Con 91 años de edad a cuestas, la agenda del cordobés Aldo Rudi está tanto o más ocupada que en su época más juvenil. Que tantas vueltas al Sol no los engañen. Sus nueve décadas como habitante de esta tierra no parecen ser tales y por el contrario mantiene la agilidad y el compromiso laboral de un hombre con la mitad de ese recorrido.
Bichos de Campo se alegró enormemente cuando las agendas y calendarios al fin coincidieron. Las gracias hay que dárselas a Heidi, su compañera y ayudante de laboratorio, como a Rudi le gusta llamar a su casa ubicada en Río de los Sauces, provincia de Córdoba.
La historia de Aldo atrae y llama la atención no solo por los 66 años que tiene su matrícula profesional, probablemente una de las más antiguas del país en este momento, sino también por el vasto recorrido que tuvo su carrera dentro de la agronomía nacional.
Aldo Rudi fue la primera generación de argentinos de su familia. Su padre, Ennio César Rudi, llegó al país en 1924 desde Italia como médico recibido de una de las universidades de medicina más antiguas del mundo. Se instaló primero en Rosario, provincia de Santa Fe, donde trabajó en los hospitales Británico e Italiano, hasta que un terrateniente con campos en Olaeta, provincia de Córdoba lo contactó. La razón fue que no había médicos en esa zona rural, ubicada en el camino que conecta a la ciudad rosarina con Río Cuarto, que además era una importante línea cerealera donde se acopiaba gran parte del trigo cordobés.
Olaeta y sus alrededores estaba constituida casi en su totalidad por inmigrantes de origen sirio y libanes, además de italianos, vascos, portugueses y algún que otro holandés, como lo era su madre Margarita. Y fue el trabajo de su padre fue el que unió a Aldo con la ruralidad.
“Él iba chacra por chacra. Era la época en que los enfermos se quedaban en sus casas. Muchas veces yo lo acompañaba para abrirle las tranqueras y aprovechaba el momento en que él atendía para hablar con los chacareros. Ahí se conversaba de las nuevas variedades de trigo que llegaban, de las máquinas que ingresaban al país. La tracción era exclusivamente a caballo en ese momento, sólo había máquinas a vapor que eran trilladoras”, recordó Rudi durante la charla con Bichos de Campo.
Tampoco había tractores por ese entonces. El primer John Deere llegó a esa zona de la mano de un alemán, el señor Don Bernardo Nisper, que según recuerda el agrónomo significó todo un suceso entre los productores.
“Yo viví desde los caballos hasta la mecanización”, dijo el profesional entre risas.
La posibilidad de estudiar Agronomía se hizo visible para Aldo a sus 11 años. Aún recuerda que su padre intercambiaba cartas con distintas personas y laboratorios para recibir algún tipo de semilla especial. Muchas de ellas venían firmadas por agrónomos por lo que esa actividad y la curiosidad por ella jamás se despegaron de su mente.
“Cuando ya tuve edad para ingresar a la facultad, solo podía estudiar esa carrera en la Universidad de La Plata o en la de Buenos Aires. Yo había elegido tempranamente La Plata porque años antes de ingresar me enviaba cartas con el secretario de esa facultad. Y me podría haber recibido en 1954 pero hice el servicio militar y me dediqué luego a becas estudiantiles que era lo que quería hacer. Una de ellas constaba de trabajar en un arboretum en la Isla Victoria, en Neuquén. En 1956 me inscribí en el Colegio Profesional de la Ingeniería Agronómica en Buenos Aires, y tengo esa matrícula -la 2578- desde ese entonces”, relató el profesional.
-Cuándo ingresó la carrera, ¿hacia donde se enfocaba su currícula? Imagino que eso debe haber cambiado mucho. ¿Cuál era la expectativa cuando uno ingresaba?
-Ser empleado público, ya sea en el ministerio o en las provincias. Luego cuando apareció el INTA, fue trabajar en el INTA. No existía la consulta agronómica, a nadie se le ocurría pagarla. Por eso la idea que tuvimos con un compañero mientras estudiábamos, de abrir un boliche con la misma lógica que las veterinarias, nos dio el pie para abrir Agrovet SRL en 1957, una organización de profesionales de Agronomía y Veterinaria. Era una necesidad que había y ahí comenzamos a realizar consultas sin cobrarlas.
-¿Por qué cree que la gente no hacía consultas agronómicas?
-No se conocía esa instancia. Nadie ama ni practica lo que no conoce. Existía el médico para preguntarle qué hacía con su salud. Si alguien necesitaba hacer una mensura no se pensaba en contactar a un agrónomo. Los pioneros sí consultaban directamente al Ministerio de Agricultura con alguna carta y ahí los funcionarios salían al campo a ver qué pasaba en determinada zona. Imaginate que en Río Cuarto no había agrónomos, recién cuando se instaló en INTA se movilizó eso.
-De alguna forma usted también acompañó la instalación del INTA.
-Sí, somos más o menos de la misma época.
-Además de abrirle paso a la consulta agronómica, usted también le abrió paso a las aeroaplicaciones de insumos. De hecho tiene la primera matrícula de aplicador aéreo del país. ¿Esto es correcto?
-Sí. Con el tiempo en Agrovet también comenzamos a vender herbicidas e insecticidas. Nos dimos cuenta ahí que la aplicación de esos productos en nuestra zona, que era una muy extensa, podía hacerse únicamente por avión, así que con el tiempo compramos un Piper PA-18, que en Estados Unidos ya estaba habilitado como avión agrícola. Hicimos la sociedad Agrovet Aérea y el primer año ya aplicamos 24 mil litros de 2,4D cuando el año anterior nadie lo había hecho.
-¿Por qué tampoco se acostumbraba en ese entonces al uso de aplicaciones aéreas? ¿La tecnología aún no había llegado o no se conocía en el país?
-Es que tampoco existían los insecticidas. Recién entre 1957 y 1958 nos pusimos en contacto con una multinacional y los herbicidas e insecticidas empezaron a llegar. Venían en tambores de 200 litros. El bidón de 20 litros no existía. El problema de envases que tenemos hoy tampoco estaba.
-Muchos de esos productos han quedado incluso prohibidos hoy.
-Claro. Los productos clorados luego se prohibieron. Pero de todos modos quiero decir que la profesión ha sido una muy sana. Yo he trabajado muchísimos años con esos productos, cargando incluso los tanques de los aviones en los primeros años con todas las medidas de seguridad pertinentes, y acá sigo vivo. Jamás me agarré nada.
-En la medida en que se trabajaba dentro de los parámetros de seguridad establecidos, la actividad no generaba daños.
-Exacto. De las miles de hectáreas en las que hemos trabajado durante años, nunca tuvimos un problema.
-Además de la llegada de esta tecnología de insumos, por su edad usted también vio llegar a la siembra directa y a cultivos como la soja.
-Exactamente. La evolución nos empujaba a las necesidades que teníamos. Agrovet, en Río Cuarto, compró la primera máquina de siembra directa en la zona y proyectábamos alquilarla, pero costó tanto su adopción que terminamos prestándola para difundir la tecnología. Fuimos aprendiendo detrás de la máquina como perfeccionarla, corregirla y hacerla masiva. Tardamos cinco años para que la zona nuestra se entusiasmara con la siembra directa. Después se empezaron a vender. Yo creo que Argentina es el país que más tecnología le metió a una sembradora.
-¿Qué veía en el humor de los chacareros? ¿Por qué cree que les costaba adoptar esto?
-En Argentina cualquier tecnología en el campo demoraba cuatro o cinco años en ser difundida y adoptada. Lo mismo ocurrió con los herbicidas. No es que si uno probaba, agarraban todos. En general el productor es muy precavido. Cuando hicimos la primera aplicación de herbicida en lino, el presidente de una cooperativa se comprometió a bancar 20 hectáreas. Recién después de eso, cuando se vieron los resultados, pudimos aplicar en otras 7.000 hectáreas. Cuando algo no muestra resultados enseguida, cuesta más.
-Hasta ahora venimos hablando de la Agronomía desde el foco de la producción. Sin embargo con los años usted dio un giro y se metió de lleno en el rubro de la forestación, al punto tal de llegar a tener cargos públicos vinculados a eso y ser uno de los principales especialistas del país. ¿Cuándo hace ese cambio y por qué?
-La siembra directa es una técnica que guarda no sólo la salud del suelo sino que además es rentable porque anula una serie de tareas que se hacían, que ahora con esta tecnología no eran necesarias. Además está el cuidado del agua. Pensemos que ya no se revolvía tanto el suelo. En mi caso me di cuenta que había que recuperar algunos suelos. La siembra directa, y más tarde los cultivos de servicios, daban su respuesta pero había lugares en el campo en que eso no servía del todo. Todavía había que mejorar la calidad del suelo en ciertas zonas y ahí entró la agroforestación. Aquellos lugares considerados desperdicio, donde no hay una respuesta productiva, la parte forestal se vuelve clave. Los árboles, con su sistema radicular, ayudan a explorar perfiles más profundos, traen nutrientes a la superficie y en pocos años recuperan el suelo.
-Su interés por la forestación fue una respuesta a su inquietud por cuidar el suelo de una forma natural.
-Exactamente. Y en el futuro, la gran revolución forestal del país va a ser de la mano de los productores rurales. Ya sea en los médanos, para evitar las voladuras, o en los bajos salinos, todo eso puede solucionarse con la agroforestería. También nos estamos dando cuenta que la forestación permite generar forrajes para los planteos silvopastoriles. Empezamos con la siembra directa, seguimos con los cultivos de servicio, introdujimos la agroforestación y de la mano de ella vamos a los servicios silvopastoriles. En ese camino vamos y delante de eso estará incorporar el agua de las cuencas.
-¿Esto fue lo que usted trasladó luego a la función pública? En 1998 se incorporó como sub-coordinador del Proyecto Forestal de Desarrollo de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación.
-Es así. Uno se empieza a dar cuenta de que la manija da vuelta pero despacio. Se puede hacer la difusión a pulmón, con pequeñas reuniones, pero a veces es necesario agarrar una manija más grande. Ese fue el espíritu de la ley de promoción forestal. Por eso, cuando llegó el momento, decidí colaborar y acompañé a algún ministro y secretario de agricultura. En lo personal me alejó de mi negocio pero en el país éramos muchos los que teníamos que empujar para sacar adelante una ley forestal.
-Entonces a su currículum tenemos que sumar que usted estuvo detrás del andamiaje legislativo que hoy tiene Argentina en materia forestal.
-Sí. Yo era el nexo entre el Secretario de Agricultura y el interior.
-Otro proyecto importante de su carrera eran las lagunas facultativas para tratar efluentes locales. ¿Qué son y por qué se metió a trabajar con ellas?
-Eso es una cosa fabulosa. Las grandes ciudades producen grandes cantidades de efluentes que pasan a ser un problema gigantesco. Y así como están las grandes ciudades también están las fábricas, los grandes frigoríficos, y demás. Ellos usan grandes cantidades de agua que luego se vuelve un contaminante. Lo cierto es que ese residuo, que puede ser un problema, es muy fácil de aprovechar. Para usarlo hay sistemas de transformación a base de procesos biológicos naturales que lo devuelven en forma de efluentes tratados. El efluente tratado es agua con un nivel de nutrientes extraordinario que puede luego ser aplicada en distintos ámbitos.
-¿Cómo las descubrió?
-Fue tempranamente. Nosotros tuvimos una empresa llamada Panoja, dedicada a la producción de semillas híbridas y forrajeras. Entre 1961 y 1962 hicimos un contrato con una firma de Kansas, Estados Unidos, para producir híbridos. Fui para allá para hacer un curso de fitotécnica y producir estos híbridos, conocí a un médico local que me llevó a conocer el lugar y allí vi una suerte de oasis en el medio del desierto. Eran varias lagunas, algunas de las cuales se usaban incluso con fines deportivos para navegar, y ahí me enteré que eran de efluentes. Ahí nació mi inquietud.
-De hecho es parte de tu trabajo actual este tema, ¿verdad?
-Exacto. Hace tiempo di unas conferencias en Concepción del Uruguay, a raíz de las cuales me contactaron algunos frigoríficos. Empezamos a trabajar con uno de pollos, que faena más de 120.000 pollos por día y tiene gran problema con los efluentes. Estos cuentos míos, que no son cuentos, sirvieron para contagiar a la industria y poner manos a la obra con esto.
-Actualmente usted se aboca a la asesoría. ¿Quién lo asiste en su trabajo? ¿Trabaja con su familia?
-Mi casa es un laboratorio. Mi señora, Heidi, me ayuda mucho. Ella es austríaca y traductora pública de alemán. Ha sido una mano muy grande para mí. Además tenemos con mi familia una empresa llamada Ecoforestal, que es donde trabaja mi hijo de 52 años. El también es ingeniero agrónomo y tiene muchos años de experiencia en esta área. Trabajamos todos juntos. Yo ya estoy enfocado en lo que me gusta y colaboro arrimándome a algunos proyectos.
-Dice que se dedica a hacer lo que le gusta. ¿Qué le gusta hacer?
-Me gusta ayudar a colegas a cumplir sus proyectos. Es tanto lo que hay que hacer que necesitamos que muchos profesionales estén abocados en este trabajo. Eso me entretiene. Y también formo parte de proyectos propios. En este momento estoy poniendo en condiciones un arboretum (una suerte de gran jardín botánico) que tenemos hace 45 años, para abrirlo al público. Allí tenemos plantas de todo el mundo. Antes era muy fácil traer semillas por correo, algo que con los años se volvió casi imposible. Con los años fui comprando también algunos terrenos y armé forestaciones que ya tienen 35 años. Son también 35 los años en que la Universidad de San Luis, por ejemplo, visita anualmente estas plantaciones. Esto que hemos hecho con mi familia ha sido una didáctica muy importante para muchas facultades que han venido.
-En varias entrevistas ha dicho que todavía, a sus 91 años, tiene mucho trabajo. ¿Qué proyectos aún le quedan por concretar?
-A mí me interesa mucho el agua. Las lagunas facultativas son un ejemplo de eso. Los acuíferos son otro de mis intereses. En Río Cuarto tenemos 36 bombas que están sacando agua del acuífero de la zona. Eso es una cosa que tendrían que prohibir porque tenemos otras alternativas. Tenemos la cuenca del Río Cuarto que cuando llueve, la crecida termina en el Carcarañá, luego en el Paraná y luego en el Río de La Plata hacia el mar. Desperdiciamos un capital valiosísimo. Mientras tanto esas crecidas generan muchos problemas. En vez de estar bombeando el agua para abastecer la ciudad, podríamos terminar el dique Tincunato, cuyo proyecto está parado hace muchos años y permitiría aprovechar las lluvias que tenemos.
-¿Está contento con su actividad y la carrera que ha desarrollado en todos estos años?
-No solo contento sino que muy saludable. A la edad que yo tengo, mis contemporános de años tienen un problema que es dormir. Yo en cambio cuando estoy despierto estoy ocupado, porque pienso en todos estos proyectos. Y como estoy entretenido, he descubierto la solución a muchos problemas. Mi cerebro está muy activo así que toda esa deficiencia y achaques producto de la edad, en mi caso por suerte no existen. Mi profesión es muy entretenida. Hay tantas cosas dentro de la Agronomía que quién está en el campo las descubre todo el tiempo.
“Hay algo que creo que ocurre también y es que el país no está enterado de lo que ocurre en nuestra profesión. Por eso es parte de nuestra tarea mostrar el gran potencial que tiene la agricultura, que va a arrastrar a la industria y a todos los segmentos detrás de ella. No existe una fábrica tan fantástica como las 30 o 40 millones de hectáreas que nosotros tenemos para producir 140 millones de toneladas de alimento todos los años. Esas toneladas las creamos”, agregó Rudi.
Y concluyó: “En mi época la cosecha de trigo eran 28 quintales por hectárea y ahora se cosechan 65. El maíz tenía 18/20 quintales y ahora cosechan 100 por hectárea. Ese suelo, yo soy testigo fiel porque aún sigo con contacto con los nietos de aquellos abuelos chacareros que yo conocí, siempre queda para sustentar la actividad. Nosotros no usamos más que la energía del sol, el anhídrido carbónico del aire, el sustento del suelo y a penas le sacamos el pelo a algo. Esta gigantesca fábrica tiene una sustentabilidad extraordinaria”.
Un forestal “no fuma”, me decia mi padrino Rudi
Excelente nota.El entrevistado ,todo un gran personaje
Una gran alegría leerlo estimado Aldo. Seguimos necesitando, y cada vez más, de gente como Usted
Excelente nota.
Inspirador para futuros agrónomos y también una muestra de la calidad de Bichos de campo, un medio dónde se comunica con calidad, una agenda única y siempre acertada.
Excelente relato, con personas así, es que se construye un país.
Que buen Titular , es agradable leer ,personas como la que mencionan, deberian ser clonados…gracias por su nota. Los felicito.
Al medio ambiente solo le sirve si los arboles son nativos, a la produccion le sirve cualquier tipo de arbol que sea redituable; pero plantar especies introducidas de otros continentes la ciencia dice que no es bueno para la naturaleza; lo digo como agronomo y productor.