Este no es un modelo de producción de los que salen en los suplementos agropecuarios que exacerban el lucro, la eficiencia y la productividad. Para nada. Este modelo que presentamos vale mucho más que todos aquellos. Porque piensa en el bien común y en compartir las riquezas que surgen de los campos de la Argentina.
Se trata de un establecimiento de 20.600 hectáreas que pertenece a la Orden de la Merced y está ubicado cerca de la cordobesa Villa María. Administrado desde hace 14 años por un fraile llamado Carlos Diez. La “Estancia Yucat”, que así se llama el campo, se maneja en un esquema que promueve el bien común para todos los que se vinculan con ella.
“Es una explotación polifacética que tiene el objetivo de solventar los proyectos de la congregación. Tenemos una parte administrada por nosotros mismos y tres cuartas partes que alquilamos a terceros. Pero en ambas situaciones es un proyecto en sí mismo”, comentó a Bichos de Campo Diez, el religioso que se ocupa de manejar el establecimiento.
El origen de la estancia se remonta al ingreso de los españoles a América. El campo llegó a los Mercedinos debido a una donación de un hombre que decidió convertirse en religioso cerca del 1700, que a su vez había recibido el campo de la familia de su esposa. “Desde allí fue administrado por laicos y últimamente por religiosos, con una interrupción de un juez de paz en el siglo 19”, aclaró el fray.
Diez explicó que esas 20.600 hectáreas son destinadas a agricultura (maíz, soja, trigo, sorgo, avena maní), a ganadería, a criadero de cerdos y a operar unos 35 tambos. Cada uno de ellos tiene al menos dos familias involucradas de modo directo en su administración.
Escuchá lo que nos decía el fray Carlos Diez:
“Si comparamos con otros campos, en el área que administramos superamos de modo amplio la cantidad de empleados por hectárea, mientras que en la parte de campos arrendados, tenemos menos de 200 hectáreas por familia involucrada, algo que no es frecuente en esta zona”, dijo Diez.
Más allá de que aclaró que este proyecto tiene un fin económico, también remarcó que el mismo convive con una función social.
“En los últimos 15 años se buscó crear la mayor cantidad de producciones posibles, de modo de no alquilar campos, sino de propiciar producciones. Por ejemplo, arrendatarios que vinieron en su momento con sus familias y con muy poco capital de trabajo, hoy superan la media de la zona gracias a que pudieron capitalizarse. Como ejemplo, tenemos varios de ellos que multiplicaron por 10 el capital de trabajo en los últimos 14 años”, declaró.
En cuanto al sistema de administración del campo, Diez dijo que “tenemos una cooperativa, mientras que en el resto de los campos alquilados, cada uno le da el destino que prefiera. Y si ellos invierten, nosotros reconocemos la inversión para que la misma quede en manos del dueño del campo”.
“Esto hace al crecimiento de las personas y mejora las instalaciones”, remarcó Diez.
Los alquileres de pactan por un plazo de tres años. Pero ese dato no es el úncico a favor de quienes arrienda. “Buscamos que el productor salga del sistema económico para que se encargue mejor de producir, mientras que nosotros nos encargamos de que esa actividad sea sustentable. De modo que el que hace agricultura, paga el equivalente en quintales de maíz o de soja; el que hace leche, paga en litros de leche; y el que hace animales, paga en kilos de carne”, explicó Diez.
¿Y si contrajeran deudas? “Si tuvieron que atrasarse por alguna inclemencia climática, esas deudas siempre se transforman en físico. Pensemos que de lo contrario, tendrían que pagar montos excepcionales en el sistema financiero”, contestó.
Un buen ejemplo de que la rentabilidad queda sujeta a reglas mínimas de humanidad es que en medio de la actual crisis lechera, la Estancia Yucat decidió reducir el precio pactado a quienes alquilan terrenos para hacer tambo.
Al menos hasta que pase el chubasco, que de eso se trata.