Raúl Horacio Draghi, con sus 68 años ha llegado a ser un prestigioso soguero y platero de nuestro país. Lleva en su voz y en su andar el ritmo pausado y la serenidad de un hombre de pueblo. Es que nació y se crio en San Antonio de Areco, localidad considerada “cuna de la tradición”, la que si bien ha crecido mucho en los últimos años, sus habitantes siguen añorando su alma de pueblo rural y se resisten a perder su pinta de paisanos, con sus pilchas gauchas, y es para ellos un honor lucirlas en los desfiles o transitando sus calles.
A Raúl le gusta andar de alpargatas y bombacha de campo, pero sin pretender hacer alarde. En él todo es armoniosamente tradicional, pero de modo absolutamente natural, y nada impostado. Al contrario, lo que en él sobresale es la modestia y la sobriedad. “Es que soy un gran admirador del hombre de campo y siempre he sentido que le faltaría el respeto si quisiera hacerme pasar como tal. He participado de yerras y he tirado el lazo, como me ha gustado tocar la guitarra, pero me siento muy lejos de ser un guitarrista o un hombre de campo –aclara-. Aunque como amo los caballos y me gusta hacer largas cabalgatas, para esas ocasiones me visto con pilchas gauchas”, explica.
Hace muchos años le fue naciendo a Raúl la vocación de ser soguero y platero, a partir de su amor por la ruralidad y en especial por los caballos y su pilchaje. A esta altura de su vida, mantiene sus mismas pasiones intactas, con el carácter del arte y oficio que se ejerce en silencio y mucha soledad. Será por eso que Raúl habla lo justo y necesario, de modo sentencioso, porque todo lo que dice tiene la hondura de quien antes lo ha rumiado y rumiado en sus pensamientos durante mucho tiempo.
Seguramente Raúl es el resultado de una cultura que se respira a diario en la ciudad que hace un culto por excelencia a las tradiciones criollas. Su taller ubicado en la calle Guido al 391, es una bella casa, ubicada en el centro de la ciudad, llena de ensueño, amoblada y adornada con objetos llenos de historia. Pero como si fuera poco, su esposa, Cecilia Smyth, con quien lleva más de 38 años de casados, siente y respira los mismos aires criollos. Ella fue directora del Museo Ricardo Güiraldes, de esa ciudad, entre el año 1999 y el 2011, y su padre fue mayordomo de estancia. En una época, lo ayudaba a Raúl con los tejidos de lezna, pero ahora ella se entretiene tejiendo en telar.
Cuenta Raúl que antaño, la zona de “Areco” estuvo conformada por grandes campos ganaderos y algunas chacras de inmigrantes. Con los años, aquellos campos se fueron dividiendo y hoy la zona es de puras chacras, pero en general, lamenta que todo se ha ido despoblando. “Yo, si bien me crié en el pueblo, siempre estuve vinculado con el campo, porque mi padre se iba a trabajar a las chacras y a mí me llevaban a las de dos tíos, que eran bien camperos, pero uno no tan criollo, porque era yugoslavo. Ambos, más bien en forma testimonial y sin explicarme mucho me marcaron todas las cosas camperas, si bien uno de ellos sólo me enseñó de muy chico a manear a un animal, y después me regaló un caballo. La primera vez que lo monté, me caí y me pelé toda la cara, que no me olvido”, rememora Raúl, con una sonrisa.
“El otro tío, era un gringo grandote que me marcó más todas las cosas del gaucho. Ya de chico me llené de ilusiones camperas, tanto que un día me preguntaron qué pensaba estudiar cuando fuera grande y yo dije que iba a ser resero”, recuerda Draghi, entre risas. “Para que aprendiera a trabajar, mi padre me mandó a hombrear bolsas al galpón de la cooperativa y en lo de mi tío aprendí a manejar el tractor y anduve arando y disqueando. Estudié en un colegio industrial, donde aprendí muchos oficios, hojalatería, fundición, de ahí que trabajé un tiempo de electricista. Y me familiaricé con las máquinas, que me sirvieron después para mi oficio”, dice, mientras exhibe un torno antiguo que le costó meter en su taller, por su tamaño y porque pesa 500 kilos.
Él mismo relata sus orígenes: “Empecé trabajando como platero, con mi primo Juan José Draghi, en 1971, -quien en los años ’60 había refundado el perdido oficio de la platería- y lo hice durante más de seis años. Pero, como siempre me gustaron los caballos, me fui entusiasmando con trabajar los cueros y me sentí más a gusto con el oficio de soguero. En realidad, mi primer entusiasmo con la soguería me nació cuando de joven leí un artículo sobre el tema, en una revista Chacra”.
Y continúa: “Además, me había empezado a vincular con el soguero entrerriano, Luis Gabriel Martínez, que se había radicado acá, en San Antonio de Areco, después de pasar por ‘Carmen’. Era muy buen trenzador y yo me le pegué, días y horas, para aprender de él. Un día lo acompañé a una exposición en Baradero, donde presentó un trabajo muy lindo, propio de nuestra zona. Y aquella vez le dije a don Luis ‘¿Por qué no me ayuda a hacerme un juego?’. Y me respondió que sí, pero que me consiguiera el cuero. Entonces le pregunté a uno de mis tíos si me conseguía uno. A los pocos días se le murió una vaca y me dijo que yo le fuera a sacar el cuero. Era una vaca negra, cuando el cuero lindo es el colorado o el pampa. Un viejo me ayudó, porque yo no tenía idea. Y después me guió don Luis. Lo sobé con una grasa, que parece que tenía sal, y me quedó demasiado blandito”, detalla.
En su taller lo acompaña en el oficio el joven Juan Direnzo -hijo de Martín, quien también lo acompañó mucho en la soga y en la preparación de los cueros-. Con él que comparte los mates cotidianos y a quien considera su discípulo y piensa dejar como su sucesor. “Él me está aguantando hace más de seis años, porque tiene una gran pasión. Y yo no tengo dotes de maestro, así es que simplemente le digo que me mire cómo hago. Sólo una vez propuse a todos los sogueros de acá, dar clases a los chicos para devolver lo que los viejos nos enseñaron a nosotros. Lo hice durante unos tres años, y lo que se decía de mí, es que yo no me guardaba ningún secreto. Es que yo siempre comparto todo lo que se, con quien quiera saber; en eso me siento continuador de mi maestro, don Luis Martínez, que tampoco se guardaba nada”.
Raúl compara el arte de la soga con la música y el canto: “Porque algunos no se arriesgan a cantar un repertorio nuevo, sino que prefieren ir a lo seguro, copiando las canciones con las que a otros les va bien. En este oficio, también uno tiene que arriesgarse y no copiar, sino buscar diferenciarse y hallar su propia identidad. Yo compito conmigo mismo. Tengo clientes viejos que siempre me encargan algún trabajo, pero me saben esperar, me tienen paciencia. Hace poco hice un cuchillo tejido con 144 tientos, que no quiero hacer más, porque no me da la vista, pero me tocó el orgullo y lo agarré. Me llevó más de dos meses”.
“En realidad siempre trabajé en la soga y la platería en forma combinada. Cuando dejé de trabajar con mi primo, me puse más con la soga, pero en este último tiempo me estoy dedicando más a la platería, mientras Juan se dedica a la soga, aunque poco a poco lo voy formando en platería y ya ha aprendido a soldar y ha realizado muy lindas piezas. Ahora le digo que tiene que aprender a dibujar, que es algo muy importante, para el cincelado o para mantener las proporciones”.
“Hoy sigo preparando yo los cueros, gracias a Juan, que me ayuda, con el fin de garantizar la calidad, pero por más empeño que uno le ponga, nunca sale como se quiere. El cuero de vaca se usa para las riendas, los bozales, en mi forma de trabajar, claro. Y tiene que ser grueso, y el problema es que están carneando animales muy jóvenes en el campo, terminados en feed lot, con cereal, que pesan 500 o 600 kilos, pero no desarrollaron el cuero y es muy delgado, que me serviría para trenzar, sí. Pero como yo hago sogas lizas para las riendas, preciso que de la cabeza al anca, salga un cuero con cierto espesor y parejo”.
“Las costuras, los tejidos de lezna, las bombas, los pasadores, las uniones de los cueros de vaca, todo esto se hace con tientos de cuero de potro. Al cuero de vaca hay que sobarlo, y al de caballo no. Éste se estaquea, se pela y se sacan los tientos. Hoy no hay tantos trabajos de lezna. Don Luis Martínez me enseñó a sacar los tientos a mano, y fue don Luis Flores quien me enseñó a sacarlos con una maderita, en una exposición, en Buenos Aires, lo que resulta mucho más fácil”.
Raúl vive con Cecilia, en una quinta, a 3 kilómetros de Areco donde, apenas la alambró, plantó muchos árboles y después levantó su casa. Robles europeos, sauces, mandarinos, naranjos, durazneros, una chirimoya, un maracuyá que le regaló su hija, y cuenta que se ha traído semillas de plantas autóctonas, como el espinillo y la coronilla, algunas de una cabalgata que realizó en Salta. “Éstos se han ido perdiendo, como el tala, porque se los usó mucho para leña. Hay una letra muy linda, de los uruguayos, Santiago Chalar y Santos Inzaurralde, ‘La muerte del Coronilla’”, señala Raúl. Además, hizo su pequeña huerta donde cosecha sus lechugas, tomates y demás.
Respecto de la situación económica actual del país dice que ésta lo tiene muy preocupado y que últimamente optó por no escuchar los noticieros, sino sólo música y le gusta mucho el folklore tradicional, ese ‘sin enchufar la guitarra’”, grafica. A él le cuesta cobrar sus trabajos. “Me niego a hacer una cuenta. Eso prefiero que lo manejen Juan y mi señora. Tengo mucho trabajo, pero cada vez hay que trabajar más para ganar lo mismo”, señala con cierta angustia. Recuerda que su primer trabajo, también le llevó dos meses, como el último que hizo. Y cuando lo terminó, con la plata que cobró, se compró el terreno para su casa. “Si habrá caído nuestro poder adquisitivo. Aunque también los terrenos se han encarecido, claro, pero antes era más fácil vivir. Yo pude criar a mis tres hijos y mandarlos a estudiar, porque la plata rendía.”, reflexiona el soguero y platero de Areco.
Culmina el maestro Draghi: “Mi caballo ya está viejo. Le puse Gato, porque es gateado, y además, en honor al caballo que llegó a Estados Unidos. El año pasado salí de cabalgata con él, por acá cerca, pero estaba flaco y lo tuve que dejar en un campo. Después lo traje y ahora lo tengo en un campo donde trabaja mi cuñado. Ya está gordo, lindo, me gusta ir a tusarlo y acompañarlo en su vejez. Pero amo las cabalgatas, como también salir de pesca con amigos, y hablar macanas, compartir un vino y contemplar los paisajes, que son maravillosos. Después de más de 50 años de trabajo me siento realizado, porque he podido formar y llevar adelante una familia. Me preocupa la situación en que les dejamos el país a los que vienen detrás de nosotros. Me gustaría dejar a mis hijos con un país mejor”.
Raúl nos quiso dedicar un estilo de y por su gran amigo, que ya falleció durante la pandemia, Ángel Hechenleitner, “Atardeciendo”.