Si bien el auge de la viticultura argentina vino de la mano de algunas cepas insignia de origen europeo –con el Malbec a la cabeza– casi un tercio de la superficie de vides del país corresponde a variedades denominadas “criollas”.
Las variedades criollas se consideran autóctonas porque se originaron en Sudamérica como resultado del cruce natural que se dio entre las plantas de vid traídas primero por los españoles y luego por inmigrantes de otras naciones europeas. Así surgió, por ejemplo, el Torrontés riojano.
En los últimos tiempos algunos agrónomos, enológicos y bodegueros comenzaron a sacar del “cajón de los recuerdos” a algunas variedades criollas olvidadas para comenzar a elaborar vinos muy interesantes con ese recurso que es parte del patrimonio genético y cultural argentino.
Hasta hace algunos años, la única forma de diferenciar una variedad de vid de otra era mediante la observación de las características morfológicas de hojas, ápices, brotes y racimos, entre otras variables. Pero ahora la identificación puede realizarse mediante métodos moleculares que son más exactos e inequívocos.
“Gracias a la herramienta de análisis molecular, que estudia partes especificas del ADN, pudimos identificar veintiocho variedades criollas diferentes, de las cuales dieciocho corresponden a genotipos no conocidos, mientras que otras diez ya estaban estudiadas”, comentó Jorge Prieto, investigador del INTA Mendoza, en un artículo publicado por CREA.
Para la identificación los investigadores emplearon marcadores moleculares validados por la Organización Internacional de la Vid y el Vino (OIV), además de estudios nacionales e internacionales en la materia.
En el marco de un convenio firmado entre INTA y CREA, se están multiplicando e implantando variedades de uvas criollas en viveros y fincas mendocinas y sanjuaninas pertenecientes a empresas vitícolas de la región CREA Valles Cordilleranos.
“En una primera etapa estamos implantando Criolla chica, Balsamina y Anís, mientras que posteriormente trabajaremos con Criolla Nº 1; son cuatro variedades, detectadas por la investigación de INTA, que consideramos, de acuerdo a pruebas piloto realizadas en laboratorio, que tienen potencial enológico”, explicó Prieto.
La variedad Anís es blanca y cuenta con un perfil aromático muy particular y similar, en algunos aspectos, al Sauvignon Blanc. La Criolla chica, también blanca, dispone de un buen potencial tánico y puede generar vinos frescos y delicados. Las otros dos, Balsamina y Criolla Nº1, tienen entre sus parentescos al Malbec y podrían ser interesantes para elaborar vinos tintos.
“Estamos buscando ampliar la escala productiva de las nuevas variedades para estudiar cómo se comportan en diferentes zonas y condiciones; entendemos que se trata de una alternativa interesante para que pequeños y medianos elaboradores de vinos puedan diferenciarse en el mercado con un producto de calidad”, apuntó el investigador del INTA.
¿Uva criolla para vinos de base y ultraeconómicos? Sí, pero cuando se la cuida en todas sus etapas se pueden producir maravillas como esta botella. No es barata, pero si lo tuyo es la diversidad o simplemente sos curioso, acá un vino distinto a todo que además es riquísimo. pic.twitter.com/zlpWmUnht2
— Edu Borkowski⭐️⭐️⭐️ (@eduardobork) January 6, 2022