Por Matías Longoni (@matiaslongoni).-
La empresa John Deere festejó 60 años desde que instaló su fábrica en Granadero Baigorria, en los alrededores de Rosario, donde las paredes tienen colores que hubieran emocionado al negro Fontanarrosa: azul y amarillo en barras verticales, zona canalla.
Sesenta años son seis décadas, y así nos ubicamos en 1958, en los años posteriores al primer-peronismo. Hago la referencia para aquellos amantes de la historia política argentina. Por aquellos años muchas empresas globales (Monsanto, por ejemplo) decidieron radicarse en nuestro país, porque seguramente nunca imaginaron lo que se nos venía.
La fábrica de JD es enorme y no tiene olores, como buena planta automotriz. Finalmente allí hay fierros, chapas, pinturas y tornillos que son materiales inorgánicos, que no se pudren ni largan aromas. En la entrada al predio, la bandera argentina flamea con ganas flanqueada por dos tractores verdes, bien custodiada.
El enorme complejo fabril está enclavado dentro un barrio arbolado y a pocas cuadras de varias canchas de fútbol para 11, bien empastadas, y que son administradas por asociaciones civiles de la zona, del tipo Sociedad Italiana de Granadero Baigorria. El pueblo no es mucho más viejo que la fábrica, porque fue fundado formalmente con ese nombre en 1950 (antes se llamaba pueblo Paganini). Eso dentro del primer-peronismo, que decidió así homenajear a Juan Bautista Baigorria, un soldado patriota que en el Combate de San Lorenzo evitó que un realista atravesara con una bayoneta a José de San Martín. Baigorria es como el Cabral rosarino, sin marcha pero con pueblo.
Cuento estas cosas porque cosas que contar sobre el aniversario de John Deere en Argentina no tengo demasiadas. Todo muy ordenado, llegamos hasta el lugar varios periodistas medio dormidos, a los que de entrada nos adviritieron que no se podían sacar fotos dentro del establecimiento fabril. Nadie lo tomó demasiado mal, porque se sobreentiende que este tipo de plantas guardan secretos que bien podrían ser robados por la competencia, sobre todo si nosotros tuviéramos la suerte de fotografiar y difundir esos secretos. Pero en ese caso, seriamos espías y no periodistas. Mejores pagos seguro.
En esos diremes, nos reímos con la anécdota de un empleado tercerizado de limpieza de la General Motors, que sacó fotos con su celular a un nuevo modelo que planeaba lanzar esa compañía.Había ingresado al lugar escoba en mano, celular en el bolsillo, cuando a los altos ejecutivos que habían ido a la presentación se los hacía firmar un acuerdo de confidencialidad y les retenían los teléfonos. ¡Miren muchachos!”. Eso debe haber escrito el humilde laburante al compartir contento las fotos de ese fierro prohibido en su grupo de WatsApp.
No tenemos fotos entonces, salvo las de exteriores inofesivos, carentes de secretos. Las fotos del acto son más bien aburridas y no dicen nada. La cara agestuada del gobernador Miguel Lifschitz, (parimos los periodistas con ese apellido, cada vez que nos lo cruzamos) no dice nada tampoco. Y nada agregan las frases de su corto discurso. Liftchitzssdtch elogió aquella decisión de la marca líder de maquinaria agrícola. Litzchitfuumff añadió que esa radicación había sido clave para el desarrollo industrial de toda la zona.
Si quieren les miento y les digo que, luego, en el acto central, dentro de una enorme carpa blanca repleta de proveedores, concesionarios y clientes de la compañía, más este pequeño grupo de periodistas, sucedió algo importante. Pero no sucedió nada que no estuviera cuidadosamente premeditado por la propia empresa. El catering coqueto en pequeños frasquitos palermitanos, sandwiches de miga que no se sabe qué tienen adentro, agua mineral y a lo sumo, algún jugo de naranja.
Mala costumbre de la globalización, ahora se estila que los CEOS de las empresas hagan las veces de presentadores, quitándole posibilidades de trabajo a gente como Teté Coustarot. Lo tocó esta vez a Gastón Trajtenberg, presidente de Industrias John Deere Argentina, hacer de presentador. El plato fuerte fue la presentación del CEO global de la compañía, Sam Allem, de quien además hizo de traductor. Todo por el mismo sueldo.
Uno se ilusionó en ese momento con grandes novedades, pero tampoco las hubo. De inmediato Sam aclaró que ni siquiera su presencia era una novedad, porque había venido con mucha frecuencia a la Argentina desde hace 25 años. Luego, en una conferencia de prensa, el alto ejecutivo esquivo casi todas las preguntas picantes. No reveló cuánto pagaron por la argentinas King Agro (algunos dicen que 17 millones de dólares) y sus botalones de fibra de carbono. Señaló sugestivo que se venían nuevas inversiones en el país, pero se negó a decir cuáles y por cuánto. Defendió el libre comercio en el mundo, pero sin llegar a romper lanzas con Donald Trump. Tuvo palabras de elogio hacia Mauricio Macri, pero sin llegar a adularlo.
Todo muy John Deere. Los tipos saben que hacen muy buenos tractores y que son de los que más prefieren los agricultores de todo el mundo. Los venden sin pausa. Entonces no les conviene hablar demasiado.
Buscamos mugre debajo de la alfombra, como buenos periodistas. Nos preguntamos (y preguntamos a nuestros guías) si esto que vemos es realmente una fábrica radicada en el país o sencillamente una “ensambladora” de piezas de origen importado. Los tipos nos miran con cara de susto pero vienen chipeados como las máquinas: todos contestan que se cumple con el 50% de composición nacional que ordenan los gobiernos. Aquí se hacen dos modelos de tractores y uno de cosechadores. Pero muchos de los equipos que vende JD en el país vienen de otros lugares del mundo, en importaciones que han venido creciendo fuerte en los primeros años de gestión macrista.
Esto es un mix, nos dice un ingeniero, que nos explica que así funcionan las cosas en cualquier planta del mundo en este tipo de industrias. La globalización de las grandes marcas consiste en eso: en buscar proveedores de cada pieza en los lugares más recónditos del mundo. La competitividad pasa por el costo y también por la calidad. John Deere sabe que éste no es el mejor momento macroeconómico de la Argentina y que muchas veces resultan más competitivos los proveedores de otras latitudes. Pero no por ello no rompen lanzas con su cadena de valor local, ni piensan levantar la pata del acelerador. Que en sesenta años de historia ya han visto muchas cosas. Eso me explica más o menos el ingeniero.
La joyita de la fábrica de Baigorria, en este aspecto, siguen siendo los motores: fabrican uno cada 10 minutos y son 92 modelos diferentes, que van desde los 44 HP a los 345 HP, de 2,9 a 9 litros de cilindrada. Esos motores no se utilizan solo aquí sino que se exportan sobre todo a Brasil y a otros mercados importantes para la compañía, a pedido de otras fábricas finalmente ensambladoras como esta.
La rosarina es una de las seis plantas de motores que tiene la marca alrededor del mundo. Las otras están en Francia, Estados Unidos, México, India y China. Seguramente no tengan secretarias tan bonitas como las de Granadero Baigorria. Que como dijo Fontanarrosa alguna vez, Rosario es la ciudad con mayor proporción de mujeres lindas por metro cuadrado.
Párrafo aparte para los obreros de Baigorria, que ya no tienen seguramente la pinta de aquellos obreros que armaban el viejo tractor 730 sesenta años atrás. Ya no usan mameluco, la mayoría porta chomba verde. Cada uno en su puesto de producción, van ensamblando máquinas o motores con ayuda de carritos “auto-guiados” y máquinas robotizadas.
Como sucede en este tipo de actos de aniversario, los trabajadores dejan de trabajar y son parte de la ceremonia. Como suele suceder, se paran en gran cantidad detrás de las filas de sillas destinadas a las autoridades y los invitados. Brazos cruzados sobre el pecho, que solo descruzaban para aplaudir cuando es debido. Se los notaba contentos de trabajar allí y más contentos todavía cuando el viejo Sam señaló que la historia de John Deere en la Argentina recién estaba comenzando. Buenas noticias, vieja: habrá trabajo. A todo el mundo le gusta tener un buen trabajo registrado en una ciudad que se hizo famosa no solo por Lionel Messi o el Che Guevara sino también porque aquí los pobres llegaron a comerse gatos en lo peor de la crisis de 2001.
Trajtenberg, el directivo presentador, desliza que en la Argentina la marca líder en el mercado mundial de tractores y cosechadoras tiene un plantel de un millar de empleados, pero que 2.000 personas más trabajan en su red de concesionarios y proveedores. Una bocha. Supongo que eso esteriliza cualquier discusión apasionada sobre si fabrica más de lo que ensambla o ensambla más de lo que produce.
Vuelvo a Buenos Aires sin secretos, ni fotografías. Sin noticia para contar. La fábrica de Baigorria sigue allí, entre canchas de fútbol 11 bien empastadas. Con más o menos actividad, sigue inyectando energía vital hacia aquella barriada y hacia su gente. Y eso hoy significa bastante.
Excelente nota. Una corrección: Baigorria (la localidad aledaña a Rosario) se llama GRANADERO BAIGORRIA que no era General.
Si, fue un lapsus. Luego está escrito correctamente. De seguro se me chispoteó cuando estaba averiguando que Baigorria había sido un soldado que salvó al General San Martín en la batalla de San Lorenzo. Gracias por la corrección.