Alberto Williams es para la mayoría de los argentinos un reconocido músico y compositor del siglo XX. Entre muchas otras cosas, fue el fundador del Conservatorio de Buenos Aires.
Para los ganaderos, en cambio, Alberto Williams es sinónimo de peligro, de amenaza a su salud. No se trata del mismo Alberto, claro. Este Williams que atormenta a quienes producen carne vacuna es un simpático personaje que desde hace treinta años habla en nombre de la Asociación de Propietarios de Carnicerías de la Capital Federal. Hasta ahora hablaba como vicepresidente de esa ignota entidad. Esta semana ascendió y lo hace como presidente.
Esa Asociación es un verdadero misterio: Hay registros que fue fundada en 1915, pero en la actualidad no se le conocen ni balances, ni sede social, y ni se sabe quienes integran su comisión directiva, además de Williams. La Sociedad Rural Argentina (SRA), en cambio, tiene todos los papeles en regla: fundada por ganaderos en 1866, es la entidad empresaria más añosa del país y hasta ha colocado en el gobierno de Mauricio Macri al último ministro/secretario de Agroindustria.
Pero Williams, nuestro querido Williams carnicero, es casi tanto o más poderoso que el extendido grupo de prohombres que integran actualmente la Rural, o CRA, o cualquier otra entidad ganadera. Porque es a él a quien llaman todos los medios del país cuando los precios de la carne vacuna empiezan a moverse. Todos los productores periodísticos tienen su número de teléfono y lo llaman. Williams los atiende y habla.
Eso es lo que está sucediendo en este momento: por el visible faltante de oferta ganadera, un poco por la inundación en el norte, otro poco por los malos números del encierre a corral, los precios de la hacienda comenzaron a subir muy fuerte a partir de fin de 2018 y ahora esa situación se traslada sin disimulo a los mostradores de las carnicerías y supermercados. Los números duros dirán que el mismo kilo de asado que en enero de 2018 estaba en 137 pesos, el mes pasado se vendía a 193 pesos. Esto es más del 40%. Y en lo que va de febrero se produjo otro lindo salto.
A Williams lo llaman todos. Y Williams te lo explica. En los últimos días había anticipado que “si sigue entrando poca hacienda seguro que va a seguir aumentando la carne”. Y luego confirmó su profecía: “La media res que hasta el lunes pasado se pagaba en 120 pesos por kilo, el viernes quedó en 145 pesos”, dijo al diario BAE. Y así, “la milanesa paso de 230 a 300 pesos el kilo y lo mismo el asado que hoy vale 250 pesos”, completó.
Ver El ganado aumentó 40% desde las fiestas y no se sabe dónde podría parar
A Williams lo repiten todos: en las radios, en los diarios, en la televisión. Se sabe que la carne vacuna es uno de los alimentos favoritos de los argentinos y tiene peso propio en lo que suceda con la inflación (impacta con más de 4% en la confección del IPC del Indec).
Williams te explica siempre lo que sucede desde el punto de vista del consumidor, en una alianza tácita entre Doña Rosa y el carnicero, finalmente su amigo y consejero. Desde esta perspectiva, el minorista no forma parte de la cadena ni tiene nada que ver con el proceso de formación de los preciso de la carne. Es tan víctima, como la señora que le compra, de una patria ganadera que no tienen sensibilidad con los consumidores.
Williams, que alguna vez fue ungido como representante oficial de los carniceros en la “escuelita” del ex secretario de Comercio, Guillermo Moreno, habla y habla. Hablaba antes con el kirchnerismo y habla ahora en pleno gobierno macrista. Nadie le sale al cruce ni retruca su explicación, porque suele hablar con las cosas consumadas. Está listo para hablar cuando la gente comienza a inquietarse por los precios de la carne, como sucede ahora. Sabe que su teléfono está en todas las agendas de los periodistas. Y como no hay otros, sabe que lo van a llamar.
Es en esos momentos en los que incluso Williams se permite el lujo de ponerse en contra de lo que piensan los 200 mil productores ganaderos que hay en este país, y que muy lejos están de ser un sector concentrado como lo pintan. A todos ellos, les dice que han vivido equivocados. “Jamás se pudieron hacer las dos cosas juntas: ante la apertura de las exportaciones, el consumo va a pagar las consecuencias”, afirmó en las últimas horas, reeditando una discusión que muchos creían superadas a partir de la eliminación de los ROE Rojo (permisos de exportación de carne).
Williams sigue aquí, para recordarle a toda la comunidad ganadera que el pasado está guarecido a la vuelta de la esquina, queriendo volver de un momento a otro como si en la Argentina no hubiera pasada nada importante. Ni se perdieron 10 millones de cabezas; ni cerraron más de 100 plantas frigoríficas, ni se fundieron miles de pequeños y medianos ganaderos, ni unos cuantos vivos se enriquecieron con compensaciones o con la famosa “vaca conserva”, ni hubo 25 mil despidos en la industria de la carne. Acá no pasó nada de nada. El único problema es que la carne le suba a Doña Rosa.
Williams habla y tiembla todo el cuerpo ganadero, se siente mal, se irrita. A muchos integrantes de la cadena de ganados y carnes le salen urticarias. Le echan la culpa a los medios y a los periodistas que lo llaman y le dan aire. Minimizan el malestar de la gente ante los aumentos y se defienden diciendo ante una multitud de clientes empobrecidos que “la carne sigue estando barata”. Quizás no les cubra los costos, pero… ¿Barata para quién? ¿Desde qué mirada?
Dice el diccionario que un síndrome es el “conjunto de síntomas que se presentan juntos y son característicos de una enfermedad o de un cuadro patológico determinado provocado, en ocasiones, por la concurrencia de más de una enfermedad”. Williams vendría a ser como el síntoma más visible en este cuadro: si habla es porque la carne aumenta. Y si la carne aumenta es porque algo sucede detrás.
¿Y qué es lo que sucede? Hay muchas análisis realizados que permitirían a cualquier médico diagnosticar que la enfermedad de la ganadería, como todo en la Argentina, es que no ha encontrado un proyecto compartido que le brinde estabilidad y bienestar. Un ejercicio que le haga bien a todos los eslabones de la cadena, a todos los órganos del cuerpo.
Los ganaderos se quejan de Williams o del pobre papel del periodismo, que son en todo caso un síntoma. Pero nadie se ocupó de inocular anticuerpos para hacer frente al malestar: entre los productores todos creen contar con la mejor explicación. Pero no hay vocero, no hay nadie capaz de explicar con equilibrio y ecuanimidad este fenómeno de la suba de precios.
Si no hay vocero capaz de discutir y opacar a Williams, si no hay glóbulos blancos en el torrente sanguíneo de la cadena, es porque tampoco existe el equilibrio. El cuerpo sigue siendo insano, como antes. Un organismo inestable en el que cada uno atiende su juego.
La Mesa de las Carnes, en este entorno, fue casi como un espejismo; apenas una sensación de bienestar. Luego del cambio de gobierno, de Kirchner a Macri, primó la sensación de que ahora que se podía discutir -sin la presencia autoritaria de un funcionario como Moreno- la armonía iba a prosperar así nomás, sin mayor esfuerzo.
La cadena de las carnes creyó que su salud iba a mejorar solo por tener un buen diagnóstico y evitar vicios del pasado. Se quedó con eso: no era necesario ni tomar vitaminas, ni comer sano, ni hacer ejercicio, ni formar voceros calificados. Se podía exportar con libertad y con eso alcanzaba para recuperar el vigor perdido.
Pasaron tres años y ciertamente las exportaciones se recuperaron, pero lejos estuvo ese proceso de aportar estabilidad. En el medio, nadie escribió un plan ganadero que pudiera contener a todas las partes del cuerpo. Y entonces nadie estimuló políticas para lograr una mayor oferta de carne (todo lo contrario, se desecharon casi todas las iniciativas en ese sentido). Prácticamente no aumentó el peso promedio de faena. Tampoco la tasa de destete. Ni las venéreas de los toros se atendieron.
Desde la conducción política del sector, desde la Subsecretaría de Ganadería, no se propuso una actualización de la vetusta ley federal de carnes ni se modificó el sistema comercial, ni siquiera a cuartos y mucho menos por cortes. Apenas se actualizó una nueva tipificación que los operadores todavía no terminan de entender y mucho menos de aplicar.
Los frigoríficos exportadores no hicieron lo que decía Alfredo de Angeli: volcar como subsidios al consumo doméstico las supuestas ganancias de la exportación. No hubo ningún proyecto en ese sentido y todos fueron excusas. No hubo gestos para ampliar el número de plantas exportadoras sino todo lo contrario: la Cuota Hilton se concentró como en los peores tiempos y ahora van por más.
No hubo tampoco una mayor transparencia en la cadena, más allá de los intentos denodados de la Dirección Nacional de Control Comercial Agropecuario por sacar de la cancha a los operadores marginales. Como Alberto Samid, otro que como Williams cuando aparece es síntoma de descomposición y malestar.
Cambió el gobierno, sí. Pero las cooperativas siguieron burlando a los matarifes, que siguieron pulseando contra los frigoríficos consumeros, que a la vez se peleaban contra los grandes exportadores que intentaban quitarles porciones del mercado. También durante estos tres años, como casi siempre, todos se peleaban contra los curtidores por los bajísimos precios del cuero. Nadie resolvió los entuertos históricos ni se pudo terminar con la competencia desleal.
Nadie cuidó al consumidor, nadie, nunca. Y mucho menos a los argentinos más pobres. No hubo planes sociales que pudieran llevar la carne vacuna hasta los sectores más humildes, los que solo comen arroz y fideos secos, que son los que la necesitaban más. Tampoco se implementó aquella tarjeta magnética para que los desposeídos pudieran comprar directamente en los supermercados, que tanto proponían los diputados macristas cuando eran oposición. Nadie revisó el sistema clientelar de los subsidios que en otros tiempos tanto se criticaba.
Muy pocos chillaron cuando en los últimos meses se liquidaban más hembras de las recomendables. Ni cuando la presencia de vacas preñadas en los frigoríficos creció hasta extremos inimaginables. Nadie se sentó a discutir qué convenía venderle a China, mientras todos aplaudían la firma de un protocolo sanitario casi imposible de aplicar, que ya hace más de un año duerme el sueño de los justos.
Nadie se preocupó por el criador cuando los precios de la cría estaban en niveles paupérrimos. Ni por los feed lots cuando perdían 1.000 pesos por cabeza. No hubo pronunciamientos ganaderos tampoco ante las altas tarifas de electricidad que pagaban frigoríficos o carniceros. No existió solidaridad entre los distintos eslabones.
Williams es el síntoma acabado de este proceso de inestabilidad general. Como la fiebre, aparece cuando las cosas empiezan a complicarse y después se va. Como ahora, que la variable de ajuste vuelven a ser los consumidores. Como ahora, que Moreno vuelve a declamar, gritando, que toda la culpa es de unos pocos “oligarcas” dueños de todo el ganado y de toda la Argentina, corporativos entre ellos, insolidarios con los demás.
El “síndrome Williams” está de nuevo entre nosotros. Pero la culpa no es del termómetro, tampoco del periodismo. La culpa otra vez fue creer falsamente que estábamos bien, cuando en realidad no se había hecho casi nada para sanar.
Matías, muy real tu comentario. Así cómo Argentina se quedó sin lechería, también se va a quedar sin carne. Nadie se pregunta cuantas vacas (fábrica de terneros) se llevaron los chinos ente fin de julio y diciembre . No hubo política lechera, tampoco hay política de carnes.
En el Japón de posguerra la población sólo podía comprar televisores usados y muy caros esto se debía a que la nueva industria tecnológica exportaba casi toda su producción y así fue como dominaron durante décadas ese rubro hasta la aparición de los chinos que ahora hacen lo mismo
realmente lo que empeso moreno l0 esta terminando macri destruccion concentracion de la lecheria y ahora con la carne que es donde mas chacareros quedamos. en agricultura super concentracion. los consumidores que se jodan. negocio para pocos poresa para muchos
Basta de llorar señores!. Desarrollen una cadena razonablemente rentable para los productores, mayoristas y minoristas, con precios también razonables para los consumidores
porque no se usa estemedio como comunicacion del grupo ganadero para que se sepa que se pretende
Los feed lots subsidiados destruyeron el sistema dde produccion de novillos de 440-460 kgs en base a pasturas.Ahora comemos novillitos con gusto a chancho.Los invernadores sembrando soja hasta en los canteros.Los vecinos se llevaban las vacas a precio vil como carne tetmoprocesa da