Manuela Parra pertenece a una familia donde la mayoría son agrónomos. En la localidad de Mercedes esa familia ha sido pionera en cultivos intensivos y biotecnología, y desarrollaron hasta la clonación de pistachos o kiri y mucho más. Pero hace un cuarto de siglo sus padres, luego de toda una vida emprendiendo proyectos, comenzaron a pensar en concretar alguno orientado más bien al goce personal y el refugio de la familia.
“Por el año 2000 papá comenzó a pensar en un viñedo, con la intención de nuclear a la familia en torno a un lindo proyecto común y, por si acaso se le cayeran otros proyectos de negocios”, comienza a relatar Manuela, que decidió estudiar sociología, cuando dos de sus cuatro hermanos son también ingenieros agrónomos como sus padres. “Buscando dónde montar ese viñedo, se propuso innovar en alguna región no tradicional, porque mis padres siempre fueron vanguardistas”, los homenajea.
“Así fue como papá se puso a estudiar los sistemas serranos de Tandil, Balcarce y también de San Luis -continúa Manuela-. Pero al fin eligió el sudoeste de la provincia de Buenos Aires, más precisamente en Saldungaray, a sólo 8 kilómetros y medio al sur de Sierra de la Ventana, sobre la Ruta 72, y a sólo 100 kilómetros al norte de la ciudad de Bahía Blanca”.
Explica Manuela que la razón de aquella elección fue que a su padre le había resultado muy interesante el sur de la provincia, porque posee mucho sol y temperaturas bajas, tan necesarias para los viñedos. “Esa gran virtud pronosticaba que podríamos desarrollar muchas variedades, y resultó que hasta hoy funcionaron bien todas las cepas”, afirma la emprendedora bonaerense.
Pero enseguida, la mercedina se ve en la obligación de aclarar que para hacer vino en Saldungaray no todo fue color de rosa: “En realidad mi padre se dio cuenta de que la logística sería más complicada, porque estaríamos alejados de las regiones más vitivinícolas de nuestro país, pero compensaba con que la zona era turística, de modo que podríamos comercializar los vinos en forma directa al público, simplemente abriendo la tranquera”.
“Eso sí, además tendríamos que luchar contra las heladas tardías, pero como papá venía trabajando en fruticultura y conocía bien la lucha de las heladas con el arándano por todo el país, consideró que las podría manejar”, dice Manuela.
En 2000, entonces, los padres de Manuela compraron 37 hectáreas a sólo 700 metros de la estación de tren de Saldungaray, en pleno valle ubicado entre los cordones macizos de Sierra de la Ventana y de Pillahuincó. Allí los suelos son sedimentarios, bajos en materia orgánica y predominantemente franco limosos. En 2003 plantaron vides de cepas Malbec, Merlot, Tempranillo, Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Pinot Noir, Sauvignon Blanc y Chardonnay.
Si bien todos se involucraron por completo en el proyecto, poco a poco fueron repartiéndose las tareas. Su hermano Facundo, uno de los agrónomos, se mudó al campo apenas terminó el secundario y junto a su padre preparó el suelo y luego desarrolló el viñedo, mientras Manuela se ocupó siempre de la administración general y luego, de desarrollar el enoturismo.
En 2007 hicieron la primera vendimia y Manuela decidió quedarse a vivir en el campo. Sus padres hicieron lo mismo en 2008. Facundo, con el tiempo, regresó a Mercedes y sigue vinculado a la distancia. Otro de sus hermanos, Joaquín, también agrónomo, los acompañó siempre en todo, sin vivir allí sino yendo y viniendo. Ahora está abocado a la parte administrativa, pero sobre todo a la enológica.
Detalla la emprendedora: “Creamos la Bodega Saldungaray e hicimos 10.000 litros de vino con buena calidad. Y cada año pudimos seguir cosechando, obteniendo siempre buenos vinos, en términos enológicos”.
“Editamos la línea de vinos ‘Ventania’, en 4 versiones: Malbec, Sauvingno Blanc-Chardonnay, Cabernet Franc y un Blend. Luego, en 2011 decidimos montar la primera champagnera de la provincia de Buenos Aires, con el método tradicional ‘champenoise’ y hoy producimos 8.000 litros por año de ‘Ventania Espumoso Extra Brut de Pinot Noir’, mientras que de vino hacemos unos 60.000 litros, en un total de 12 hectáreas de viñedo”, describe.
Reflexiona Manuela: “En realidad, la vitivinicultura, sobre todo acá, no es un gran negocio y por eso nosotros nunca pretendimos vivir toda la familia de este proyecto. Es que con la Ley 12.137 de 1934, que prohibió la vitivinicultura en la provincia de Buenos Aires, entre otras, acá se perdió precisamente esta cultura de experimentar e intercambiar información por más de 60 años. Hoy se ha comenzado a reactivar de nuevo, la provincia tiene una Ley del Vino Bonaerense y el Ministerio de Desarrollo Agrario está trabajando mucho para agilizar la actividad, ya que cumplir con la normativa, cuesta muchísimo más que en Cuyo. Además, es muy bueno que el Estado hoy esté asesorando y generando encuentros”.
“Pero no es fácil formar gente y armar equipos técnicos de trabajo, con operarios que vienen de desconocer el rubro -se lamenta la emprendedora-. Tenés que arrancar de cero y eso te demora el proyecto. Comenzamos a colocar carteles indicadores en las rutas para atraer al turismo, pero era una lucha constante para que no nos los sacaran. Hoy hay señalética en las rutas provinciales. Pero si tenemos que enviar vinos a Buenos Aires, contamos con una sola opción de flete, y nos cuesta más caro que enviar los vinos desde Mendoza”.
Señala Manuela que tanto la costa y la pampa conforman una unidad productiva. Pero con pena recuerda que muchos productores quedaron en el camino, intentando revivir la vitivinicultura en el sur de la provincia. Cree que han sido muchos los que lamentablemente invirtieron mal, por desconocimiento y falta de experiencia, incluso sobre las sierras. No prosperaron por haber desperdiciado recursos y por no haber podido resistir a las heladas o a las enfermedades de la madera, por ejemplo.
Por eso, ella celebra que hoy el Estado asesore a quien se va a lanzar a emprender un viñedo, para que pueda llegar a “buen puerto”.
Una virtud que quiere contar la productora mercedina es que la bodega posee una capacidad ociosa y entonces le hacen el servicio de vinificación para otros productores. Eso alienta a que otros se animen a invertir en la región, e indica que aunque fueran productores ganaderos, si poseen una parcela inutilizada, la pueden aprovechar para destinarla al enoturismo, que es un rubro muy atractivo y gratificante. Hoy los Parra cuentan con un equipo de tres personas para recibir a los turistas.
Los padres de los hermanos Parra ya no están, pero sus hijos comercializan sus vinos desde un comienzo, en forma directa, a vinotecas y restoranes de todo el país con el slogan: “Un nuevo terroir. Un nuevo vino. Un vino de Buenos Aires”. Reconocen que han aprendido mucho en el recorrido de tantos años, pero remarcan que cumplen con el objetivo de sus padres, de entretenerse y de estar muy unidos y ocupados en torno a un bello proyecto.
“Tenemos en mente un montón de vinos más, que nos encantaría desarrollar, porque el potencial es inmenso pero, como siempre, seguiremos paso a paso, con mucha prudencia”, culmina Manuela.
A modo de despedida, Manuela Parra cuenta que hace unos años, visitó su bodega un cantor de tango y folklore, quien al poco tiempo les dedicó un aire de cueca: “Vinito de Saldungaray”, con letra de Héctor Minutillo y música de Roberto Guiet, interpretada por ellos mismos. Es lo que nos comparte:
