Miguel Ángel Berasategui (64) es carpintero rural devenido cada vez más en artesano, porque pretende que ese sea su pasatiempo cuando le llegue el momento de jubilarse y abandonar su oficio.
Nació en la ciudad de Los Toldos, cabecera de partido, en el noroeste de la provincia de Buenos Aires, y cuenta que él nunca tuvo nada. Que de muy chico empezó a trabajar lavando coches, por las propinas, y anduvo repartiendo pan con una ‘bici’ con la que tiraba de un carro. Cuando cumplíó 16 años, y ya podía emplearse formalmente, se fue al pueblo cercano de Charlone e ingresó a la planta láctea de SanCor, que lamentablemente cerró aunque ahora fue reabierta por otra empresa. Al tiempo hizo ingresar a la fábrica a su hermano Marcelo.
En aquel pueblo conoció a Graciela Urricelqui, hija de un camionero que proveía de leche a la gran cooperativa láctea, con la que se casó y tuvo dos hijas, que ya le han dado tres nietos.
“En SanCor hice de todo –cuenta Miguel-. Entré en 1975, empecé moldeando quesos, después pasé al laboratorio de análisis, y más tarde, a la parte de ‘Suministros’, donde proveía de herramientas, ropa de trabajo e insumos al personal. Éramos 300 empleados y había gente de todas partes, que venía con su cultura. Esto me enriqueció y aprendí mucho folklore, porque siempre me gustó ir a peñas y cantar, sobre todo, en coros. Era la época de Cafrune, Los Nocheros de Anta, los Fronterizos, Jaime Dávalos, Eduardo Falú, Los Trovadores del Norte, Zito Zeballos, Las Voces Blancas, todos próceres. Yo creo que por eso mis dos hijas, Natalia y Julieta, resultaron ser cantoras y profesoras de música”, relata.
Y prosigue: “Después conocí el oficio de camionero, porque trabajé un tiempo con mi suegro. Con él, aprendí a soldar fierros, sin saber que luego de muchos años, eso me daría la oportunidad de convertirme en carpintero rural, en mi propio pueblo al que regresé”.
En su afán por crecer en la vida, un día, Miguel se compró un camión-tanque y pasó a proveer de leche a la SanCor de Charlone. “Me pagaban los kilómetros y tenía que retirar la leche de los campos que me asignaba la SanCor. Hacía unos 20 tambos y hacía unos 120 kilómetros por día. Empecé en 1982. Fue un trabajo muy sacrificado, de andar por caminos vecinales, de tierra, y había que llegar aunque lloviera o tronara. Si llegaba a ‘encajar’ en el barro, había que esperar a que pasara alguien, porque en esa época no había teléfonos móviles. A veces llegaba al mediodía a mi casa y apenas podía comerme un sánguche y debía volver a salir. Iba a muchos tambos manuales, a los que debía retirarles la leche dos veces a tres por día”, relata.
Un día, Miguel se fue a pasear con su familia a la turística ciudad de Carlos Paz, en Córdoba, y le encantó. Como ya estaba muy cansado de aquel trabajo tan esclavo, vendió su camión y se fue a vivir allí, frente al famoso burrito de la avenida Cárcamo, en donde baja la aerosilla. Se puso un almacén con fiambrería. Pero Miguel no se imaginó que la hiperinflación del gobierno de Alfonsín lo llevaría a la ruina. Recuerda cuando después Menem cerró las cuentas bancarias, en 1989, y que un hombre de allí se suicidó.
Pasó tres años tan mal que ni pudo ir a Cosquín a disfrutar del folklore que tanto le gustaba. Se quedó como solían decir los porteños, “en Pampa y la vía”, sin un “mango”. Y cuenta que tuvo que pagarle con una heladera mostrador a un fletero para que lo regresara a su pueblo de Los Toldos, donde tuvo que alquilar para vivir y empezar de nuevo.
Una vez instalado en su ciudad natal, se le ocurrió ponerse a reciclar elementos viejos de campo. “Porque cuando no tenés trabajo, te ponés a matear y tu ‘cabeza’ empieza a carcomerte la conciencia”, ahonda. Con varias ‘muelas’ de un yugo –las que sostienen a los animales en la manga-, se fabricó una especie de barcito para su casa. Se dio cuenta de que podía hacer más cosas y se puso a hacer bancos y sillas puliendo las varillas viejas de los alambrados, mesas, percheros, materas. Se largó a vender todo eso y lo salvó de caer en una depresión anímica, recuerda.
Un día comenzó a ver que un reconocido vecino de 70 años de edad, don Matías Mariñelarena, ya no podía solo con su carpintería. “Él había hecho las mejores mangas y corrales de los campos de la zona –continúa recordando Miguel-. Venía de la época que se hacían de lapacho, una madera ‘de acero’, fuertísimas, tanto que aún duran, luego de 50 o 60 años que las hiciera. Hoy las hacemos de madera de Achico y de Curupay, de Misiones o de Paraguay, porque resisten a la intemperie y pintándolas con aceite y gasoil, duran más de 10 años. Don Matías era un sabio, vivía solo y de modo muy despojado, apenas tenía una bicicleta. Se tomaba todo el tiempo del mundo para hacer los trabajos y los terminaba a la perfección”.
“Don Matías también había sufrido la hiperinflación y muchas veces no ganaba plata, y diría que muchas veces salía perdiendo -explica Miguel-. Era muy ingenioso y se fabricaba sus propias máquinas y herramientas. Se hizo su propia sierra Sin Fin para hacer las tablas, por ejemplo. Un día empecé a ayudarlo, a aprender de él y me fui quedando”.
“Recuerdo que tenía un camioncito y cuando algún chacarero quería desmontar, nos íbamos los dos con la motosierra y nos proveíamos de madera. Aprendí de él a hacer y a reparar tranqueras, mangas, varillas para alambrados, de todo. Pero como también hacía galpones, me enseñó además la parte metalúrgica. Y poco a poco me fue vendiendo sus máquinas y herramientas: garlopa, cepilladora, soldadora, hasta que me puse mi propia carpintería, frente a la de él, y fue don Matías quien ahora venía a ayudarme a mí”.
“Hace unos cuatro años -continúa Miguel- SanCor cerró definitivamente muchas de sus plantas. Mi hermano, que llevaba 38 años en la empresa y había llegado a ser Jefe de Logística en los depósitos de Guaymallén, Mendoza, decidió regresar a Los Toldos. Ya lo estaban por contratar en una fábrica de tractores en Junín, pero sobrevino la pandemia y entonces se puso a ayudarme en la carpintería. Cuando terminó lo del Covid, decidió quedarse, y hasta hoy trabajamos juntos. Cuando necesitamos más ayuda para algún trabajo, contratamos a dos o tres personas”.
A Miguel le está yendo muy bien con su oficio y le sobra trabajo, a contrapelo de la actual crisis inflacionaria y de la sequía histórica de los campos que acabamos de sufrir. Él lo atribuye a que es consecuencia de que se ha diversificado en sus tareas, por ejemplo, de modo que mete mano en todo y no se ha especializado. Ha reciclado carruajes antiguos, dejándolos a nuevo y no sólo fabrica mangas y tranqueras, sino que repara. Hoy se encarga del mantenimiento en cuatro estancias de la zona. Además, hace rejas y portones para gente de la ciudad y del campo. Trabaja mucho para instituciones, y en este momento está fabricando un mecanismo para que la pantalla de cine, en el teatro de la ciudad, se pueda elevar y deje libre el escenario para las obras de teatro.
Pero con el tiempo también le nació el afán de ser artesano, de crear objetos y figuras con fierros y tornillos abandonados, al punto que ya ha hecho una exposición y hasta ha recibido un diploma. Últimamente le ha dado por hacer cuchillos, facones y verijeros, porque también tiene una fragua. De tanto que ha buscado cosas viejas por los campos, se ha hecho un rincón en su carpintería donde tiene su colección de objetos antiguos, como tronzadores, planchas de carbón, viejos quemadores de plagas de langostas, etcétera.
“En cuotas y con mucho sacrificio pudimos comprar nuestra casa, con mi señora, que fue artesana en cuero y nos íbamos a vender a las fiestas populares de Germania y demás pueblos de la zona, hasta que dejó por una tendinitis y ahora maneja los ‘papeles’ de la carpintería”, cuenta Miguel y se despide: “Este año ya me puedo jubilar, pero no creo que pare de laburar mientras mi cuerpo aguante. Éste envejece, pero la mente no. Creo que, de artesano, haciendo cuchillos, podré seguir muchos años más, vendiéndolos, con mi cabeza ocupada. Lo que no vendo son mis antigüedades de colección. Y será hora de dedicarle más tiempo a mis hijas y a mis nietos. Eso sí, y seguiré saliendo a pescar con mis amigos”.
Miguel Berasategui nos quiso dedicar “Milonga con sauces”, de la tucumana Leda Valladares, interpretada por una de sus hijas, la fina cantora y docente de folklore surero que reside en La Plata, “Nati Berasategui”, junto al guitarrista Mariano Delgado, editado en su disco Libélulas.
Me encantan las historias humanas que escribe el Colorado Lopez ! Vidas tan motivadoras !