Irma Beatriz Oller y Héctor León Jairala nacieron en Córdoba capital y allí la vida los unió y se casaron. Él se había recibido de profesor de educación física cuando le ofrecieron el puesto de entrenador físico en el club Huracán, en Buenos Aires. Allí se mudaron en 1971. Héctor luego pasó a entrenar a los jugadores de Racing y más tarde a los de River. En 1975 llegó a ser parte de la algarabía de aquel club, junto a Ángel Labruna, cuando salió campeón del Metropolitano, luego de 18 años de no obtener un título. Irma consiguió trabajo en comercios, pero comenzaron a llegar los hijos. Una “cigüeña cordobesa” les trajo cinco.
Un día de 1976, Héctor conoció al concesionario de una importante fábrica multinacional de calzados deportivos y éste le hizo una tentadora propuesta laboral para ingresar en su empresa. Pues dejó el fútbol y allí entró en enero de 1977. Con los años fue ascendiendo hasta que llegó a ocupar un cargo de directivo.
Irma y Héctor llevaban 30 años viviendo en Buenos Aires, pero nunca dejaron de extrañar a su Córdoba natal. Corría el año 1978 cuando un familiar los invitó a viajar al encantador valle de Ischilín, en el noroeste cordobés, para reconocer un campo que se acababa de comprar allí. Ellos viajaron y quedaron cautivados por la belleza del paisaje, un valle agreste, de clima seco y suelos vírgenes, rodeado de montañas. Además, por la cordialidad de sus escasos habitantes y por la historia del pequeño caserío de Ischilín, refundado por los españoles en 1640, a 20 kilómetros de Deán Funes y a 120 de Córdoba capital.
Ischilín significa “alegría” en la lengua de los aborígenes sanavirones y es lo que produce en el corazón de sus visitantes al contemplar sus antiguas casas coloniales y sus ranchos de adobe, su iglesia construida en 1706, que denota la importancia que tuvo ese lugar al ser una posta del camino real hacia el Alto Perú. Su plaza central está coronada por un imponente algarrobo de más de 400 años, y los deslumbró la casa museo del pintor francés, Fernando Fader, a pocos kilómetros de allí, quien supo embellecer más aún, con su pincel, aquel paisaje serrano.
Antes de regresar a Buenos Aires, Irma y Héctor, extasiados, le dijeron a su pariente, que les buscara algún terruño para comprar en el mismo valle. En pocos meses les consiguió un pequeño campo de casi 12 hectáreas, a 2 kilómetros del pueblo, con monte nativo y una casa de sólida construcción. Lo compraron sin pestañear y comenzaron a disfrutar del campo en tiempos de vacaciones y a pensar si podían emprender algo productivo en él.
En uno de esos viajes, andando por Colonia Caroya, un señor que estaba podando vides, les comentó que el intendente de esa ciudad estaba por ir a buscar cepas a Italia. Decidieron contactar al funcionario con la bella intención de crear su propio viñedo. El mismo, los conectó directamente con productores de aquel país y compraron sus primeras vides italianas, de cepas Merlot y Chardonnay. En 1998 contrataron al enólogo Alberto Nanini, de Colonia Caroya, como asesor, y a un empleado, que los ayudó a plantarlas en tres hectáreas y a poner las mangueras para aplicar riego por goteo.
Acercándose al fin del siglo veinte, la Argentina volvía a ser castigada, una vez más, por una crisis financiera que venía provocando una precipitada declinación de la empresa en que Héctor trabajaba. Es más, terminó cerrando en el año 2000. La angustia por la “mala sangre” que se venía haciendo Héctor, por su cargo con gran responsabilidad en la empresa, lo llevó a sufrir un infarto. Esto fue el detonante para decidir con su esposa de cambiar de vida. En ese mismo año que quebró la empresa se fueron a vivir a su campo de Ischilín.
Por problemas económicos, tuvieron que parar su producción y recién en 2004 pudieron retomar, comprando más plantas hasta completar 10 hectáreas de viñedo en 2009. Fue cuando decidieron comenzar a levantar su propia bodega a la que llamaron “Jairala Oller”. En 2007 compraron 3 tanques y una despalilladora, gracias a la cual pudieron hacer su primera vinificación, con un total de 12.000 litros. Nanini les hizo el servicio de filtrado y envasado, en su bodega de Colonia Caroya y editaron sus primeras botellas bajo la marca “Jariala Oller”. Poco a poco se fueron equipando y hace 4 años lo lograron por completo, con tecnología de la prestigiosa marca italiana Della Tofola: moledora, prensa, equipo de frío, llenadora, tapadora, además de los tanques que fueron sumando hasta llegar a una capacidad de 60.000 litros.
“Hoy hemos logrado no tercerizar nada. Hasta embotellamos, etiquetamos y envasamos en nuestras cajas. Tenemos como política elaborar vino sólo con nuestra propia uva. Si cosechamos poca uva, pues hacemos poco vino. En febrero, cosechamos la uva blanca, y la tinta, en marzo. Claro que puede variar con el clima. Los excesivos calores adelantan la cosecha y cuando llueve, hay que esperar a que las uvas se sequen. Pero como estamos a 950 metros de altitud, la zona es muy ventosa y las uvas se secan rápido, además de favorecer a que no tenga pestes. Y el suelo es arenoso, muy permeable para que drene el agua. Abonamos con guano de cabra y trabajamos de modo ecológico. El clima además, determina la cantidad de uva que se cosecha: el viento, la lluvia, la sequía y el calor. Hace unos años, cosechamos apenas 30.000 kilos de uva, cuando llegamos hasta a los 75.000 kilos. Este año sacamos tanta uva que tuvimos que vender una parte porque no teníamos capacidad para almacenar”, explica Irma. Hoy, su enóloga es la reconocida mendocina, Elina Gaido, quien señala la sobresaliente calidad de su “terroir”, resultando en vinos de excelente calidad, sumado a su compromiso con el ambiente y con su gente.
En 2008 participaron de la Cata anual del Consejo de Enólogos de San Juan y obtuvieron medalla de oro. A fines de ese año editaron su Merlot con el sello de ese premio en su etiqueta. Luego ganaron 2 medallas de plata en “VinoSub30” de Buenos Aires. Hoy comercializan dos vinos tintos, Merlot y Cabernet Sauvignon; dos blancos, Chardonnay y Sauvignon Blanc; y en 2012 compraron las máquinas para producir una línea de espumantes. Al año, fabricaron vino espumante con uva blanca Chardonnay, y ahora lo mezclan con algo de Pinot Noir, dándole un leve tinte rosado, en sus variantes de Nature, Extra Brut y Demi Sec. El mismo recibió medalla de plata en la Cata de San Juan.
Irma se encarga de la administración y las ventas, mientras Héctor se ocupa del viñedo, ambos en forma muy artesanal y personalizada. A veces salen juntos a entregar en su camioneta, a vinotecas de la capital, al Valle de Punilla o de Traslasierra. También envían a Rosario y Buenos Aires. Atienden de lunes a sábados, pero se reservan los domingos para hacer asados en familia y cultivar la amistad. Cuentan con orgullo que su bodega fue incluida en Los Caminos del Vino de Córdoba.
Héctor, con 76 años, no se arrepiente de haber regresado a su provincia natal, sobre todo por haber elegido vivir en ese paisaje ideal donde su corazón quedó como nuevo, ya que así lo demostraron sus últimos estudios médicos. Ambos están jubilados y dicen que ya no pretenden producir más, pero sí, afinar sus ventas y seguir gozando de ese maravilloso entorno, sobre todo cuando los visitan sus hijos y nietos. Nos despidieron con la “Chacarera de Ischilín”, de y por el gran cantautor cordobés, Ica Novo.