Este año todo indica que –si no ocurre ningún imprevisto– los argentinos comerán más pollo que carne vacuna, algo que, si bien en muchos otros países del mundo es algo habitual, en la Argentina representa un hecho inédito.
En lo que va del presente año el consumo de carne aviar en la Argentina se encuentra en un promedio de 47 kilogramos por persona y los responsables de los frigoríficos que integran el Centro de Empresas Procesadoras Avícolas (CEPA) estiman que finalizarán el 2021 con un nivel de 51 kilos por persona.
Datos oficiales del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca muestran, en cambio, que el consumo de carne vacuna en el primer mes del 2021 fue de apenas 41 kilos por persona, cuando el año 2020 había cerrado con un promedio anual de 50 kilogramos per cápita. Posteriormente se recuperó un poco, pero no mucho, dado que actualmente se encontraría en un nivel del orden de 45 kilos.
En términos globales, los argentinos siguen manteniendo relativamente estable su elevado nivel de consumo de proteínas animales al sumar el aporte de bovinos, aves, porcinos, ovinos y pescados. Pero la matriz del consumo este año experimentaría un cambio sustancial.
La principal causa detrás de ese fenómeno es la fortaleza que viene registrando en los últimos años la exportación de carne de la mano, fundamentalmente, de la insaciable demanda china. El circuito productivo y comercial que se armó para proveer carne vacuna a China no se puede parar porque son tantas las naciones que compiten por venderle a la nación asiática que “bajarse de ese tren” implica no poder volver a subirse o correrlo de lejos en el mejor de los casos.
El empuje de la demanda china coincide con una oferta de hacienda que comenzó a mostrar señales de agotamiento, dado que, si bien los criadores –los “fabricantes de terneros/as”– están pasando por un buen momento de precios, los tiempos biológicos de la actividad ganadera son tan extensos que en un país tan inestable como la Argentina es difícil consolidar crecimientos de orden estructural.
Esa restricción de oferta coincide, por otra parte, con un nivel de pauperización social alarmante en la Argentina, el cual impide trasladar al mostrador las tensiones de precios que se registran en el mercado de hacienda.
En tal escenario, ocurrió lo que los integrantes de la cadena avícola venían esperando hace años: que la ganadería bovina se “corriera” del mercado interno para concentrarse en la generación de divisas, de manera tal de poder consolidarse como el primer proveedor de proteínas cárnicas de los argentinos.
Pero ese logro, lejos de representar una alegría, se gestó con un sabor semiamargo, dado que los precios del principal producto aviar, el pollo entero, se encuentran regulados por el gobierno nacional en el marco de un programa de precios máximos (“Precios Cuidados”).
El hecho de estar obligados a participar de manera forzosa del programa de precios máximos, en un escenario de creciente aceleración inflacionaria, impide que las compañías avícolas puedan disponer de los recursos suficientes para poder diseñar y producir productos elaborados de alto valor agregado para el consumidor argentino.