¿Quién te dice que después de leer esta nota no te replanteas tu vínculo con la naturaleza o simplemente te des cuenta que sos uno de los bendecidos?
Victoria Beláustegui redescubrió el poder de los caballos hace unos años. Ahora brinda talleres terapéuticos y capacitaciones.
“Dedicarme a los caballos era un sueño desde chica, pero lo había dejado para otra vida. En esta debía estudiar, ser profesional, vivir en la ciudad, donde todo pasa”, dice Victoria, una chica nacida y criada entre caballos. Era tal su vínculo con ellos que jugaba a la casita con Don Manuel. Sus patas eran la cocina y en el lomo estaba su cuarto, al que accedía apoyando una escalera. Durante la entrevista su voz suave y calma refleja su personalidad.
“Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires”, le dijeron siempre. De tanto escucharlo se convenció y la vida la llevó a vivir en la ciudad.
Recibida en Ciencias Económicas, se abrió paso en su camino profesional trabajando en la agencia de las Naciones Unidas, dónde se ocupaba de los temas de medio ambiente.
Formó una familia con Quico y si bien sus días transcurrían lejos del campo, siempre una parte de ella seguía buscando un palenque firme donde acurrucarse, buscando refugio.
En Chascomús tenían una casa de fin de semana donde los recuerdos de Don Manuel y sus interminables juegos la conectaban con su esencia y le permitían por un ratito sentirse completamente a salvo. No porque creyera que en la ciudad no lo estaba, sino porque había una fortaleza tal en su relación con los caballos que hasta parecía que algo querían decirle.
Pasaron los años, las experiencias y los momentos. Hubo de los lindos y de los otros. “Algunas situaciones de la vida te hacen cambiar las prioridades”, cuenta Vicky. La primera situación que la hizo replantearse las suyas fue cuando se enfermaron su mamá y su suegro. “Perder a dos personas tan importantes nos hizo hacer click sobre si realmente estábamos disfrutando de lo que hacíamos y de donde estábamos”.
Con nervios e incertidumbre, pero con la tranquilidad de estar haciendo lo que sentían, decidieron mudarse al campo. Al poco tiempo quedó embarazada de su tercer hijo y como hacia tanto que lo deseaban, lo tomó como una señal de que iban por buen camino.
En 2013 le detectaron cáncer: otra vez a replantear las prioridades, los deseos, los vínculos y los miedos. “Fue un tsunami que me revolcó y me dejo en otro lugar. La enfermedad me dio permisos, me animé a elegir otra vez. Dejé de lado patrones, mandatos, creencias y me permití ser ‘mamá full time’, algo impensado para mis prejuicios”.
La enfermedad duró mucho y cada una de las etapas le enseño algo distinto: comenzó a practicar biodanza y escribió un poemario al que llamo Serendipia, el cual la ayudó a canalizar y expresar todo lo que estaba en su interior.
Enfrentarse a la muerte la asustó tanto que le hizo perder el miedo.
Primero permaneció en silencio, escuchándose a ella misma. Tratando de entender que pasaba, qué hacía falta, qué necesitaba. De algo estaba segura, quería aferrarse a la vida como sea.
“A los 40 abracé otra vez mi amor por los caballos, lo dejé fluir. Hice cursos de doma, técnicas de manejo natural y empecé a descubrir un mundo terapéutico en ellos. Estaba en la cúspide”, me dice Victoria. Mientras hablábamos, la imaginaba sentada en un tronco sobre la gramilla, con la vista en los caballos.
Otra vez ahí los recuerdos de la infancia y la nostalgia de sus tardes con Don Manuel. Más de 30 años después, encontró en la naturaleza un mundo de herramientas y sabias respuestas capaces de sanarla.
“Creo que las personas que tienen la suerte de crecer y vivir en el campo tiene una posibilidad diferente a las demás. Al estar en contacto con la naturaleza, creo que el aprendizaje se adquiere diferente, como por ósmosis. Los ciclos de la naturaleza, los momentos de caos, de serenidad, el nacimiento de una planta, las noches oscuras o brillosas. Si las observas detenidamente y con paciencia son como un espejo de la vida. Hay una enseñanza disponible para el que la pueda ver. Solo hace falta prestar atención”, describe.
Así fue como Victoria encontró un mundo de terapias y sanación en los caballos. Ahora pasa sus días dando talleres de aprendizaje continuo, individuales o grupales, para entrenar habilidades aprendiendo de la interacción con ellos.
Ella cuenta que cuando te pones a la par del caballo, el hace lo que le pedís pero te pone bajo una lupa. Para relacionarte con ellos tenés que ser autentico. “Si no sos transparente, se manifiestan con sus respuestas. Si podés comprender su lenguaje, aprendes a relacionarte. Y eso te sirve para llevarlo a otros aspectos de tu vida, otras relaciones que tenemos: trabajo, familia, amigos, nosotros mismos”.
“Aprendés a cambiar de actitud. Los caballos perciben muchísimo la comunicación, los sonidos, vibraciones del aire, olor, los sentidos, te sacan la ficha al instante. Si te querés imponer el caballo se dispara, te convertís en peligroso y eso pasa con las demás personas, cuando impones, obligas o no escuchas”, detalla con pasión.
Todos estos aspectos también se usan para trabajar en formación de equipos, ya que con distintas dinámicas podés entender y lograr objetivos en común. El caballo te guía y te hace saber si vas bien por ese camino.
Los talleres de Caballo Alado pueden ser de aprendizaje o terapéuticos. El primero es sobre comunicación, actitud del cuerpo, lo que comunica la postura y el vinculo que se construye con el caballo mediante la actitud que se toma ante él.
El segundo es un proceso más profundo y de transformación. Victoria explica que se trata de abrir tus necesidades ante ellos para que te sanen es un momento imperceptible. Sucede “cuando hacés click y te dejas llevar, el caballo te guía. Son procesos personales muy fuertes que te llevan a transformaciones de vida cotidiana. El hombre de campo que está en contacto con los caballos seguramente lo entienda”, cierra Victoria y se despide cordial.
La tarde está cayendo y mañana la espera otro largo día de campo.
Nota de la redacción: Estas son las redes sociales de Victoria en Instagram y en Facebook.