Guillermo Fernández, con 38 años de edad, se presenta como “fernandiano”, que es el gentilicio de los nacidos en la ciudad de San Fernando de Maldonado, en el vecino Uruguay. Él se caracteriza por ser un incansable emprendedor, chacarero además de músico, que de joven viajaba por Bolivia y descubrió la permacultura, en especial la bioconstrucción a base de barro. Ese aprendizaje le cambió su modo de ver el mundo y lo condujo por un derrotero basado en volver a las raíces, a lo natural, a la esencia comunitaria del ser humano y a renegar de ciertas pautas sociales establecidas que, en el fondo, cree que nos esclavizan.
Le preguntamos a Guillermo:
-¿Dónde queda la chacra que habitás y trabajás?
-Hoy vivo en la chacra que mi familia posee hace 100 años. Mi abuelo trajo la electricidad a esta zona y en este campo nació mi padre. Queda a 50 kilómetros al norte de la ciudad de Maldonado y a 2 kilómetros hacia el Este, de la Ruta 12, en el paraje Zanja del Tigre. Pero mi trabajo rural empezó de muy joven cuando compré un terreno grande en La Barra de Maldonado, el balneario ubicado a 12 kilómetros de la ciudad.
-¿Quiénes viven y quiénes la trabajan?
-Hasta hace poco vivíamos mi hermana con su hijo, y yo. Pero ella se acaba de mudar a Maldonado. Ahora lo trabajamos con mi ex cuñado, que es un amigazo. En agosto se sumó Agustín, oriundo de Neuquén, con su novia. Los tres viven acá, todos vivimos en casas de barro. Y mis hijos pasan conmigo una semana por medio: Amelietta, de 12 años, y Jairo, de 9. También viene una persona a ayudarnos dos veces por semana.
-¿O sea que no es un proyecto familiar, sino comunitario, aunque la tierra sea de tu familia?
-Sí, es la esencia de todo lo que hago. Hace poco, mis padres se vinieron a vivir a la chacra y también están comprometidos con el proyecto. Papá, Hugo, con 76 años nos ayuda un montón, tractoreando, esquilando las ovejas y ayudándolo a nuestro vecino, Delio, que nos viene a carnear los animales. Mi amigo Ezequiel se encarga del mantenimiento de motores, porque estudió mecánica en Don Bosco, y además se encarga de la cocina. Agustín volvió hace 4 meses y se ocupa de la huerta con su compañera, que es nueva y está aprendiendo. Juntan “mulche”, pasto y materia orgánica.
-Contanos cómo es la chacra.
-Papá tenía un pedacito de tierra, pero sus hermanos le fueron vendiendo sus partes. Hoy son 10 hectáreas y media en una zona de sierras, pero con buenos suelos. La chacra hortícola ocupa 8000 metros cuadrados. Tenemos un monte frutal, que ocupa unos 2500 metros cuadrados, con 120 árboles plantados: naranjos, mandarinos, manzanos, perales, ciruelos, paltos, caquis, guayabos, higos, pitanga, y arazá, que es un fruto nativo que da unas bolitas de 2 centímetros de diámetro, como un arándano, pero más grande y muy rico, los hay rojos y amarillos.
-¿Qué cultivan en la chacra?
-En lo que es chacra, sembramos todo lo que sea de estación: zapallo, maíz, poroto, boñato, ajo, cebolla, etc. En primavera preparamos los cultivos de verano, que se plantan en octubre. Ahora levantamos cebolla y ajo, los estibamos, porque tendremos producción para vender durante un par de meses. En 15 días vamos a levantar la papa. A la semilla que sacamos, la plantaremos en febrero y la cosecharemos en junio. Este año cosechamos 1500 kilos de zapallo. Estibamos todo, nos quedamos algo para consumo y al resto lo vamos vendiendo. Este año hicimos unas 50 tomateras para consumo nuestro.
-¿Le dan una impronta agroecológica a sus cultivos?
-Hoy nos manejamos de modo 100% orgánico: en mi campo hacemos compost y producimos fertilizantes y repelentes orgánicos, según las recetas de Jairo Restrepo. En invierno lo tengo con avena para regenerar el suelo. Hemos puesto riego por goteo en la línea de árboles y en 6 canteros de la chacra. Y la idea es ir agregando más, año a año, para minimizar el consumo de agua. Tuvimos un año de seca, el siguiente nos castigó la plaga de cotorras, comiéndonos el 60% de la producción. Y este año sí, estamos preparados para tener una buena cosecha, pero veremos qué pasa con la cotorra, porque no usamos venenos.
-¿Cómo resolvieron el problema de la falta de agua?
-El campo estaba verde, pero las aguadas y tajamares estaban secos, porque la última sequía nos golpeó duro. Hicimos un buen tajamar, pero se secó todo. De diciembre a marzo de 2023 llovieron apenas 30 milímetros. Acabamos de terminar de hacer una represa, que nos implicó hacer un kilómetro de zanja a pala y pico, colocar un caño de 2 pulgadas. A la altura de nuestras casas tenemos un tanque de piedra que recibe 10.000 litros de agua por día, gracias a que en la represa colocamos una bomba con panel solar, pero sin batería.
-¿Por qué “sin batería”?
-Porque las baterías son contaminantes, de modo que los paneles funcionan sólo cuando hay sol. Sostengo que acá, hoy, es más ecológico estar conectado a la red eléctrica, que tener paneles solares. En caso de utilizar baterías para conservar la energía, porque éstas contaminan, y mucho más, paradójicamente se contamina cuando se las produce, y tanto más cuando se las desecha. Y las tenés que remplazar cada 5 años. Ni hablar del gasto energético para producirlas y el alto costo de las mismas. Son necesarias cuando vivís en medio de la nada.
-¿Cómo comercializan sus productos?
-Hacemos la lista de los productos de estación que tenemos disponibles y la ofrecemos los jueves por whatsapp. Cada cliente hace su pedido y todos los viernes salimos a entregar a domicilio a San Carlos, a Maldonado, Punta del Este y a la zona de La Brava. Vendemos a consumidor final, para sacar la mayor ganancia posible. Acá lo orgánico es moda y en verano se vende todo. El año pasado sacamos 2500 kilos de zapallo y lo vendimos todo en tres meses. Tuvimos un año muy bueno, que sacamos casi una tonelada de maíz. Hicimos polenta y gofio, que fue una bomba, lo vendimos a restoranes al precio que quisimos y vendimos todo.
-¿Crían animales?
-Tenemos unas 40 ovejas y unos 12 corderitos, que llevamos a pastar entre los árboles. También vendemos leña, que hacemos con las ramas de los árboles, sin talarlos, podándolos para que entre la luz solar entre ellos. Una vez al año hacemos pradera de avena y en primavera largamos a las madres con sus crías a que se alimenten bien, porque la alimentación es sólo a campo. Hoy estamos luchando con una epidemia de zorrillos.
-Contanos sobre tu faceta de músico.
-Sí, soy músico y durante muchos años toqué en bandas, batería y bajo. Me gusta el fank y la música disco porque desde mis 14 o 15 años escuché siempre funk y punk rock. Tenía mi estudio de grabación, cuando me empecé a meter en el tema de la permacultura. Pasó el tiempo y cuando pude darme cuenta, me hallé viviendo en el campo y tocando una guitarra criolla en las noches, sólo para mí y mis hijos, a la luz de un fogón. Pero este verano pienso hacer 3 festivales de fank.
-¿Cómo fue aquel viaje, que podríamos llamar iniciático, que te cambió la vida?
-Bueno, hace unos 15 años me fui a Buenos Aires y tomé un tren a Tucumán. Conocí Tafí del Valle, después seguí hacia el norte y pasé por Tilcara. En ese viaje conocí a otra Argentina, más bien a sus culturas originarias, porque conocía la “Pampa Gringa”. Descubrí otros saberes, a mi juicio más profundos, y poblaciones alejadas de la opulencia de Buenos Aires. Luego, en aquel viaje para mí, iniciático, llegué a Bolivia. Estuve en la Isla del Sol, en el Lago Titicaca, y me fascinó. Vi casas hechas de barro, y empecé a interiorizarme sobre permacultura y bioconstrucción.
-¿Cuánto duró aquel viaje y qué cambios en tu vida te produjo, al regresar?
-Duró tres meses, y a mi regreso fui pensando en cómo vivir, dependiendo lo menos posible del sistema establecido. Y hoy estoy convencido de que el brazo eficaz de la anarquía, en cuanto a no depender del sistema imperante, es la permacultura. Considero que el Estado tiene múltiples asociados, que aparentan perseguir como fin el beneficiarnos, pero en realidad nos esquilman.
-Te volviste muy crítico de la clase política o de los gobernantes.
-Es que los políticos, salvo honrosas excepciones, siempre nos hablan del cambio, pero yo digo que sólo nos dejan ‘el cambio chico’. Y siempre tenés que ir a pedirles permiso para hacer algo por tu comunidad, a ellos que poco o nada hacen por ella, o a veces hacen todo a propósito para que la comunidad no crezca y siga siendo esclava.
-¿Y en la práctica, cómo vivís esa especie de desobediencia civil?
-Decidí renegar del sistema y hasta hoy no tengo tarjeta de crédito y miro poca televisión. Mientras yo andaba en ciclomotor, mis amigos se compraban autos y los tuneaban. Hoy tengo una camioneta vieja. Yo cumplía 23 años cuando me compré un terreno de 700 metros cuadrados, en El Tesoro, pegado a La Barra de Maldonado, y allí hice mi primera casa de barro y mi primera huerta. Luego hice otra, que ahora alquilo. Lo hice leyendo el “Manual de construcción en tierra”, de Gernot Minke.
-Entonces hoy vivís en la chacra familiar, en el paraje Zanja del Tigre, pero además tenés otra casa en el barrio El Tesoro, en La Barra de Maldonado.
-Sí, cuando empecé viviendo en el barrio El Tesoro, veía que mientras mis vecinos tenían que irse a trabajar para otros, lejos de sus casas y de sus familias, yo lo hacía en mi propia casa, lo cual es un privilegio. Con ayuda de familiares y amigos alambramos más de 1000 metros. Empezamos a organizar festivales de música, para dar a conocer el lugar, y montamos baños secos, todo de manera rústica, pero funcional. El anteaño pasado hicimos dos festivales. Vinieron unas 100 personas, y poco a poco los hemos ido mejorando. De paso, nos genera un ingreso complementario.
-Te volviste esencialmente comunitario en casi todos tus actos.
-Sí, entre otras cosas que ido haciendo desde hace 7 años, ha sido ir ocupando campos prestados para desarrollar en ellos huertas comunitarias. Además, entre todos los vecinos del barrio El Tesoro, de La Barra de Maldonado, hemos arreglado una plaza, sus juegos, el pasto. E hicimos allí una huerta circular y cada uno que iba, se involucraba tirando una semilla. Era muy lindo verlos después a todos cómo iban a recolectar sus frutos. Pero el gobierno municipal nos desalojó: pasó una máquina y se acabó la huerta.
-¿Pueden vivir bien de este emprendimiento?
-Yo creo que 10 hectáreas pueden soportar unos 8 a 10 núcleos familiares. Pero agregando valor, por ejemplo, unos haciendo cerveza, otros vino, otros jabones y cosmética, pero todos trabajando a tiempo completo y no los fines de semana. Hoy nosotros hacemos de todo: brindamos servicios a terceros, les hacemos su huerta con riego, sus casas de barro; tengo una casa de barro, alquilada, en mi terreno de La Barra, donde además hacemos festivales de música. No paramos de hacer cosas y todo suma de a pequeños ingresos, con mucho esfuerzo. Nos levantamos a las 5 de la mañana y el día se hace largo. Hicimos el tajamar, la represa, el riego, la casa para mis padres. Y mirá todo lo que tenemos para hacer por delante, en nuestro proyecto comunitario, y además, en el mundo que está al revés y hay que cambiarlo.
-¿Qué balance podés hacer a esta altura de tu vida?
-Reconozco que hoy, ser un simple campesino, con apenas 5 hectáreas propias acá es para una élite, porque necesitás al menos 150.000 dólares para emprender algo. Mi proyecto está en generar una comunidad para que entre todos podamos complementarnos, ya que solos es imposible. Hay que volver a las antiguas comunas, con soberanía alimentaria, de calidad, con carne, vegetales, agua propia, en lo que sea posible.
Cuenta este joven emprendedor que a partir de la pandemia de 2019, comenzó una estampida de argentinos, que se siguen llegando a asentarse en esa zona. Guillermo Fernández nos quizo dedicar la canción “De los matorrales”, por Los Delincuentes.