Enrique Livraghi nació en Punta Alta, en Puerto Belgrano, al suroeste de la provincia de Buenos Aires, porque su padre era aviador de la marina. Enrique, hoy con 61 años recuerda que, a la edad de 4 años vivía con su familia en Río Gallegos y viajaron todos en avión a Río Grande, Tierra del Fuego. Su padre era el piloto e iba en busca de escobas, lampazos y trapos de piso, pero además regresaron con quesos y centollas. Aún lleva en sus ojos la vista de cuando el avión descendía en círculo y él contemplaba las montañas y el trencito.
A ese paisaje que lo maravilló de niño volvió años después. En 1973 su padre fue trasladado a Río Grande y vivió con su familia hasta 1975. Allí Enrique empezó sus estudios secundarios y tuvo su primera novia. Luego fueron a vivir a Buenos Aires e ingresó en la Facultad de Agronomía de la UBA, ya soñando con irse a ejercer en Tierra del Fuego. Se recibió en 1986. En 1990 logró ingresar al INTA de Río Grande y comenzó a dar clases en la escuela agrotécnica salesiana de esa ciudad que ya para entonces se había convertido en su lugar en el mundo.
Cuenta Enrique que cuando llegó, la isla aún no era provincia y aún no había agencia de INTA en Ushuaia. Por los años ’90 se había disuelto el Instituto Nacional Forestal (IFONA) y el INTA había absorbido parte de su estructura y de su personal, dándole una orientación hacia sus orígenes, que fue ocuparse de los bosques nativos. En 1992 se creó la agencia de INTA Ushuaia.
“Uno de mis primeros trabajos en el INTA de Tierra del Fuego fue traer llamas de Abra Pampa, Jujuy- Sobrevivieron al cambio de suelo y de clima, pero no prosperó su crianza en cantidad por varios factores, y se fueron cruzando con los guanacos. Logramos sacar una lana muy buena. Hoy estoy vinculado con unas tejedoras que son maravillosas. Me gusta usar boinas y ellas me hicieron dos boinas con lana de llama”, cuenta.
Siguiendo los pasos de su padre, en 1995 hizo un curso de piloto. Se asoció en el aeroclub y hasta hoy tiene como hobby alquilar un avión Piper monomotor, de 4 plazas, para volar con amigos y recorrer la isla. Una vez llegó al cerro Pirata, en el centro de la isla y en su cima clavó una cruz e hizo una promesa: que si se le cumpliera un “pedido”, llevaría una “virgencita” al lugar. Pues se le cumplió y regresó al lugar luego de 10 años. La cruz aún estaba allí. Entonces, decidió hacer una ermita de fierro e instalarla al lado de la cruz, donde colocó una imagen de “María Auxiliadora, Patrona del Agro argentino”, con la intención de proteger a los productores de la región.
Como le apasionaba el turismo, en el 2000 Enrique decidió hacer un postgrado en Alta Dirección en Turismo Rural en la misma Fauba y su camada fue la primera en recibirse. En 2012 se le ocurrió crear junto a Ernesto Barrera, agente del INTA y un licenciado en Turismo, la “Ruta de la Centolla” en el este de Ushuaia, sobre el canal de Beagle. Se trata de un recorrido de 15 kilómetros hasta Punta Paraná para hacer conocer la actividad de acuicultores (pescadores de centollas, pulpos, recolectores de almejas y cholgas, cultivadores de mejillones), productores de frutas y hortalizas finas, y también las hilanderas y tejedoras de la zona, la gastronomía y la hotelería. Fue una idea exitosa que aún perdura, pero dice que le falta institucionalidad, ya que por ejemplo, aún no tiene entidad jurídica.
Livraghi vivió en Río Grande hasta 2006. En ese año decidió ir a Buenos Aires a realizar una Maestría en FLACSO sobre las reservas forrajeras de uso estratégico invernal y el modo como los productores ovino extensivos concebían bien esa técnica. Encontró que habían desarrollado su propio modo cultural durante 100 años, obteniendo una lección: que se debe escuchar mucho a los pobladores y equilibrar el saber científico con su saber práctico o popular. El jurado se asombró de que hubiese utilizado conceptos de Bordieu para su tesis y luego él lo difundió en la isla.
En 2009 Enrique pasó al INTA Ushuaia y siguió dando clases en la escuela de Río Grande hasta el año 2019. Trabajó sobre la producción ovina y bovina, en el mejoramiento y fertilización de pastizales naturales, y en sistemas de riego. Luego ambas sedes de INTA comenzaron a abarcar más áreas agrícolas: hacia la agricultura familiar y a la frutihorticultura comercial. La colectividad boliviana es grande en Tierra del Fuego, pero se dedica a la construcción y no a las quintas, aclara. Cuenta que alrededor de Río Grande y de Ushuaia no hay chacras. Se producen frutas y verduras de estación, en verano, pero éstas cubren apenas el 5% del consumo provincial.
Explica que hace 50 años había 800.000 cabezas de ovinos en la isla y hoy quedan 220.000, a pesar de que se produce dentro de Tierra del Fuego solo el 25% de la carne bovina y el 80% de la ovina que se consume. En las zonas centro y sur casi no quedan vacas. La producción de corderos ha ido bajando en los últimos 11 años a causa de los perros salvajes que los depredan. Este problema se ha ido incrementado y se logrará dominar con responsabilidad social, dice. Por este motivo la producción ovina ha quedado más concentrada en las estancias del norte de la provincia, porque allí no hay bosques donde suelen refugiarse las jaurías. Solo quedan unas 10.000 cabezas en el centro de la isla y unas 210.000 en la estepa norte.
Cuenta que actualmente el INTA está tratando de que las familias tengan gallinas ponedoras, y que cuando les sobren para su consumo, las comercialicen. Hoy Livraghi es Coordinador Territorial y de las Plataformas de Información Territorial (PIT), Jefe de Trabajo Práctico en la UTN de Tierra del Fuego, y la administración le deja cada vez menos tiempo para la labor de campo.
También nos cuenta que Puerto Williams, en Chile, le ha quitado a Ushuaia el puesto de ser la ciudad más austral del mundo. Aquella era una base naval y fue creciendo en población civil. Él ha recorrido la isla completa por tierra, mar y aire, incluso en moto, cuatriciclo y helicóptero. Le gustaría tener un avión o helicóptero propios para llevar “ayuda” a las escuelitas necesitadas de su país.
“El INTA me permitió recorrer todas las estancias y conocer personas de todas las edades y condiciones sociales. Y la aviación me permitió llegar a zonas inhóspitas. Acumulé una experiencia que durante 40 años he deseado plasmarlas por escrito para compartirlas. Estoy enfocado en un libro de cuentos regionales, con cuestiones aeronáuticas, ovinas, ganaderas, que incluirán tradiciones orales y leyendas, en 12 relatos, con mis experiencias en la isla. Persigo incitar al lector a que viaje a conocer y a vivir sus propias aventuras porque aún hay mucho por descubrir. Quien venga a recorrer la isla va hallar gente que vive sin señal de teléfono ni internet, como fuera del tiempo”, relata.
Y sigue: “Me he encontrado con buscadores de oro, fugitivos, gente que busca vivir en situaciones extremas y hasta hombres que se escaparon para no casarse. He escuchado relatos fantasmagóricos. Podría escribir otro libro con historias de vida. He podido escuchar porque me siento a comer, tanto con puesteros como con dueños de estancias. Jamás excluiría a nadie por su condición social, mi padre me educó así, gracias a Dios, y en las personas más sencillas del campo encontré las historias más conmovedoras. Mucha gente me ha confesado historias de su vida que tal vez no le contaron ni a sus hijos. Y eso me apasiona”, dice.
Hay gran expectativa porque en su cuento inédito “El cóndor de kevlar”, Livraghi demuestra su talento literario. Pronto a jubilarse, este agrónomo con su alma de cóndor, ya sueña con nuevas aventuras. A él quiero dedicarle El Requemao, de y por el payador patagónico Saúl Huenchul.