Para muchos no hace falta presentar a Jorge Rulli. Para algunos es escritor, un peronista de la “vieja escuela” y uno de los creadores del grupo Reflexión Rural; para otros es todo un héroe de la “verdadera resistencia”, que sufrió mucho tiempo en el exilio y hoy vive de nuevo en Argentina, muy preocupado por temas ambientales y por el rumbo (perdido) de nuestro país.
Rulli siempre asegura una reflexión aguda y una palabra filosa, pero siempre honesta. Por todo esto y muchas cosas más, desde Bichos de Campo quisimos volver a entrevistarlo. Y por suerte nos dijo que sí y hasta nos dio su visión sobre el reciente dictamen condenatorio de la Corte Suprema de Estados Unidos contra el herbicida Roundup y Monsanto/ Bayer.
Lo primero que nos dice es que hay dos cosas urgentes: generar trabajo y crear un proyecto nacional que nos incluya a todos.
“Argentina ha perdido la idea de producción y de calidad. Yo me acuerdo de mi padre que era un pequeño empresario, donde la calidad de su producto era una cuestión de honor y el tema del precio venía después, mientras que ahora producimos commodities, cosas sin valor agregado en el comercio internacional. Eso ha contagiado a todas las producciones argentinas, donde no se valoran los detalles, se han devaluado los oficios y se ha perdido, por completo, la cultura del trabajo”.
-¿Cómo se recuperan las ganas de trabajar?
-Habría que elaborar un sistema de trabajo argentino, pero en este momento es impensable porque no hay capacidad de gestión ni hay una dirigencia política que pueda enamorar a la gente con algún proyecto.
-¿Enamorar?
-Sí. Para esto se necesita un gobierno capaz de “enamorar” a la gente, esa es la palabra por la pasión y el compromiso que hay que despertar. Y hoy las personas están muy lejos de enamorarse de algo; más bien van hacia la abulia y a una banalización de los conceptos que parecen no tener freno.
-¿Qué conceptos están banalizados?
-Toda la política y la forma de pensar basada en antinomias: blanco-negro. River-Boca. También el lenguaje inclusivo es otra simulación: cambio una letra y supongo que estoy integrando al diferente. Yo integro al otro cuando le permito que hable o cuando facilito las cosas para que su vida sea más fácil en la diaria, algo que claramente no ocurre. Todo es relato. Luego de tantos años de asistencialismo, las niñas no aprenden a cocinar porque las madres no se lo transmiten (porque ya no saben) y los niños no saben usar herramientas porque sus padres no las tienen. Esto se vincula con las ideologías urbanas y progresistas para las cuales el trabajo manual y cotidiano no está bien visto.
-¿Dónde se encuadran los urbanitas que se van a vivir a la paz del campo?
-Creo que es un intento sano pero muy limitado; hay que alentarlo pero cuidarse para que el tiro no salga por la culata porque la gente de ciudad que se va al campo lleva sus costumbres de ciudad, haciendo que el campo pierda identidad. No hay defensa de la vida rural: todas las políticas agrarias de la Argentina están pensadas por políticos urbanos, al igual que la educación y todo lo importante. Hay que ver cómo hacemos para cambiar esta corriente: soy partidario de los neorrurales y yo mismo volví de Europa y me vine a vivir a 50 kilómetros de Buenos Aires, buscando la semirurralidad… (Rulli vive en Marcos Paz) Hoy ya somos conurbano, la ciudad y sus vicios se nos vinieron encima.
-¿Qué rol juega el sector agropecuario en todo esto?
-Creo que en el campo hay una capacidad de respuesta importante, pero hay que abrir un debate para tener propuestas muy concretas para ver cómo recuperar el suelo y el trabajo. Antes, el campo daba arraigo, daba felicidad. Eso lo quitaron los planes sociales y los comedores en la ruralidad donde no son necesarios pero donde los políticos los instalan en su afán de generar dependencia social. Propongo debatir sobre la vida rural. La izquierda piensa que es un tema de reforma agraria y el campo cree que se trata de poner o sacar retenciones. Pero no podemos seguir siendo antinómicos. Esto es más complejo y global. La soja transgénica fue la otra gran responsable.
-¿Por qué?
-Porque permitió (y permite) una agricultura industrial donde la mano de obra casi no es necesaria y te permite vivir en la ciudad y sentirte agricultor. Se dice que la Argentina ha hecho una gran revolución al separar la labranza de la agricultura. Para mí esa afirmación y ese modo de pensar, que condena la labranza del suelo, resulta monstruoso porque es un cambio muy grande en el tipo de humanidad que se nos propone en que alguien cree que es agricultor porque maneja con el celular, desde la ciudad, lo que pasa en el campo. Yo reivindico la labranza del suelo y poder vivir en el campo y que la familia coseche fruta, haga conservas, cuidar el suelo. Esta es la humanización que la Argentina ha ido perdiendo. Además, nos estamos comiendo el suelo con el uso de agroquímicos.
-Sin embargo se argumenta que bien usados no dañan y hasta benefician al suelo.
-Es que el productor de soja se miente a sí mismo para poder seguir, incluso con lo de las BPA (Buenas Prácticas Agrícolas), que sabemos que dependen de la voluntad y criterio de cada uno. Lo que pasa es que repiten como loros lo que dice un grupo de pseudoexpertos o quienes tienen intereses con las industrias productoras de agroquímicos.
-¿Esto también es relato entonces?
-Sí, esto también. Pero reconocerlo implica un sinceramiento enorme y muy duro. Es un momento muy grave para la Argentina porque hemos perdido el rumbo. Cambiamos de gobiernos y todo sigue empeorando. Tengo 84 años, he luchado toda la vida… y hoy temo haberme equivocado.
-¿En qué?
-A lo mejor no supe encontrar el modo de transmitir mis ideas. Yo inicié la campaña contra las fumigaciones y me tuve que enfrentar a productores irritados que me gritaban en la cara. A la vez, ellos tenían sus razones cuando me decían: “No puedo hacer otra cosa más que soja porque el Estado me obliga porque los otros cultivos no dan ganancia alguna”. Creo que vivimos una situación muy perversa porque el mismo Estado que acusa a los productores los compele a hacer soja, no importa qué partido gobierne. Y además del problema de los suelos está, como ya dije, la despoblación del campo donde los agricultores dejan sus chacras para engrosar las villas de los conurbanos. Pudimos haber sido un paraíso semirrural y somos un infierno urbano, eso es lo que hay que debatir.
-De nuevo: ¿qué rol tiene el campo en esto?
-Tiene que hablar en voz alta. El campo debe proponer una Argentina diferente y presionar. Y si los políticos no lo entienden no importa. La clave es que la población se persuada de que hay otro camino porque es ahí donde están los futuros gobernantes. Es fundamental generar la idea de que otro país es posible. Y no sirve, como dice la Izquierda, hacer la reforma agraria porque si no cambia el modelo productivo , todo el esfuerzo sería para hacer más de lo mismo. Empecemos al revés, cambiando el modelo: repoblar el campo, tener alimentos de calidad para nosotros y para exportar, volver a tener el trigo que teníamos.
-¿Cómo se puede empezar?
-Recuerdo cuando desde Aapresid se propuso cambiar el barbecho químico por cultivos verdes… se habló muy poco del tema porque las buenas intenciones quedan aplastadas por los intereses de la agricultura de insumos. Hablar se habla, no sé si se hace. Ahora estamos en plena crisis de insumos y se ve que, gradualmente, tendríamos que volver a retomar una agricultura de procesos.
-La agroecología plantea justamente eso.
-Lo de la agroecología es un invento de este Gobierno, es parte del simulacro donde acopiadores venden como propio lo que les compran a otros sin mayor preocupación por el modo en que los produjeron. Yo no sé bien qué es la agroecología que proponen, porque no tiene nada que ver con lo orgánico ni lo biodinámico entendido en profundidad.
-Pero usted es peronista y este es un gobierno peronista. ¿O no?
-El kirchnerismo no es peronismo. Son grandes simuladores: fingen ser algo pero son otra cosa, simulan lo nacional y popular, pero anhelan una vida y consumos de realeza que logran a través del grado de corrupción que manejan, donde se roban todo para sostener o llegar a esa vida: desde alguien que pasa un millón de pesos mensual de combustible en un municipio hasta un concejal que “se salva” quedándose con un departamento por cada torre de edificios que ayuda a aprobar. Esa es toda la aspiración: hacerse rico, no trabajar más… Incluyo a muchos que de jóvenes querían o luchaban por un mundo mejor y más justo.
-¿Y por qué cree que se pasaron “para el otro lado”?
-Quizás por el residuo del terror que dejó la dictadura y apalancados por un gobierno que les reconoce y celebra la “estudiantina revolucionaria” de su juventud: a la gente se la compra cuando se avala o ensalza lo que pensaba a los 15 años. Y cuando uno ve las edades de los funcionarios de hoy, la mayoría es gente que en el ´74 empezaba con la militancia. Entonces ahora viven una forma de legitimación que avala todo.
–¿Qué le parece el posible acuerdo entre Gustavo Grobocopatel y Juan Grabois?
-La Izquierda urbana siempre fue cómplice de los sojeros. Grobocopatel propone hacer hidroponia en las reservas y agroecología en los cordones periurbanos, y Grabois acepta porque alimenta el sistema de los planes. Mientras tanto los sectores medios que aún trabajan y se ganan la vida quedan sin lugar, sin espacios, porque vivimos una Argentina cada vez menos democrática, donde el ascenso social ha sido eliminado y en vez de lograr el famoso “M´hijo el Doctor” es al revés: mi nieto va a ser un villero bancado por algún megamillonario. Para colmo antes producíamos un trigo que el mundo quería y ahora tenemos el trigo que nadie quiere y que hay que rogar para que lo acepten.
-Pero cómo, ¿el HB4 no llegó para contribuir a paliar el hambre del mundo?
-No. Este trigo es la herramienta para terminar con el monte nativo y expandir la superficie para producir soja. Por lo demás, desde una perspectiva simbólica, afecta definitivamente el concepto de “pan”, que es casi similar al de alimento humano y que alcanza a toda la humanidad y a nuestros descendientes.
-Por último: ¿qué opina del reciente dictamen de la Corte Suprema de EE.UU. condenando al al Roundup y a Monsanto/ Bayer?
-Que le estaría poniendo un cierto “final” al paradigma de la agroindustria en el nivel global, al menos tal como lo conocemos. Es cuestión de tiempo ir considerando la deriva de este cambio enorme y el modo en que nos afectará: es previsible una cascada de demandas en los Estados Unidos y que se extienda a otros países y no imagino que nuestra Corte Suprema se oponga en sus dictámenes a sus colegas norteamericanos o que intente otra doctrina agrícola que trate de escapar a este trágico final de fiesta.
-Además si se condena al glifosato puede ocurrir algo similar con otros agroquímicos…
-Es que lo será mucho más fácilmente y con más razón para el 2.4D y para el glufosinato de amonio. También podríamos considerar que el vendaval podría alcanzar a los últimos presidentes, más allá de sus diversas banderas políticas, pues cada uno de ellos ha “celebrado” al glifosato y aunque lo hayan confundido como fertilizante (se refiere a un pifie histórico cometido por Cristina Kirchner), eso no deja de configurar una grave complicidad con los hechos que ahora se indemnizan. Lo mismo podría alcanzarles a los altos funcionarios del gobierno porque tengamos en cuenta que en ahora Monsanto/Bayer se aferra al mismo argumento falaz que hace años se repite en la Argentina: que el rol del productor es producir lo más posible y que el rol del Estado es controlarlo. Si esto es así, entonces serían los funcionarios y los políticos quienes deberían afrontar esta crisis. Por todo esto, sobran los hechos y las razones para que “el campo” abra los debates necesarios en el seno de las entidades que lo representan.