Si pudiésemos viajar en el tiempo doce años atrás para visitar a Lucas Andersen y contarle que en la actualidad se encontraría dirigiendo una empresa procesadora y exportadora de miel, muy probablemente nos diría que estamos completamente locos.
En ese entonces Lucas se dedicaba a gestionar la importación de maquinaria pesada para la industria de la construcción, vialidad, minería y petróleo en la firma Grúas San Blas, que comercializa y alquila equipos.
Pero en 2011 el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner introdujo un cepo cambiario y el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, avisó a las empresas que eran grandes consumidoras de divisas que solamente tendrían a disposición la misma cantidad de dólares que podrían generar a través de exportaciones.
Para una empresa como Grúas San Blas, eso representaba adaptarse a la situación o morir. Así que lo primero que hicieron es buscar proveedores locales de piezas y repuestos de maquinarias, pero fue poco el “volumen cambiario” que pudieron compensar con esa estrategia. Tenían que dar un paso más. O unos cuantos más.
“Empezamos a estudiar alternativas en los negocios en los cuales Argentina es competitiva en el mercado internacional y, luego de evaluar diferentes opciones en distintos mercados, optamos por la miel”, explicó a Bichos de Campo Lucas Andersen, gerente comercial de Argenmieles, una unidad de negocios agroindustriales de Grúas san Blas.
Afortunadamente, contaban con contactos fluidos en el sector apícola porque tenían a clientes que adquirían equipos Bobcat para manipular apiarios. Las primeras operaciones –como fue lo usual en esa época– consistían en gestionar la exportación de productos que iban a exportarse de alguna otra manera.
“Ingresamos al mercado como traders, tomando contacto con algunos clientes que eran apicultores”, apuntó Lucas. En mayo de 2012 se concretó la venta del primer contenedor, que partió para España, y fue el punto de partida para que ese año se despacharan quince más.
Con el tiempo, a partir de crecientes pedidos del exterior, fueron ampliando la red de proveedores en diferentes regiones argentinas, para lo cual decidieron finalmente incursionar en el negocio del procesamiento del producto.
Así es como en 2014 inauguraron una planta de procesamiento industrial de miel en Roque Sáenz Peña, Chaco, que a fines de 2015 incorporó una línea de fraccionamiento para poder atender directamente pedidos de clientes estadounidenses, quienes encargan partidas de miel envasada con su propia marca (algo que puede hacer por estar validados por la FDA de EE.UU., el organismo encargado de habilitar a las empresas elaboradoras de alimentos).
“Lograr certificar como orgánicos a muchos apicultores del Impenetrable chaqueño es una tarea que nos llena de orgullo porque permite poner en valor a esa región para generar trabajo genuino. En la actualidad somos los principales exportadores argentinos de miel orgánica”, resumió Lucas.
Luego montaron otra planta procesadora en Tigre, Buenos Aires, que cuenta con un laboratorio de control de calidad que analiza más de 8000 muestras de miel al año de diversas regiones del país. Con una flota propia de camiones y vehículos medianos, desde ese centro se coordinan todas las exportaciones.
“Tuvimos que abrir camino y hacernos conocer. Hicimos muchos viajes exploratorios y participamos de diversas ferias que son fundamentales para interactuar con clientes de estos rubros. Ahora se retomaron los viajes y tenemos nuestro calendario muy activo: en marzo fuimos a Medio Oriente, en julio estaremos en el Congreso de Apicultura en Turquía y en octubre en la SIAL de París”, adelantó.
Actualmente tienen más de 1000 proveedores en todas las regiones apícolas del país, algunos de los cuales, que operan como trashumantes, tienen acuerdos de exclusividad con Argenmieles. El producto argentino es muy requerido en los principales mercados porque, al disponer de grandes extensiones de ecosistemas muy diversos, permite obtener mieles de gran calidad con una gran variabilidad de cualidades organolépticas.
“Se logró consolidar un equipo de trabajo muy profesional integrado por agrónomos e ingenieros en alimentos, entre otras disciplinas, con 35 personas empleadas de manera directa, además de otras cientos que nos proveen servicios. Exportamos a 16 países, algunos de los cuales son destinos no tradicionales, como Marruecos o Arabia Saudita”, explicó Lucas.
En la actualidad el 7% del volumen exportado por Argenmieles corresponde a mieles fraccionadas, pero la meta de la empresa es llegar a un 15%. El resto se coloca a granel. Están trabajando al 100% de la capacidad instalada, motivo por el cual tienen planes para ampliar las instalaciones tanto de la planta chaqueña como de la bonaerense.
En los últimos años los precios internacionales de la miel se recuperaron y, con la salida de Ucrania –país que era un gran abastecedor de Europa– se abrió una oportunidad para el resto de las naciones exportadoras. Pero durante unos cuantos años tuvieron que “remarla” porque China, el mayor exportador mundial, inundó el mercado global con miel adulterada que provocó un derrumbe de precios.
Además de estudiar desde cero todo lo necesario para comprender la lógica de un negocio nuevo, Lucas aprendió a valorar y conocer a muchísimas pequeñas empresas familiares que se dedican a la apicultura y, con pasión, brindan un servicio ambiental esencial. Afortunadamente, el actual gobierno eliminó los derechos de exportación para la miel, lo que quita un obstáculo importante del medio al momento de retribuir el trabajo de los apicultores.
El caso de Argenmieles es interesante porque, a pesar de una coyuntura difícil, evidencia que muchas veces existen en frente de nuestras narices grandes oportunidades que no podemos ver hasta que hacemos el esfuerzo por verlas. En el caso en cuestión, eso fue forzado por una amenaza, que, por cierto, no es lo ideal, pues lo mismo puede lograrse –como hacen muchas naciones– con estímulos de diversa índole que despierten el espíritu emprendedor.
La segunda lección es que el sector agroindustrial argentino es muy competitivo a pesar de enormes dificultades macroeconómicas presentes, junto con un Estado que, en el mejor de los casos, permanece inerte, y en el peor está en una búsqueda permanente de extracción de recursos. Sin tales obstáculos, en situaciones equivalentes a las presentes en Brasil, Uruguay o Paraguay, el agro argentino sería una locomotora formidable de creación de empleo, riqueza y divisas.
La tercera y última gran lección es que, con las condiciones adecuadas, las regiones más postergadas de la Argentina pueden encontrar actividades económicas viables que otorguen un sustento económico y dignidad a las familias que allí residen. Y eso no se logra con planes sociales. Se logra con trabajo.