especie de revista clasificados de la época)”, apuntó Oesterheld.
Con la banda, que se llamaba Krupp y estaba conformada por “cuatro salvajes pero inofensivos”, tocaban bien pero no llegaron a ser conocidos, según el propio Tomi. “A los 16 o 17 años ni me imaginaba que iba a vivir en el campo, yo creía que iba a ser baterista toda la vida, me gustaba más la idea de triunfar en Los Angeles tocando la batería que ser asesor agropecuario en Trenque Lauquen”, se acuerda.
¿Algún baterista como referente de aquella época? “Pappo, Riff, y de los internacionales Iron Maiden, todavía sigo escuchando esa música de los ’80, que es la que siento que es mi música”, reflexiona.
-¿Su tuvieras que elegir un tema musical para que quede sonando después de la charla, ¿Cuál elegirías?
-Y le vendría bien algún tema de Riff a Oli-Nada-Garcas. Pero no lo voy a poner. Voy a elegir uno que escuchamos varias veces con mi mujer Pali, y con ella lo mejor que hemos cultivado son nuestros cuatro hijos, es un tema que también le gusta a una de mis hijas “Yo si”, de Laura Pausini, que creo que sirve para mirarse para adentro.
Muy linda nota!
Hermosa nota. Genial ejemplo de vida.