Verónica Torassa es de aquellas mujeres rurales que decidió tomar al toro por las astas. No es que se metió en el lote para lograr mayores producitividad. Ella se embarró de la realidad social de la zona agropecuaria del partido de Azul, localidad donde reside y produce junto con su esposo, con quien forman parte de los grupos CREA.
En 2001, cuando el país estaba por estallar, Torassa creó junto a otros productores de la zona una organización social llamada Azul Solidario. Ella ya venía trabajando con niños en situación de calle, tenía guarderías a cargo y la Casa del Niño también.
“Me preguntaron en qué me podían ayudar. Yo lo que necesitaba era comida, los chicos estaban malnutridos, así arrancó Azul Solidario junto con María Sebber, Horacio Navas, Fernando Rojas Panello y Hernán Moreno”, por nombrar a algunos de los que ofrecieron su ayuda en aquel momento.
Tiempo después participó con su esposo de un congreso CREA que se llamó “Una Argentina nueva es posible”. Allí se habló de educación rural, del capital humano y social que hay en las comunidades más pequeñas y que es necesario apuntalar.
Verónica dice que es importante que los productores se den cuenta de lo bueno de lograr “que la gente tenga ganas de vivir donde está”, en el medio rural.
“Hablamos de cuidado del suelo y animal, pero yo quiero hablar de bienestar humano. La gente debe tener acceso a la educación, a caminos, conectividad rural, buenos sueldos. Necesitamos que se sientan partes de la empresa, porque la única que tiene familias es la empresa rural”, explicó.
Cuando volvió de aquel congreso CREA, Verónica le dijo a su marido que tenían que hacer una escuela agraria. Fue al consejo escolar y se enteró de que ya había 30 escuela rurales en el partido muy bien distribuidas y al lado de las estaciones de trenes que ya no funcionaban.
Cuando el tren quedó de lado luego en los 90 esas comunidades quedaron más aisladas y sólo subsistieron las escuelas en las que los maestros, con mucho esfuerzo y dedicación, daban clases todos los días de la semana. “Son docentes que hacen un trabajo estupendo y cuya figura es necesario resaltar porque producen verdaderos cambios en las vidas de los chicos”, indicó Verónica.
Al empaparse de esa realidad, Torassa se da cuenta de que los chicos de familias rurales que seguían yendo a esos establecimientos no contaban con la misma atención que un niño que asiste de forma regular a las escuelas urbanas. Por ejemplo, no tenían clases de materias especiales, como gimnasia, plástica, música, idioma o computación.
“Me dijeron que era así por había pocos chicos en cada escuela. Pero la cantidad no importa, todos los niños tienen los mismos derechos, así que fui a convencer al intendente quien hizo una ordenanza para que les permitiera el acceso a ese tipo de clases”, relató la productora solidaria.
Torassa está convencida de que una educación más completa los ayudará a una mejor inserción social y laboral. Pregunta: “Si un chico no sabe computación, ¿cómo va a manejar luego una maquinaria agrícola que viene con cada vez más tecnología?”
Fue entonces que arrancaron con el primer circuito de cuatro escuelas a las que asistieron diferentes instituciones sociales. Esto dio origen al ProMeCer, Programa de Mejoramiento de la Calidad de las Escuelas Rurales que es coordinado por Azul Solidario.
En este programa el municipio cedió el 1% de la Tasa Vial para que los docentes y chicos se puedan movilizar y reunirse para tomar esas clases especiales una vez a la semana. “Eso los ayudó a mejorar en la socialización y a tener mejor relación con los docentes. Además disparó la puesta en marcha de programas de capacitación laboral para las madres”, recuerda Torassa.
Por su parte, el hospital materno infantil cedió a los médicos residentes para que hagan los controles de salud y otras instituciones como la Sociedad Rural de Azul hicieron aportes determinados para que las madres puedan desarrollar el oficio de hilanderas y tejedoras, lo que les permite producir sus prendas y comercializarlas, pero sobre todo tener ingresos propios y no depender de los maridos.
Hoy el programa cuenta con 10 circuitos, en el que se asisten a 23 escuelas con cerca de 300 chicos y sus familias. “Y encima es replicable en cualquier municipio de la provincia, ya que las características de las zonas rurales son similares”, se esperanza Torassa.
El ProMeCer, que nació con un propósito educativo, tiene tres ejes: eduación, salud y mujer rural. “Esto es como un rompecabezas, los recursos están, hay que salir a buscarlos porque lo que necesitan (los habitantes de zonas rurales) son oportunidades”.
-¿Qué cambios notaron en los chicos y en las madres?- le preguntamos a Torassa.
-Se sienten vistos, incluidos, con ganas de poder decir cosas. En 2008 festejamos por primera vez el día de la mujer rural. En esa ocasión eran 25, y en el último encuentro pre-pandemia eran 200. Lo que notamos que empiezan a darse cuenta de que tienen protagonismo, que podían hilar, bordar, producir sus prendas y ganar plata.