Siempre que se discute sobre agroquímicos, glifosato y todo eso, el público que desconoce sobre el asunto acusa de todo a “los transgénicos”. También acusan al tomate de ser “transgénico” porque las nuevas variedades no tienen tanto sabor como antes. Pero pocos saben que hasta aquí no se han aprobado Organismos Genéticamente Modificados (OGM) que sean verduras. Y que los granos OGM autorizados a sembrarse, en general han disminuido en el corto plazo la necesidad de aplicar agroquímicos, porque justamente se los altera para que resistan a plagas o tener un mejor manejo de malezas.
Pero la literatura que banaliza la discusión suele asociar la palabra “transgénico” con todo lo que está mal a la hora de comer. La respuesta del lado agropecuario, en esos casos, es que hay mucho más peligro en consumir en una lechuga fertilizada con aguas servidas en el cinturón verde de La Plata -lo cual es muy frecuente- que en una soja rociada con glifosato.
Así llevamos discutiendo años sobre el asunto.
Bueno, quizás con lo que ha sucedido ahora, estas discusiones eternas comiencen a modificarse. ¿Qué sucedió? Que el nuevo secretario de Agricultura, Fernando Vilella, decidió autorizar oficialmente, a través de la Disposición 4/2024, a un grupo de investigación en agrobiotecnología del INTA para que realicen un ensayo confinado para evaluar eventos diseñados para incrementar las defensas de lechuga genéticamente modificada en condiciones productivas.
De prosperar estas investigaciones, ahora sí los detractores podrán decir que existe la lechuga transgénica. Pero curiosamente esta modificación apuntará a reducir el uso de agroquímicos en esa producción, que a veces requiere de tratamientos mucho más intensivos que un cultivo extensivo, y muchas veces también carece de controles suficientes por parte de las autoridades.
¿Entonces sería bueno o malo que hubiera una lechuga transgénica? Por lo estaremos frente a un nuevo dilema.
Para la gestión de Vilella, está claro que este tipo de tecnologías son favorables y no deben ser rechazadas por razones ideológicas o temores infundados. Y lo mismo piensan los técnicos del INTA que han decidido llevar adelante esta serie de ensayos, con vistas a lograr la primera lechuga OGM de la Argentina, que sería además una de las pocas en el mundo.
No la primera. En Estados Unidos, por ejemplo, no hace mucho se anunció que los científicos desarrollaron plantas de lechuga transgénica con una proteína animal que sintetiza un fármaco oral estable, el cual promueve la regeneración de los huesos. La idea de ese ensayo era “abordar las necesidades de medicación de los pacientes con diabetes y fracturas óseas que puedan tener la opción de ser medicados a través de la ingesta de lechugas en vez de inyecciones”.
En nuestro caso, el objetivo de esta autorización oficial está claro: “La medida busca impulsar investigaciones biotecnológicas de este vegetal para tolerar patógenos fúngicos y, a la vez, disminuir la utilización de fitosanitarios de origen sintético contribuyendo a la sostenibilidad de los sistemas productivos, conforme a la tendencia mundial”.
La explicación es que si la variedad lograda de lechuga ofrece una mayor resistencia al ataque de hongos, entonces se necesitarán menos dosis de agroquímicos para mantenerlos esos patógenos a raya. Con menos agroquímicos habrá menos riesgo de residuos. Y entonces la lechuga rsultante sería más segura para los consumidores.
El subsecretario de Alimentos, Bioeconomía y Desarrollo Regional, Pablo Nardone, explicó que los vegetales tienen múltiples sistemas de defensa contra infecciones, y entre ellos se encuentran la producción en porotos, de unas proteínas llamadas “quitinasas” que destruyen un componente importante de hongos patógenos. También, en papas silvestres, aparecen las “snakinas”, otras moléculas con propiedades antimicrobianas.
En este caso, la modificación genética buscada por el INTA se basa en lograr en las lechugas una sobreproducción de estas moléculas, mejorando así sus mecanismos de defensa, lo que conllevaría un menor uso de fungicidas.
“Vale mencionar que esta planta puede verse afectada por patógenos fúngicos, bacterianos o virales, provocando enfermedades foliares que reducen la producción y afectan severamente el valor comercial de este cultivo. En nuestro país se aplican agroquímicos para sus tratamientos, existiendo productos autorizados por el Senasa, debiendo emplearse siempre las Buenas Prácticas Agrícolas para ello. Estas aplicaciones encarecen los costos productivos, ya que los precios de muchos de ellos están dolarizados”, agregó la gacetilla oficial, buscando la buena noticia económica asociada al proyecto.
Por ahora los ensayos se realizarán dentro de laboratorio y no a campo, lo que requeriría de nuevas autorizaciones por parte de las actividades regulatorias. “El sitio destinado a la realización de los ensayos previstos dispone de condiciones de bioseguridad certificadas que impiden que este vegetal genéticamente modificado se libere al ambiente”, se explicó.
El objetivo de estos ensayos “es evaluar parámetros como peso fresco y seco, longitud de raíz, área foliar, morfología de las hojas, morfología celular, contenido de clorofila, tasa fotosintética, altura, cantidad de hojas, etc. así como las infecciones naturales que se puedan producir. Si los resultados son los esperados, los investigadores del organismo descentralizado continuarían con otros ensayos y luego iniciarían los trámites para una eventual autorización para la liberación comercial de esta variedad mejorada”.
Y entonces, recién entonces, quienes desconocen por completo del tema podrán decir que existe la lechuga transgénica.