Aunque ya se haya jubilado de la planta del INTA Oliveros, el investigador Juan Carlos Gamundi no puede evitar seguir adelante con el trabajo que inició ahí mismo hace más de 50 años. Ahora como asesor externo ad honorem, todavía lleva adelante el manejo de las 390 hectáreas que tiene el predio santafesino para demostrar que hay otra manera de hacer las cosas.
Y no confronta únicamente con el perfil extensivo que ha adquirido el agro en las últimas 2 décadas, sino incluso con muchas expresiones de lo que -a su juicio, erróneamente- se ha llamado agricultura regenerativa.
“No estamos siendo sostenibles porque la materia orgánica, el PH del suelo y la población de insectos viene decayendo mucho”, lamenta el especialista, que siempre ha apoyado el uso de tecnologías e insumos en el agro, pero fue una de las principales voces que, tempranamente, advirtió sobre sus efectos en la salud de los suelos.
Su trabajo como entomólogo en la estación experimental empezó a fines de los setenta. Desde entonces, ha dedicado prácticamente toda su carrera a ese estudio de las plagas e insectos benéficos pero en relación al manejo agronómico.
Incluso antes de que se hablara de “agricultura regenerativa”, Gamundi ya ponía muchas de estas discusiones sobre la desde el Manejo Integrado de Plagas (MIP), un enfoque que insiste en tener en cuenta a los “bichos buenos”, -tanto insectos, como microorganismos y depredadores- en el control de los “malos”.
Tras ser reconocido por su larga trayectoria en el Congreso Internacional del Maíz, celebrado en Rosario, el investigador repasó junto a Bichos de Campo los aciertos y errores que tiene hoy el agro, y los resultados que le ha dado trabajar en un modelo alternativo en el seno del INTA Oliveros.
“Si queremos sostener esto para las generaciones futuras, vamos mal. No se puede perder continuamente materia orgánica, nutrientes y vida”, advirtió Gamundi.
La solución, sostiene, está en tener como leitmotiv la incorporación de carbono, al que define como “el combustible de la vida del suelo”. Para ello, además de las estrategias de siembra directa y el manejo con ganadería integrado, se necesita mucho protagonismo de los cultivos de cobertura.
“Si se deja barbecho sin cubrir es como tener una fábrica parada durante seis meses a lo largo del año, no es rentable”, ilustró.
En el campo de la estación experimental que administra, por ejemplo, estos abarcan prácticamente la totalidad de la superficie. Para aprovechar la microbiota viva y ganar tiempo, se los suele sembrar al voleo por encima de los cultivos de renta y se usan varias especies diferentes en paralelo.
Los resultados de su trabajo los tiene a la vista a diario porque, además de la generación de materia orgánica, también han logrado reducir la aplicación de herbicidas en un 40%, bajaron el uso de fósforo a la mitad y el nitrógeno en un 30%.
“¿Por qué lo bajamos? Porque dentro de los cultivos de cobertura metemos 7 especies. ¿Por qué metemos 7 especies? Porque otro factor importante es aumentar la biodiversidad”, explicó el investigador, fiel a su tono pedagógico de siempre.
La propuesta de aumentar la diversidad choca de lleno con lo que se impuso las últimas décadas, que fue simplificar el sistema al máximo y hacer sólo un puñado de cultivos. Pero, al menos hasta ahora, ha demostrado ser la única estrategia viable para aumentar la porosidad del suelo, mejorar las raíces y, no menos importante, incrementar la presencia de insectos.
Esos mismos son los que evitan, por ejemplo, el uso excesivo de fitosanitarios, porque ejercen una suerte de control natural. “De no existir ese equilibrio, las plagas avanzarían enormemente. Por eso hay que conservarlo”, insiste Gamundi.
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Lejos de ser un “enamorado de los bichos”, el investigador recuerda que su cuidado no es por puro ambientalismo, sino porque tienen un efecto concreto a nivel productivo.
En eso, sobre todo, juegan un papel preponderante los cultivos de cobertura que, explica Gamundi, “en el momento pico tienen de 60 a 100 veces más enemigos naturales que en un cultivo de soja”. Eso convierte a los campos en una suerte de insectario a cielo abierto que luego debe ser protegido una vez que se levanta el servicio.
Para eso, en INTA Oliveros crearon sus propios corredores biológicos, que les permiten contar con polinizadores todo el año y sacar provecho de su trabajo.
Generalmente, este tipo de propuestas suele ser tildada de marginal o demasiado optimista dentro de la agricultura tradicional, que tiene que preocuparse a diario por rindes, precios a la baja y costos en alza. Así y todo, Juan Carlos asegura que cada vez más productores se acercan a su estación experimental para conocer el trabajo que lleva a cabo y celebra que se tome más conciencia de lo mucho que puede lograrse desde la toma de decisiones.
¿Y el rendimiento? No ha cedido ni un paso, y hasta ha mejorado, observa el investigador, que lo considera una muestra más de que lo que propone es viable. “Si no fuera así, yo no estaría en la experimental. El director ya me hubiera echado”, concluye con una sonrisa.