Lo que está sucediendo en los últimos días parece extraído de un capítulo de la serie “Black Mirror”. El presidente de EE.UU., Donald Trump, dinamita el acuerdo de libre comercio con México y Canadá acusándolos de promover el narcotráfico. Incluso asegura que Canadá debe integrarse a EE.UU., como un estado más, para evitar problemas. Quiere comprarle Groenlandia a Dinamarca. Llegó a afirmar que no necesita de América latina.
Está claro que la agenda de Trump está gobernada por la necesidad geopolítica de expansión territorial, aunque con métodos que, por cierto, reflejan tanta urgencia como desesperación. La pregunta es ¿por qué? El propio Trump, gracias a su transparente verborragia, nos aporta material interesante para poder responder esa pregunta.
“La idea de que los países que integran los BRICS están tratando de alejarse del dólar, mientras nosotros nos quedamos de brazos cruzados y observamos, ha terminado”, declaró Trump esta semana en redes sociales.
“Vamos a exigir un compromiso de estos países aparentemente hostiles de que no crearán una nueva moneda BRICS ni respaldarán ninguna otra moneda para reemplazar al poderoso dólar estadounidense o, de lo contrario, se enfrentarán a aranceles del 100% y deberían esperar decir adiós a las ventas a la maravillosa economía estadounidense. Pueden buscar otra nación tonta. No hay ninguna posibilidad de que los BRICS reemplacen al dólar estadounidense en el comercio internacional, ni en ningún otro lugar, y cualquier país que lo intente debe decir hola a los aranceles y adiós a EE.UU.”, añadió.
Esa declaración de Trump refleja el gran temor presente en EE.UU: que el dólar estadounidense comience a perder relevancia como patrón monetario global y el país deba vivir –como sucede con cualquier nación latinoamericana– exclusivamente de su capacidad de generar divisas.
Está claro que EE.UU. es una potencia agroindustrial, energética tecnológica y militar. Sin embargo, buena parte de sus capacidades están sustentadas en el hecho de que cuenta con una moneda que opera como reserva de valor en todos los confines del orbe.
No es un secreto que en el ámbito de la asociación de países BRICS –liderada por China, India, Rusia, Brasil y Sudáfrica, pero también integrada por Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Irán e Indonesia– se está gestando una iniciativa para crear medios alternativos de pagos en los flujos comerciales realizados entre esas naciones, de manera tal de evitar el uso del dólar estadounidense.
Ese proceso coincide con crecientes señales de agotamiento del sistema monetario vigente desde comienzos de la década del ’70 del siglo pasado, el cual está caracterizado por el predominio del dólar estadounidense como moneda fiat, es decir, sin respaldo fáctico alguno.
No es casual que el Banco Central de India venga incrementando sus reservas de oro desde 2008 y que China siga ese mismo proceso desde 2022 a la fecha, porque desde entonces, luego de la “crisis financiera sub prime” (2008) y de la pandemia (2020), EE.UU. se ha dedicado a generar un volumen colosal de dólares que no se corresponde ni lejanamente con la dinámica de su economía “real”.
Trump, por lo tanto, no está “loco”: sólo está intentando defender la posición de liderazgo de EE.UU. en el ámbito monetario, que es, ciertamente, el más importante de todos para seguir ocupando la cima de la cadena trófica.
Si tendrá éxito o no, realmente no podemos saberlo. Sin embargo, sí podemos estar seguros de algo: cuando se produzca el próximo “reseteo monetario”, ya sea de manera gradual o traumática, la marea bajará mucho y se sabrá quién estaba nadando desnudo.
El oro será, como siempre, un activo sustancial, pero ya no será suficiente para determinar el activo subyacente de un nuevo patrón monetario mundial, el cual requerirá también estar sustentado en commodities agroindustriales, energéticos y minerales, es decir, bienes cuya demanda es constante porque son la base de la civilización humana.
La buena noticia para los empresarios agropecuarios es que, más allá de lo que depare el futuro, tienen en sus manos la capacidad de generar bienes –fuente de alimentos, fibras y energía– que constituyen la base fundacional de cualquier nuevo orden por venir ¡Enhorabuena!