A veces hay que saber detener a tiempo el periodismo agropecuario puro y duro. Los miles de millones de dólares que se mueven con la soja o con las vacas no sirven de nada si uno, de vez en cuando, no puede tomar distancia y logra asombrarse con cosas mucho más sencillas y profundas. El amor genuino conserva siempre una dosis de misterio que intriga y entusiasma. Fue lo que me sucedió al conocer la historia de un veterano ingeniero agrónomo y una escritora fértil de novelas históricas. El encuentro entre Rafael Sirvén, a quien conocía de sus días como comunicador de la Dirección Forestal del Ministerio de Agricultura, y la escritora Ana María Cabrera.
Se conocían de chicos pero se reencontraron casi de casualidad algo más tarde, luego de varias décadas de ir cada uno por su lado. Por lo menos se reencontraron a tiempo para realizar juntos varios viajes de deslumbramiento compartido, él mostrándole a ella la belleza de los árboles, ella revelándole a él la belleza de las palabras. Comenzaron por escribir un blog que sería premonitorio.
Tuvieron un hijo que acaba de ver la luz: es un libro compartido, escrito de a dos, llamado “Entre árboles y letras”, que cuenta justamente eso: una honesta comunión entre la experiencia de un veterano ingeniero especializado en los bosques y la actividad forestal, y una prolífica escritora y editora que reconstruyó de modo novelesco la vida de varias mujeres famosas, como Macacha Güemes o Felicitas Guerrero.
“Árboles y Letras, un libro a dos voces” se puede comprar en librería Galerna o encargar vía Mercado Libre.
Mirá la entrevista con los dos autores, quienes nos cuentan de qué se trata:
Me faltó contarle que el prologo de este libro, de esta historia de amor, fue escrito nada menos que por María Kodama, la eterna compañera de Jorge Luis Borges. Dice:
“¿Qué se puede escribir en el prólogo de un libro como éste, tan original, tan único? El diálogo de una pareja que, si uno cree en la reencarnación es lógico.
Desde la duda de Rafael de ir o no a la confitería donde su madre estaría con una amiga escritora y su decisión de verla, hizo que el destino se cumpliera. Fue y quedó fascinado por el entusiasmo con que esa mujer relataba su novela: “Macacha Güemes”.
Salieron juntos y continuaron una maravillosa relación que culminó en este libro, un diálogo, no podía ser de otro modo, en el que se entrelazan su profesión y la de ella.
Él, ingeniero agrónomo nos abrirá las puertas para hacernos conocer los árboles, las plantas, las flores y ella encontrará en la poesía el poético reflejo de esa realidad.
Otro hecho que se suma a esta magia es el relato en el que Rafa cuenta cómo un familiar, el hermano de ella, les ofrece antiguas fotos antes de desprenderse de ellas. Entonces descubre una foto de una reunión infantil donde están él y ella tomados de la mano. Borges diría que no es casualidad sino causalidad lo que sucedió.
El encuentro de Rafael, su madre y Ana María fue en la confitería “El Olmo”… ¿Cuáles son las características dominantes de este árbol?
La benevolencia, la bondad, el respeto, la tolerancia. Árbol sagrado que simboliza la victoria y la consecución de metas. Pienso que este árbol selló sus vidas”.
Confieso que a mi, sencillo y rústico periodista agropecuario, hace varios meses ambos autores también me pidieron que les escribiera unas líneas para el libro. Sepultado por las noticias sobre los millones de dólares que mueves la soja y las vacas no me hizo a tiempo, no supe. Cuando finalmente se las envíe, el libro ya estaba en proceso de edición.
Por eso esas líneas tuvieron un tono de disculpas que hago públicas ahora mismo, rescatando aquel breve escrito:
“Me han pedido, Ana María Cabrera y Rafael Sirvén, algunas lineas sobre su libro escrito de a dos, Árboles y Letras. Debo pedirles disculpas a ellos porque no he podido hacerlo. Claro que la excusa del exceso de trabajo y la falta de tiempo vienen bien, pero no ha sido eso lo que trabó mis palabras, lo que detuvo este teclado que finalmente -tarde y esquivo- ahora resuena buscando las mejores letras para pedir perdón.
Desde que me llamaron por teléfono con esta idea extraña de prologar este libro me he sentido avergonzado: ¿Por qué podría escribir yo unas líneas introductorias a este libro dedicado a los árboles y las palabras? ¿Quién soy yo para hacerlo? Si no sé nada de literatura y mucho menos de forestación. ¿Qué he hecho yo para que la vida me ponga en esta encrucijada? Si solo soy un periodista productivo que acaso a veces escribe con lindas palabras. Pero solo a veces, casi nunca. ¿Por qué yo, que nunca he estado suficientemente enamorado?
Luego de las llamadas de rigor se presentaron delante mío, Ana María y Rafael, una media mañana de mucho calor en Buenos Aires. Viejos y cansinos, pero entusiastas y luchadores, no se dejaron rendir por los cementos ardientes del conurbano. Ella me contó sobre sus aventuras literarias repletas de sensibilidad. Él relató sus proezas pioneras como ingeniero a cargo de la domesticación de un despoblado poblado de la llanura extrapampeana, donde crecen las cosas con rabia.
Los dos parecían deseosos de sepultar sus historias individuales en una nueva historia común, una demorada historia de amor. Un amor demasiado visible entre ellos: entre árboles y palabras.
Sepultar ricas historias individuales para construir una nueva historia común. Utilizar nuestras propias anécdotas como leños para un fogón que arderá y arrasará con todo lo viejo, que transformará lo sólido de nuestros recuerdos en algo gaseoso, que nos desnudará por dentro.
Los recuerdos son corazas desde donde protegernos. Nada más. Quitarse esa coraza ha de ser seguramente el mayor acto de amor que pueda imaginar la mente humana. Y tolerar el corazón. Este libro, si acaso llegaran a publicar estas lineas en sus páginas, será definido por mi como aquel acto de generosidad y de despojo que conduce al verdadero amor, que no es ni más ni menos que un punto de entendimiento entre lo que debe ceder cada uno para comenzar a aprender de las vivencias del otro.
En un confitería de Villa Martelli, Ana María y Rafael me dieron una lección monumental sobre eso. Me enseñaron del amor, construido a base de palabras y de árboles. Los libros compartidos como éste son los hijos de un amor que quizás llegara algo tarde a la vida de sus protagonistas, pero que llegó justo.
Yo no me siento autorizado a escribir un prólogo para una historia así, que entremezcla lo mejor de cada uno. Ellos quemarán sus maderos y sus hojas repletas de palabras. A nosotros nos cabe solo el ser testigos de ese acontecimiento. Nada más. Guardar silencio, escuchar. Leer.
Y anhelar un futuro semejante al de los autores, libres de corazas, presos de nuevos sentimientos.¿Cómo podría yo escribir un prólogo sobre un libro que habla de algo que no conozco? ¿Cómo podría yo escribir sobre el amor verdadero?”