Desde la punta de la mesa, Adolfo Montenegro interrumpe a su nuevo jefe, el reconocido fitopatólogo Iván Bonacic, quien dirigía el programa nacional de algodón de INTA desde 2015 hasta que hace un mes decidió aceptar el cargo de capitán de la Estación Experimental Agropecuaria Sáenz Peña, donde Montenegro sigue a cargo del laboratorio. Debaten entre ellos como si esto fuera un vestuario de fútbol y como discutirían el defensor y el delantero de un mismo equipo. Para Iván lo más importante es la sanidad de la semilla. Para Montenegro, eso no sirve de nada si no se anotan finalmente los goles, que aquí se expresan en la calidad de la fibra textil.
Bichos de Campo quiere hacer esta nota elogiosa para con esta escuadra, el equipo algodonero de esta experimental del INTA ubicada en el corazón del Chaco, provincia que junto a Santiago del Estero y Santa Fe albergan el 95% de la superficie sembrada con ese cultivo. No es que hayan ganado el campeonato ni nada por el estilo, al menos todavía. Pero queda claro que estos jugadores -a puro sacrificio- son los que han permitido el ascenso de esta economía regional estratégica, y desde hace años la mantienen en primera peleando hasta el final cada punto.
El club que los cobija, la EEA Sáenz Peña, está a punto de ser una institución centenaria: fue fundada en 1923, varias décadas antes que el propio INTA, que recién nación en 1956. Está ubicada en el corazón de la región algodonera, aunque las siembras se han ido alejando cada vez más hacia el este, se han mecanizado las cosechas, han desaparecido cientos de pequeños productores y hasta han aparecido variedades transgénicas para este cultivo textil. El algodón no se mancha. A pesar de tantos cambios, ellos se han mantenido como el único criadero de algodón en el país. Y por eso, la casi totalidad de variedades sembradas tienen el sello del INTA.
Ingresamos al vestuario sin cámara para filmarlos, así como tampoco teníamos demasiado tiempo, en vuelo rasante. Promesa de retorno en breve, pero el rato fue suficiente para que Iván, Adolfo y el resto del equipo de investigadores pusieran en valor su desempeño. Un criadero bien podría ser calificado aquí, en lenguaje futbolero, como el “semillero” del club: del INTA Sáenz Peña han salido últimamente tres grandes jugadores que permitieron que el algodón, después de tocar un piso histórico de siembra de menos de 200.000 hectáreas a principios del milenio, pudiera resurgir y volver a la primera con más de medio millón de hectáreas la última campaña. De esta cantera salieron decenas de jugadores, pero últimamente destacan Guazuncho INTA, Porá INTA y Guaraní INTA. Hoy pasaron a ocupar casi la totalidad de la superficie algodonera de la Argentina.
El ascenso fue, como siempre, muy complicado. Pero más dificultoso ha sido mantener la categoría. “Por diez años estuvimos afuera del mercado transgénico”, nos relata Iván. ¿Qué quiere decir? Que las variedades del INTA, los germoplasmas, debieron jugar los partidos sin pichicatas de ningún tipo. Nos referimos a la tecnología transgénica que existe para el algodón desde hace mucho tiempo, y que se inserta en las distintas semillas.
En 1998, poco después de presentar su famosa soja RR, Monsanto liberó al mercado local el algodón RR (Resistente a herbicidas) combinado con un evento de resistencia a insectos (Bollgard). Pero nunca permitió al INTA utilizar el BG/RR para salir a la cancha. La revancha de la hinchada fue terrible: Al igual de lo que le sucedió con la soja, la empresa estadounidense que se comía a todos los chicos crudos finalmente jamás pudo cobrar las regalías.
Esto se resolvió años después, cuando cansada de perder todos los partidos, Monsanto abandonó el campeonato y vendió su planta chaqueña de semillas Genética Mandiyú a un grupo de empresarios argentinos liderado por Pablo Vaquero, un ex directivo de la compañía. La nueva firma nació en 2016 y se llama Gensus. Lo primero que hizo fue firmar un acuerdo con el INTA para combinar esos eventos en sus germoplasmas. Hoy Gensus produce la única semilla fiscalizada en el país, con variedades de INTA. Y a diferencia de lo que sucede con otras autógamas, está logrando inéditos niveles de venta de semilla fiscalizada, superiores el 50% del mercado. El resto es una combinación entre uso propio y la siempre destructiva bolsa blanca.
Podría ser todavía más, pero Monsanto se fue a pique y los nuevos dueños de ese club desde 2018, el poderoso Bayer que no es Munich, finalmente nunca cedió a Gensus los prometidos derechos sobre la nueva generación de transgénicos llamada Flex, que mejora los niveles de resistencia tanto a herbicidas como a plagas. Hay un intenso litigio por ese asunto, que los locales consideran una trampa antideportiva. En lenguaje futbolero, Bayer vendría a ser como el gordito que es dueño de la pelota. No quiere jugar en el mercado de semillas de algodón, y entonces no le presta al resto esa tecnología.
Pero volvamos al criadero de nuevos talentos, el INTA Saénz Peña. Allí han decidido no esperar que en las grandes ligas resuelvan el entuerto sobre los OGM y siguen metiendo manos a la obra, en busca de nuevas variedades adaptadas al deporte argentino. Que no es lo mismo jugar en el Aston Villa que en Villa Dálmine. Adolfo dice que ellos saben que “cada diez años” algún suceso cambia los paradigmas de la producción algodonera y ellos, como cazadores de talentos, deben estar preparados para dar respuesta con jugadores que se adapten a las difíciles canchas locales.
Allí, como parte del equipo de entrenadores, surge entonces casos como el de Carolina García, que está analizando distintas estrategias de manejo para frenar el picudo del algodón, la peor plaga que ataca al cultivo. O la agrónoma Nydya Tcach, que busca jugadores resistentes al mayor calor esperado con el cambio climático. Todos coordinados por María Alejandra Simonella, que reemplazó a Iván como DT del equipo de mejoramiento.
Es muy interesante cómo esto grupo proyecta su trabajo varios años hacia adelante. Mientras discuten si la fibra es más importante que la semilla, o si es mejor un buen ataque que una sólida defensa, muestran a Bichos de Campo una interesante “hoja de ruta” pensando en lanzar en los próximos años a las canchas una nueva variedad de algodón súper entrenado, que ya no “apilará” rivales sino diferentes tecnologías para resolver diversas complejidades que se les van presentando a los productores.
Vamos a detenernos un instante en cada una de estas técnicas de juego:
- Para festejar los 100 años de la EEA, es decir en 2023, quieren añadir a los algodones BG/RR que comercializan junto a Gensus la tecnología IMI (de resistencia a la familia de herbicidas Imidazolinonas). Sería el primer algodón con dichas características, en un desarrollo propio logrado por vía de mutagénesis.
- Unos años después pero no demasiados plantean lograr una variedad de algodón que facilite el control del picudo, ya que ese insecto ataca la cápsula del algodón. La innovación consiste en lograr una “bráctea frego” más abierta, que permita el trabajo de los insecticidas para una mayor protección del futuro capullo.
- A la par plantean poder incorporar otro evento transgénico en las variedades del INTA. Se trata del LL (Liberty Link) que ha sido registrado por Basf, y que permite aplicaciones de glufosinato de amonio. El evento facilita además el aprovechamiento además de fosfito en las plantas.
- Y finalmente, como corolario de un sueño, este grupo de investigadores anhela poder lanzar variedades apiladas que además contengan un desarrollo transgénico nacional para que el cultivo sea resistente al picudo. En los laboratorios del INTA Castelar están con esa innovación: se le insertó al genoma de la especie una proteína que provoca que el insecto se “indigeste”. Lograr llevar ese avance científico al campo sería para esta experimental más o menos como jugar y ganar la Copa Libertadores.
Nos quedamos sorprendidos, gratamente sorprendidos con el trabajo que piensa desplegar este equipo algodonero del INTA en el centro chaqueño. Por eso preguntamos algo elemental:
-¿Y en cuánto tiempo esperan poder tener listo este super algodón?
-Este es un programa que demandará entre 6 y 8 años para llegar a los objetivos. Todo depende de que se brinde continuidad a las distintas líneas de investigación que estamos llevando adelante.
Nos queda claro: Paso a paso.