Por Andres Domínguez – Director RED Consultora
Avanzan las negociaciones entre Estados Unidos y China luego del “cese del fuego” que los presidentes Donald Trump y Xi Xinping acordaron en Buenos Aires el pasado 1 de Diciembre. En ese momento se dieron un plazo de 90 días para llegar a un acuerdo, bajo la amenaza de que de no alcanzarlo Estados Unidos aplicaría 200 billones de dólares extras en nuevas tarifas por sobre los 250 billones que ya habían entrado en vigencia durante 2018. Ese acuerdo incluyó la promesa china de aumentar “sustancialmente” las compras de productos estadounidenses, lo que principalmente significa más compras de granos e insumos para la industria alimenticia.
La última semana de Enero una delegación china encabezada por el viceprimer ministro visitó Washington para reunirse con el Secretario del Tesoro y el de Comercio, luego de que a principio de mes se dieran las primeras reuniones cara a cara en Beijing, aquellas de nivel vice-ministerial.
Los negociadores parecen conformes, pero el reloj corre: quedan apenas unos 25 días para negociar. Trump celebró los avances pero antes había recordado que es un “hombre de tarifas”, ¿será también un hombre de acuerdos?
En estas horas se comenzó a hablar de una posible reunión entre Trump y Xi en Vietnam los últimos días de Febrero, apenas horas antes que culmine el plazo para negociar. ¿Habrá algún anuncio allí de paz comercial o seguirá escalando la guerra luego de un este impasse?
Ha habido algunas señales positivas. Inmediatamente tras regresar de Buenos Aires del G20 el gobierno chino retomó la compra de soja americana. Este dato es de suma importancia: Estados Unidos es el segundo proveedor de soja hacia China, por un valor de 12.0000 millones de dólares en 2017.
Ver Diego de la Puente: “China comenzó a comprar soja norteamericana, pero yo sería muy cauteloso”
Desde que se desató la guerra comercial las compras chinas se fueron derrumbando, hasta llegar a cero en el último noviembre. El reemplazo fue principalmente sudamericano, aunque no de bandera argentina: China importó 5,07 millones de toneladas de soja brasileña en noviembre, casi el doble de los 2,76 millones de toneladas importados hace un año.
La vuelta a las compras de soja americana tras semejante debacle es más que una señal, es un paso económico concreto, y si se retoma el comercio normal entre ambos países se distenderá el impacto económico negativo que este conflicto viene teniendo en los farmers americanos, base electoral del Presidente Trump.
Se autorizó también la entrada de cinco nuevos cultivos transgénicos (dos eventos para soja, uno para maíz y dos para colza) que venía largamente demorados, hecho que abre la puerta a mayores compras de alimentos americanos a futuro.
Más aún, se permitió por primera vez en la historia que ingrese el arroz americano. Por supuesto que esta importación de arroz jamás será competitiva versus la producción local o la que pueda comprar de sus vecinos del sudeste asiático, pero ciertamente es una señal de buena voluntad.
Pero hay más avances y no sólo en agro: China anunció también que se irán reduciendo las tarifas a los automóviles y autopartes americanas, una de las industrias que a toda costa Estados Unidos quiere sostener.
Ver: Dos sojas transgénicas de interés para la Argentina fueron liberadas por China
Beijing quiere negociar y no tiene pudor en entregar símbolos, mientras pueda mantener sus estrategias de largo plazo razonablemente inalteradas. Y justamente allí estará la parte difícil de esta negociación.
Las quejas o demandas más fuertes de Estados Unidos, más allá del “fetiche” con el déficit comercial o la industria automotriz que tiene la actual administración republicana se centran en dos puntos. El primero es la transferencia forzada de propiedad intelectual al obligar a las empresas americanas a tener socios chinos para invertir en aquel país (los cuales, alegan los americanos, se quedan con sus secretos industriales y tecnológicos, lo que sería una práctica contraria a la OMC).
El segundo es el programa “Made in China 2025”, con el cual el Estado quiere poner recursos y prioridad en desarrollo de inteligencia artificial, robótica y transporte entre otras industrias de punta, con el claro objeto de obtener el liderazgo tecnológico mundial, y con él, el económico y también a la larga el militar.
Mientras el punto de la propiedad intelectual puede quedar solucionado en una discusión un poco más técnica, por su parte del referido al avance tecnológico es sin duda el trasfondo de la pelea estratégica entre las dos potencias.
En la crisis de 2008 la economía americana era tres veces superior a la China, hoy con datos actualizados a finales de 2018 solamente es un tercio superior. China sabe que aún no está en condiciones de ganar esa pelea económica de fondo, pero se prepara para darla. Necesita tiempo, tiempo es lo que pareciera va a buscar en esta negociación.
Ver Diego Guelar: “Estamos vendiendo muy poco y mal a China”
En estos días las segundas líneas parecen tener sobre la mesa de negociación dos “concesiones” chinas sobre estos temas. Por sí solo aquel país está modificando su legislación sobre propiedad intelectual y prohibiendo la transferencia forzada de tecnología. China jamás aceptara que ha “robado” datos o fórmulas en el pasado, pero por primera vez ha convalidado que de aquí en adelante el tema esté en discusión y propone medidas para proteger mejor las inversiones externas. No es poco, pero las dudas occidentales son las de siempre: cuánto de las promesas chinas respecto a conductas empresarias que serán controladas por el partido comunista pueden ser creíbles.
Respecto al plan “Made in China 2025”, se ha bajado la propaganda y retórica del mismo, y se pretende dejar de mostrarlo como prioridad. Pero por supuesto, no parece lo más realista pensar que Beijing abandone sin más sus planes de desarrollo tecnológico de punta, más allá de concesiones puntuales que pueda hacer en esta negociación.
De esta forma, con esta “oferta mix” de mayores compras de alimentos, bajas de tarifas en autos, mostrar acción sobre defensa de propiedad intelectual y al menos en la retórica dejar de lado la competencia tecnológica, China pretende que Trump quede por satisfecho y dé por terminada la guerra comercial, declarándose por supuesto ganador absoluto de la misma. Mientras tanto el presidente americano se guarda en la manga la carta que más le gusta jugar: sanciones unilaterales y tarifas, sin preocuparse mucho por su legalidad ante la OMC.
¿Se conformará Trump con un acuerdo de este tipo? ¿Será posible pasar del cese del fuego al acuerdo? Queda lo que resta de febrero para negociar. El esquema que se ha informado de conversaciones y se está cumpliendo hasta ahora es ir de menor a mayor en la escala/nivel de negociadores, listar acuerdos y pedidos, realizar consultas en cada lado y elevar los resultados para su evaluación de cara a las siguientes reuniones. Las tensiones crecerán día a día a medida que se acerque el “deadline” del 1 de marzo, y la reunión de los líderes en Vietnam si se confirma.
Ya ha habido pérdidas concretas en estos meses de tensión. Nombramos a los sojeros americanos, que se espera que hacia final del 2018 haya vendido un 40% menos a sus clientes chinos y además con mayores aranceles, pero también los productores de carne en China, que usan esa soja como insumo para alimentar su impresionante demanda interna de carnes, han debido enfrentar mayores costos al comprar soja en Brasil. En China, se conoció que las exportaciones de diciembre cayeron un 1,4% respeto a noviembre y un 4,4% respecto al mismo mes del 2017, es decir, al mayor caída en dos años. Impacto directo de la guerra comercial.
Mirando al impacto de largo plazo, varias cadenas de valor transnacionales están pensando en buscar nuevos proveedores de bienes intermedios e insumos que ahora compran desde China (textiles, partes eléctricas, procesadores, diversos productos plásticos) en otros países de Asia, de aún menor costo de mano de obra. Están previendo que aunque ahora se lograse un acuerdo, el conflicto China-USA marcará el futuro, y prefieren muchos de ellos asegurarse los suministros, ya sea desde Vietnam, Filipinas, Thailandia o Cambodia. Pase lo que pase, la transnacionalización de la economía ya comenzó una nueva reorganización hacia adentro de lo que se conoce como la “gran fábrica asiática”.
Tanto China como Estados Unidos han sido grandes beneficiados del sistema internacional de comercio, que hoy cruje por la pelea entre ellos. El fenomenal ascenso chino se basa en la exportación, y saben allí que su país aún necesita mercados abiertos para sus productos para completar su desarrollo en camino a ser una superpotencia. Se da la paradoja de tener al país comunista y autoritario más grande de la tierra bregando por el libre comercio y el multilateralismo, mientras que el país que era el campeón de esos conceptos ahora los ha dejado de lado.
Hasta aquí mucha información y análisis, pero …. ¿Habrá acuerdo? Una pista nos la puede dar el USMCA (Acuerdo America-Mexico-Canada), el nuevo NAFTA. Luego de denostar al NAFTA como el peor acuerdo de la historia y presionar hasta el límite para renegociarlo, amenazando lisa y llanamente con romperlo, Trump cerró primero con México y luego con Canadá un nuevo acuerdo, en donde lo más nuevo es el nombre. El mismo contiene más protección a la propiedad intelectual, mayores promesas de compras de bienes americanos (lácteos) por parte de Canadá, y obligaciones de aumentar el porcentaje de producción local de los autos (en otro ataque indirecto a China), y se agregaron cláusulas de renegociación permanente. Quizás la única gran novedad es el capítulo de protección de datos digitales, realidad que no existía cuando se firmó el NAFTA. Así las cosas, un nuevo acuerdo que no cambia tanto, le dio el título que buscaba Trump: El NAFTA murió y fue él quien consiguió un acuerdo mejor.
Todo esto puede estar presente en la negociación con la potencia ascendente de Asia. Ya China aceptó retocar su regulación sobre propiedad intelectual y aumentar sus compras de bienes americanos, podría incluso auto-limitar algunas de sus exportaciones, dar mayores promesas de protección a las inversiones, alguna novedad en temas de tecnología y datos, y porque convalidar una nueva fecha para evaluar resultados y volver a negociar.
Si para el 1 de Marzo las potencias logran esta agenda levemente ambiciosa, aunque acotada, y sobre todo, posible, habrá “pax comercial”. No será un gran acuerdo integral, pero podría ser el acuerdo alcanzable y realista que por lo menos posponga o reduzca los males de una confrontación comercial abierta. Trump habrá ganado. Y China habrá ganado tiempo para seguir creciendo y preparándose para la batalla final.