Por Carlos González Prieto.-
Hannover, Alemania.- El sistema de producción de la agricultura argentina, basado en el modelo de la siembra directa, se encuentra en estado de alerta. El paquete tecnológico de labranza cero -con el herbicida glifosato y las semillas transgénicas con resistencia a este producto- está amenazado por una posible medida de la Unión Europea de imponer niveles de residuos tan mínimos al uso de glifosato que podría obligar a cambios en el actual modelo productivo.
Lo curioso es que mientras algunos países de Europa cuestionan la utilización de este herbicida, por otra parte fomentan el uso del arado, un tipo de labranza que atenta contra la sustentabilidad del suelo.
Allí, un grupo de contratistas y curiosos argentinos invitados por una empresa de maquinaria agrícola quedó sorprendido no sólo por la tecnología de vanguardia, sino por algo tan simple como olvidado: “el arado”, esa herramienta denostada y en desuso en la Argentina que en el Viejo Continente se luce en sus múltiples variantes.
Y ahí radica una incógnita para los “fundamentalistas” de la ecología. ¿Qué le hace más daño al planeta? ¿El arado o el glifosato?